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Millennials: emprendedores digitales
23/11/17

Millennials: emprendedores digitales

Daniela Vera, Diseñadora de indumentaria UP, cuenta cómo creó su propia marca de ropa.

Millennials: emprendedores digitales

Aunque así pareciera, para la generación Millennial no todo son selfies, viajes y redes sociales. Llega el momento en que muchos de nosotros sentamos cabeza y empezamos a pensar en nuestro futuro y proyectos a realizar. Pero claro, nunca dejaríamos de lado el mundo digital en el que estamos sumergidos. Entonces le buscamos una finalidad “más” útil a las fotos, a los viajes, a Facebook e Instagram.

Alguien, alguna vez, dijo que una foto vale o dice más que mil palabras, y no se equivocó. Mucho nos llega a través de la imagen y es por eso que los millennials, quienes gobernamos el mundo de la tecnología -o eso creemos-, utilizamos la imagen para mostrar el producto que queremos vender y logramos hacerlo, quizás mejor que nadie, o por lo menos mejor que otros. Una vez que tomamos la foto, la subimos a las redes sociales y de esta manera llegamos a tener un gran alcance. Se podría decir que la mayoría de estos proyectos son conocidos por la gente a través de las redes. Otros viajan pero no con fines de descanso sino que lo hacen para promocionar sus ideas, creaciones y proyectos a otros lugares del mundo.

Y aunque para los millennials el hecho de ganar dinero es importante, no relacionamos el éxito solo con la adquisición de bienes materiales sino que nos inclinamos más por buscar el compromiso y disfrutar de lo que hacemos. Para los millennials emprendedores, el gran sueño es poder llegar a tener su propia empresa, convertir sus ideas en productos o servicios que realmente ayuden a satisfacer necesidades y vivir sin ataduras ya que se resisten al status quo en los ambientes tradicionales de trabajo. En pocas palabras, desean un estilo de vida libre sin tener que rendirle cuentas a nadie o por lo menos, no tantas.

Daniela Vera tiene 24 años, estudió diseño de indumentaria y textil en la Universidad de Palermo. Tiene una marca de ropa que se llama “Ampi Vera”. Ella relata: “El emprendimiento nació tras haber ganado el concurso “Mi primer desfile profesional” el cual te permitía realizar un desfile en el marco de Argentina Fashion Week. Una vez realizado el mismo, nació el impulso de crear mi marca”. Con respecto al capital para empezar con el emprendimiento, Daniela contó con la ayuda de sus padres: “Ellos me dieron un capital inicial que me permitió generar mi primera colección”. Daniela suma que por el momento, el local de ropa va muy bien: “Hace una año que estoy con esto y la verdad es que la repercusión de la marca, superó mis expectativas”. Tiene un empleado que atiende el Showroom, mientas que del marketing se encarga ella misma, hace cursos online y lee acerca del tema, ya que asegura que es muy importante para la venta y desarrollo de la marca. El marketing lo hace casi exclusivamente a través de Instagram y Facebook.

A Federico, de 28 años, en cambio, no le fue tan bien. “Mis socios y yo laburamos en diferentes rubros a lo largo de 10 años y después nos decidimos a armar un emprendimiento juntos, pero no pretendíamos vivir de eso, cada uno seguía con sus tareas. La gran mayoría de los emprendedores lo que hacen es copiar, es muy difícil innovar hoy en día. Innovar, innovan los genios y si no sos un genio, copiá el modelo que creas que es el número 1, copialo lo mejor posible, seguí sus pasos, y vas a triunfar”. Federico asegura que entrar a un emprendimiento que implique arriesgarse económicamente, hasta tal punto de dejar el trabajo que uno tenía hasta ese momento, significa salir de la zona de confort. “En mi caso yo salí de mi zona de confort, dejé mi laburo porque no quería hacer más lo que hacía, necesitaba una excusa para jugármela pero no me salió muy bien así que después me tuve que buscar otro laburo”.

El emprendimiento de Federico fue -como él mismo lo llama- un “co-working”, que consiste esencialmente en ofrecer un espacio amoblado con capacidad suficiente para trabajar, estudiar o tener reuniones por el cual los usuarios deben pagar y si quieren consumir alguna bebida, no está incluida en el costo del espacio. Al buscar una explicación al fracaso, sostiene que no fue suficientemente promocionado, o quizás, él y sus socios no supieron hacerlo adecuadamente. Concluye diciendo que: “Hay dos tipos de emprendedores: el que larga todo, y sale de la zona de confort, invirtiendo plata que haya ahorrado o tenga para otro fin y la use en eso, y el otro, que a la par del trabajo que ya tiene, decide empezar a emprender. Tengo amigos que fracasaron en sus emprendimientos por no disponer de tiempo o no invertir el tiempo necesario para que el nuevo proyecto triunfe”.

Por otro lado, existe una historia -para nada “Cobarde”- que empezó hace un año y medio aproximadamente. Juan Gotelli y su hermano tenían ganas de generar algún emprendimiento que esté relacionado con la cocina ya que a Juan le encanta cocinar y su hermano tiene un restaurant en el microcentro porteño. “El tema de la cerveza siempre nos atrajo a los dos y que haya proliferado tanto en la ciudad fue muy bueno. Yo estaba mal con mi laburo y siempre estaba en la búsqueda constante de lugares para potenciar cervecerías, y me preguntaba dónde quedaría copado o dónde faltaba… hasta que apareció este lugar: Junín al 1700”.

Juan cuenta que sin pensarlo mucho, se juntó con gente que podía llegar a confiar en él y que quizás le divertiría el tema de tener un bar. “Al principio, cuando busqué a los inversores, todos me miraron como si yo estuviera loco. No podían entender que quería abrir un bar fuera de Palermo del tamaño de Cobarde, y más en esa cuadra. Insistí, busqué y conseguí a la gente indicada, de súper confianza mía y arrancamos.” Y confiesa que: “Emprender en este país, da miedo”. Al preguntarle por qué piensa eso, dice que se encontró con un montón de trabas que nunca pensó que iba a tener. Asegura que hay demasiadas reglas, que muchas son “incumplibles” y que el sistema está diseñado para trabar las cosas, por lo menos un poco.

“Lamentablemente, a las cláusulas te las tomás personales siempre, como que te quieren atacar. Pareciera que cuando uno quiere hacer las cosas bien, el tema de la regulación tan vieja y mal ejecutada hace que uno quiera ir por otro lado. Lo mismo pasa con los impuestos o tener a la gente en negro o en blanco”. Juan afirma: “Nosotros tenemos a los chicos que trabajan en el bar, en blanco y cobramos un montón con tarjeta pero entiendo a los que no lo quieren hacer. Es decir, es muchísimo lo que tenés para perder y poco para ganar si hacés bien las cosas”, concluye. El bar tiene 30 empleados que trabajan en la semana. “Varían los días y los chicos, pero generalmente somos 18 al mismo tiempo, más los que trabajan en la cocina los días más fuertes”. Reconoce que el marketing que hacen es “muy suave”, más que nada por Facebook e Instagram y apunta a todo tipo de target. Cuenta que el público que concurre durante la semana es mayoritariamente gente que vive en la zona, esa es la diferencia que tienen con los locales de Palermo, donde vive menos gente alrededor de los bares y hay una competencia feroz. Juan afirma: “Acá con los bares de alrededor tenemos muy buena onda y hay mercado para todos. En cuanto a las ganancias todavía no perdimos ni un mes, es decir que vamos bien. Ganamos más de lo que gastamos”.

Augusto Mustafá es el fundador y director de la marca Elepants. Tiene 25 años y es el tercero y único varón de 7 hermanos. Si bien empezó a estudiar Publicidad en la AAP (Asociación Argentina de Publicidad) todavía no terminó esos estudios. Pero hizo un curso de Dirección para pequeñas y medianas empresas en el IAE (Instituto Argentino de la Empresa). Confiesa: “Me considero una persona muy activa, si bien no estudio una carrera formal, me mantengo actualizado permanentemente”. A finales de 2012 y con sólo 20 años decidió empezar con su propio emprendimiento, relacionado con su peculiar gusto por la ropa, el conocimiento del mercado local e internacional, y el fin de crear una marca que tenga su propio sello. Así nació Elepants, y sus emblemáticos pantalones que hoy en día, todos reconocemos con tan sólo verlos. A pesar de las críticas recibidas, Augusto usaba este estilo de pantalones en todos los ámbitos de su vida, porque según él, y como muchos de nosotros hemos podido comprobar: “Son muy cómodos”.

Augusto cuenta que financiar el emprendimiento al principio, fue muy difícil: “Apelamos a préstamos personales de amigos y familiares pagando los intereses correspondientes. Recién luego del segundo año, pudimos acudir a préstamos bancarios”. Su objetivo fue y es que todos vistan su ropa en la vida cotidiana. Entonces, pidió asesoramiento a su madre en la compra de telas, buscó un taller y comenzó a fabricar. Al principio vendía en su casa, o en la oficina de su padre, pero finalmente en agosto de 2014 decidió abrir su propio local. Hoy Elepants tien casi 70 empleados, 6 locales propios y 22 franquicias. Hay más de 140 locales multimarca que comercializan sus productos a lo largo de toda la Argentina. Más allá de que el producto que más se destaca es el pantalón, Elepants tiene una línea variada en indumentaria para hombres y mujeres. “Mi mayor objetivo es poder llegar al resto del mundo con Elepants”, dice Augusto.

Estos testimonios demuestran que los empresarios millennials están desempeñando un gran papel en la economía y están transformando el mundo laboral a pasos agigantados.

Los millennials somos reticentes a adaptarnos a entornos laborales muy estructurados y rígidos y esta actitud nos lleva a forjar nuestras propias empresas, o al menos, intentamos hacerlo, ya sea por necesidad o por vocación. Nuestra prioridad es la satisfacción en todos los órdenes de la vida, incluso en el trabajo, por eso, si ganar mucho dinero significa no tener vida, entonces preferimos ganar menos.

Es evidente que la tecnología e Internet nos abren un mundo de nuevas posibilidades para nuestros emprendimientos. Podemos pensar en negocios que sean completamente virtuales, sin una localización física y también podemos tener nuestra empresa mixta, fabricando o comercializando en un mercado tradicional por un lado y promocionando y vendiendo nuestros productos en las redes, llegando a expandir nuestros servicios a nivel mundial a un costo considerablemente menor que un par de décadas atrás.