Vivir con miedo a la violencia

Vivir con miedo a la violencia

Maximiliano Korstanje, profesor e investigador UP, analiza los efectos del terrorismo en el siglo XXI.



Vivir con miedo a la violencia

Colocamos rejas, compramos seguros, nos vacunamos, dejamos el auto bajo techo, evitamos los tumultos, desinfectamos nuestras casas, comemos sano, sacamos asistencia al viajero antes de tomar el avión. Sin embargo, el inventario de nuestros miedos parece seguir igual de nutrido, repleto de amenazas que están ahí, al acecho, boicoteando cualquier intención de estar a salvo.

Pero ¿cuán amplio es nuestro catálogo de miedos? Lo suficiente como para decir que en la Sociedad de la Información se teme tanto o más que en la Edad Media. Al menos, eso es lo que sostienen no pocos especialistas, quienes destacan esta singularidad como un rasgo propio de la época. Algunos miedos mantienen su vigencia pese al paso de los siglos, como el miedo a morir. Otros ascienden o descienden en orden de importancia según la época, como el miedo a los terremotos, los huracanes o los tsunamis. Y están los que irrumpen y se instalan, escalando posiciones en tiempo récord hasta ubicarse en los primeros puestos. El miedo a ser víctimas de la violencia irracional y del terrorismo responden, ahora mismo, a esa categoría.

El atentado terrorista perpetrado el 31 de octubre en Nueva York, en el que perdieron la vida cinco turistas argentinos, así como el caso de Abril, la nena que murió de un balazo tras un intento de asalto a su familia en La Plata, o hace poco más de un mes el tiroteo de Las Vegas, que acabó con la vida de casi sesenta personas e hirió a otras quinientas que asistían a un festival de música country, son los capítulos más recientes de una saga que se va escribiendo en el imaginario colectivo, una suerte de subtrama de la realidad en la que late una amenaza: "El próximo podría ser yo". El miedo a la irrupción de la violencia irracional no sabe de estadísticas. Cualquiera podría estar a merced del accionar de un desequilibrado, un criminal o un terrorista.

"En otras épocas, los atentados se planificaban minuciosamente por medio de la despersonalización de la violencia. En otras palabras, los terroristas atacaban a grandes personalidades o figuras de poder sin arriesgar su propia vida. La violencia ejercida se daba por medio de un artefacto, un arma, una bomba, una máquina", dice Maximiliano Korstanje, investigador principal del departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo, especializado en terrorismo. "El proceso de globalización ha generado cambios profundos en las formas de autoridad. Por eso, hoy los terroristas buscan desestabilizar la política por medio de ataques contra turistas y viajeros globales. La muerte de los cinco ciudadanos argentinos ha dado un mensaje no sólo a Estados Unidos sino también a los gobernantes de nuestro país y a la opinión pública." Según el especialista, en los próximos años los métodos del terrorismo serán los mismos: emplear medios de transporte -que hacen a la movilidad de la civilización occidental- como armas.

Con la irrupción de la modernidad se instaló el principio de contingencia, que conecta el tiempo presente con aquello que puede suceder, aunque no suceda en realidad. Esta forma de pensar orientada exclusivamente al futuro, que ha sido el motor de notables logros científicos y tecnológicos que nos han cambiado la vida, también crea un clima de ansiedad que otras civilizaciones desconocían, dicen los expertos. A ese nivel de ansiedad se lo conoce como riesgo. Lo que genera malestar no es el hecho en sí, sino saber internamente que puede volver a ocurrir en cualquier momento, en cualquier lugar. Incluso con nuestros seres queridos.

Individuales, pero colectivos
La antropóloga mexicana Rossana Reguillo afirma que los miedos son experimentados en forma individual, pero que se construyen socialmente y se comparten a través de la cultura. Si bien son las personas concretas las que los padecen, detrás de esos temores hay una sociedad que genera no sólo la noción de riesgo o amenaza, sino también ciertos modos de respuesta estandarizada. Sobre todo, cuando el Estado se muestra incompetente frente a esa sensación de vulnerabilidad.

En ese sentido, Freddy Timmermann, doctor en Historia y académico de la Universidad Católica de Chile, especializado en historia de las emociones, marca un hito determinante con la caída de las Torres Gemelas. "El 11 de septiembre del año 2001 se instala un objeto de miedo, el guerrero islámico, ante el fracaso de Estados Unidos de erigirse en la única potencia global, y también ante la necesidad de reemplazar los miedos de la bipolaridad de la Guerra Fría. Desaparecida la URSS en 1991, cae la figura del comunista como objeto que estructura una lógica imperialista. Sin duda, el terrorismo permite al Estado legitimar cualquier medida de disciplinamiento social y para eso debe instalar que existe un enemigo, real o no. Es un buen negocio para los mercaderes de la violencia y un mal negocio para la soberanía ilustrada", asegura.

El ecosistema mediático, que amplifica los atentados y los hechos de violencia, viraliza además estos temores. "El miedo es una emoción humana básica, pero cuando se junta con la ansiedad puede ser paralizante. La audiencia no sólo quiere saber qué pasa sino que, a través de los medios, también ejerce una suerte de catarsis con ese otro que sufre. Cuando se transmite una noticia sin ofrecer una solución a corto plazo, la mente se enfrenta a un clima de distress que es muy nocivo", agrega Korstanje, autor del libro Terrorism, Tourism and the End of Hospitality in the West (Springer Nature).

¿Qué suele hacer el ciudadano común para combatir esta sensación cotidiana de vulnerabilidad? "El miedo genera ansiedad y, con ella, una voracidad irreflexiva por comprar supuestos reaseguros que nunca alcanzan. Además, genera consumo. Y promueve una merma en la vida social cuando, paradójicamente, la soledad es el territorio más fecundo para el miedo", ha descrito el psicoanalista Miguel Espeche.

El desafío será, entonces, dominar la ansiedad y aceptar que no hay modo de prever eventuales contingencias que, aunque improbables, son una marca de la época. A escala social, quizá ayude evitar el aislamiento del que hablaba Espeche. Tras los atentados en Barcelona y Cambrils, que en agosto acabaron con la vida de trece personas, una multitud se reunió a metros del ataque para plantarse frente al terror. El grito fue unánime: "No tenemos miedo".