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La Nación 14/11/2014
A 30 años del debate entre Caputo y Saadi
¿Por qué la Argentina es uno de los pocos países de la región que en forma sistemática elude los debates presidenciales? Leer nota digital >
A 30 años del debate entre Caputo y Saadi
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Es verdad que por su reticencia a los debates presidenciales la democracia argentina padece un agujero considerable por donde hace agua. Pero tampoco puede afirmarse que nunca hayamos tenido ningún debate nacional importante en vísperas electorales o que no sepamos de qué va el género. Uno tuvimos: el del Beagle. Fue el 14 de noviembre de 1984, hace hoy 30 años.

Digámoslo de otro modo. Pasaron tres décadas desde la única vez que los argentinos siguieron masivamente por televisión (lo transmitieron los canales 7 y 13 en simultáneo) un debate destinado a ilustrarlos sobre lo que se jugaba en las urnas, suceso televisivo que paralizó al país, resultó central? y nunca más se repitió, por lo menos en términos de similar intensidad.

En el amanecer de la democracia la demoscopia no estaba tan desarrollada, pero existen pocas dudas sobre el impacto efectivo que tuvo ese contrapunto inolvidable, el del canciller radical Dante Caputo y el senador peronista Vicente Saadi, moderados por Bernardo Neustadt. La memoria colectiva consagró la creencia de que el debate de "las nubes de Úbeda" (un dicho de los tiempos de Alfonso VIII sobre los cerros de Úbeda que Saadi enunció mal y que se inmortalizó como la cumbre de lo extemporáneo) fue determinante, quizá no en cuanto al resultado pero sí a la contundencia. La posición oficialista obtuvo diez millones y medio de votos, el 81,13%. La opositora, poco más de dos millones, 17,24%. Pese a que no era obligatorio y había cierta agitación abstensionista, votó más del 70%. Eso es apenas 9 puntos menos que en las últimas presidenciales.

Quien consiga algún día explicar por qué la Argentina es uno de los pocos países de la región que en forma sistemática elude los debates presidenciales seguramente computará aquella experiencia como génesis de la debate-fobia que desarrolló nuestra dirigencia política. Una patología, lo sabe cualquier politólogo, que no está restringida al debate preelectoral televisado sino que se vincula con la falta permanente de diálogo y con la ausencia de un sistema de partidos robusto, carencias que la era kirchnerista profundizó con dedicación. Precisamente lo que hace 30 años ayudó a que el abanderado del "no" fuera un viejo caudillo feudal de maneras vetustas, que refutaba a su rival gritándole "¡eso es pura cháchara!", fue la crisis que arrastraba el peronismo tras su primera gran derrota en las urnas, un año antes. Quizá Saadi, un error del casting, instauró el equívoco, la idea de que en todo debate hay mucho para perder, extremo que la estadística no confirma.

El hecho de que la convocatoria a las urnas fuera sui generis -ni siquiera era esperable un plebiscito- podría inducir al error de excluir del rubro debates este antecedente, el principal. Es cierto, ni Caputo ni Saadi eran candidatos a nada. No había candidatos porque no se disputaban cargos; técnicamente se trataba de una consulta pública no vinculante. Ni antes ni después los argentinos votaron algo simplemente por "sí" o por "no" como en 1984. A la postre, la trabajosa paz con Chile, que había sido sometida a la mediación, también extraordinaria, del papa Juan Pablo II y requería un cierre, resultaría la decisión más importante que haya adoptado un gobierno después de preguntarle al pueblo qué quería hacer. Pero en la lista de novedades hubo otra que pasó casi inadvertida: el tema del Beagle avisó que el edificio de la representatividad política, que se derrumbaría con estruendo en 2001, ya estaba rajado. Poco después de la consulta pública el tema fue sometido al Senado, como lo manda la Constitución, y allí el peronismo rechazó el acuerdo con Chile. Apenas fue aprobado por un voto: 23 a 22. En el lenguaje inflamado que hoy usa la Casa Rosada se habría dicho que el peronismo le dio la espalda a la voluntad popular. Que no era del 54% sino del 81. Vaya desdén.

Carlos Menem, incipiente renovador, fue el principal de los pocos dirigentes peronistas que hicieron campaña por el "sí" al lado del presidente Alfonsín. Está claro que Saadi, quien tenía entre sus asesores a Nilda Garré, no consiguió convencer siquiera a la mayoría del pueblo peronista, el cual once días después del debate terminó votando por el "sí". Racional, calmo, seguro, pacifista, Caputo lució casi tan cautivante como John Kennedy en 1960, mientras el caudillo catamarqueño sonó antipático, atolondrado, gritón, belicista, todavía menos atractivo que el transpirado Nixon.

Testimonian viejos compañeros de ruta que del lado del "no" formaba, en Río Gallegos, un joven matrimonio Kirchner que acababa de comenzar su carrera política en el Estado santacruceño, él, en la Caja de Previsión Social, y ella, como asesora del Ministerio de Educación. Es curioso, los Kirchner siguieron a Menem en los años 90, compartieron con él sucesivas boletas electorales, lo votaron, lo elogiaron y hoy lo tienen de aliado, pero esa vez, cuando Menem se jugó por una posición progresista que sería convalidada por la historia, ellos lo enfrentaron. Para lo cual cerraron filas con el almirante Isaac Rojas, el general Levingston o el mismísimo general Menéndez, entremezclados con el fervor nacionalista del Frente de Izquierda Popular.

Raro destino el de Cristina Kirchner: ahora le toca homenajear como presidenta el 30° aniversario de un acuerdo internacional al que como militante combatió.

 
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