Bitcoin, la moneda de la posverdad

Bitcoin, la moneda de la posverdad

Mariano Gallego, docente UP, analiza el bitcoin y la era de la posverdad.



Bitcoin, la moneda de la posverdad

Hace unos días el Premio Nobel de Economía, Robert Shiller, esbozó en una entrevista que “el bitcoin no tiene valor a menos que exista el consenso de que tiene valor”. Este podría ser uno de los síntomas de esta nueva era. El valor real del bitcoin, según Shiller, a diferencia incluso de otras monedas de moda en épocas anteriores, sería “igual a cero”. “Ni siquiera podría ser equiparable a los tulipanes”, menciona también, haciendo referencia al período durante el siglo XVII en los Países Bajos en el que estas flores se transformaron en objeto de especulación llegando a valores extraordinarios y causando luego una crisis financiera. Eso le quitaría al bitcoin todo respaldo y el sustento “materialista” que –por lo menos para los teóricos más tradicionales, tanto liberales como Adam Smith, o socialistas como Karl Marx– otorgan valor al resto de las monedas (incluso los tulipanes necesitaban ser sembrados y cultivados por trabajadores). En términos marxistas, el fetiche respecto al bitcoin sería absoluto: un papel cuyo valor estaría dado exclusivamente por su representación.

Al respecto se desprenden dos cuestiones fundamentales.

La primera: no es cierto que el valor del bitcoin esté dado simplemente por el “consenso” como afirma Shiller. Esta moneda se intercambia por otras que sí tienen respaldo (sin meternos en el debate respecto al valor del dólar, ni en los altos niveles de consumo energético que requiere el Blockchain que resguarda y verifica estos intercambios). De todos modos, es cierto que el bitcoin ha ido superando con creces a estas primeras y que su apreciación es verdaderamente producto de este “consenso” originado en una fuerte demanda y especulación. Cada ensayo de regulación por parte de algunas naciones que intentan proteger su sistema financiero –como Corea del Sur o China–, no hicieron más que acrecentar este proceso.

Esto nos sume en la segunda cuestión: ¿es esta diferencia entre el valor del bitcoin y las monedas que lo respaldan el producto de una simple burbuja que tarde o temprano reventará?

Según un sondeo hecho por el canal financiero CNBC, el ochenta por ciento de los economistas de Wall Street no duda acerca de esto que, de algún modo, reivindicaría las teorías tradicionales respecto del valor. Ahora, si –como también deja entrever Shiller– este sobrevalor durase cien años ¿deberíamos considerar el fenómeno como una simple burbuja? Es decir, ¿puede algo que dure cien años considerarse simplemente una “burbuja” -una representación sin sustento “material”- o habría que interpretarlo de acuerdo a una nueva lógica?

Una de las principales características que conforman la “era de la posverdad” radica en la construcción de una realidad cuasi virtual en la que la búsqueda de la “verdad” -uno de los principales sustentos de la Modernidad-, ha perdido sentido. Es decir, la tensión entre el “relato” y lo “real” pareciera haber desaparecido completamente, sumiéndose el segundo en el primero, sin dejar siquiera las huellas del proceso.

Así como la “era de la posverdad” no podría pensarse por fuera de la realidad virtual que producen los “tecnorelatos”, el bitcoin depende exclusivamente de ellos. Quizá su valor dure lo mismo que esta era –cincuenta, cien, doscientos años–, equiparando ambos fenómenos, lo que nos sumiría de algún modo, más que en el valor de una moneda, en el valor de una época y en una nueva lógica de los intercambios, en la que todo sustento estaría dado por esto que Shiller menciona como el “consenso”, y por ende, las “instituciones” encargadas de construirlo: una realidad virtual cuyo único valor sería el “valor de uso” o la demanda, como les gusta mencionar a los marginalistas, incluso a los mismos que acusan al bitcoin de no ser más que una burbuja.

Más allá de la impaciencia occidentalista y en oposición a una perspectiva oriental (a Mao le preguntaron alguna vez respecto del capitalismo y su afianzamiento, y respondió: ¿cuánto puede durar, cinco mil, diez mil años más?), es cierto que los procesos históricos son mucho más extensos –y extenuantes– de lo que las cosmovisiones actuales están dispuestas a soportar. Asimismo, una burbuja que dure cien años, por lo menos a efectos analíticos -si no se quiere caer en los habituales errores epistemológicos-, debería ser considerada inevitablemente como una nueva “verdad” (aunque ello no nos guste).

De lo que no caben dudas es respecto a que el bitcoin es inevitablemente uno de los síntomas de esta nueva era.

* Mariano Gallego es Docente de Teorías de la Comunicación II (UBA) y de Ciencias Económicas y Políticas (Universidad de Palermo).