Democracia, balotaje y voto en blanco

Sebastián Guidi, profesor de la Facultad de Derecho UP, habla sobre democracia y participación en la sociedad civil.

Si la democracia sólo fuera votar habría tenido razón Borges al ridiculizarla como un “curioso abuso de la estadística”. Quienes le asignamos valor por la importancia del debate público creemos que se ejerce constantemente y no sólo cuando se nos pide condensar todas nuestras preferencias en un voto. Es normal apreciar los valores de A, la capacidad de B y las propuestas de C, pero sólo podemos elegir a uno de ellos. Si la democracia se redujera a esto, sería muy poco lo que podríamos esperar de ella. Afortunadamente, es mucho más: la ejercemos al controlar a nuestros representantes, al debatir sobre cuestiones de interés público, al participar en la sociedad civil.  

Precisamente, los periodos electorales son clave para fortalecer nuestros debates democráticos sobre ideas, valores y programas. Sin embargo, el debate de los días posteriores a la última elección de la Ciudad fue si habría o no balotaje. Éste, además de ser una obligación constitucional, es una garantía de racionalidad del sistema electoral: sólo mediante un balotaje nos aseguramos de que más de la mitad de quienes votan consientan quién los gobernará. El ganador de las elecciones del 5 de julio obtuvo casi el mismo porcentaje de votos que la ganadora de las presidenciales de 2007. En ambos casos algunos dijeron que el 55% de la sociedad votó en contra del oficialismo. Esto sólo puede corroborarse en un balotaje. Luego, la discusión se movió al voto en blanco. Éste cumplió un papel fundamental cuando la legitimidad del sistema político estuvo puesta en cuestión: tanto en 1963 -con el peronismo proscripto- como en 2001, uno de cada cuatro votos fue blanco o anulado. Hoy la discusión no pasa por su valor político: se discute sobre el tamaño de su casillero en la pantalla. ¿Tiene sentido esta discusión?  

Un modo de influir sobre las decisiones de las personas es modificar el contexto en el que son tomadas. Se sabe desde siempre que por eso los comercios ubican las golosinas cerca de las cajas. Otro ejemplo: según estudios empíricos, aparecer primero en la boleta puede mejorar hasta 3,5% la performance de un candidato. Del mismo modo, se supone, el mayor tamaño del botón de voto en blanco podría inducir a presionarlo.  

Lo interesante es que este efecto disminuye a medida que los electores concurren a votar provistos de mayor información: es un defecto que puede ser corregido mediante el debate público. En el caso del voto en blanco, entonces, pasaría algo similar: el tamaño del botón importará únicamente si ambos candidatos no hacen su mayor esfuerzo para mostrar qué los diferencia, especialmente a quienes piensan que “son lo mismo” y por lo tanto son proclives a dejar la decisión al resto de los ciudadanos.  

Si logramos que el balotaje se transforme en ese debate, confirmaremos que hemos llegado mucho más lejos que el abuso de la estadística.

Por Sebastián Guidi, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Palermo.