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Yo estuve ahí: por qué nos fascina el turismo catástrofe
09/08/2015

Yo estuve ahí: por qué nos fascina el turismo catástrofe

Maximiliano Korstanje, profesor en la Universidad de Palermo y miembro asociado del Tourism Crisis Management Institute del Reino Unido, comenta sobre este particular fenómeno.

Yo estuve ahí: por qué nos fascina el turismo catástrofe

Los expertos en marketing lo saben: hoy no se venden productos puntuales, sino la idea de vivir "experiencias inolvidables". En la pujante y exitosa industria del turismo, eso puede querer decir cenar en un restaurant cinco estrellas y ver el recital de la banda favorita, pero también pasar una noche en una cárcel histórica, dar un paseo por la favela más pobre y peligrosa de Brasil o buscar las huellas del huracán Katrina en Nueva Orleans.

En efecto, la industria turística ha desarrollado en la última década toda una gama de productos que prometen atender las necesidades de aquellos que buscan este tipo de atracciones, en lo que se conoce como "turismo macabro" o dark tourism, que ya cuenta con sus agencias de viaje, centros de estudio y libros, y que incluye, por ejemplo, excursiones a escenarios de tsunamis, terremotos, inundaciones o actos terroristas; viajes a zonas de guerra y conflicto; tours narco en México; retiros al estilo paramilitar o juegos de espías en la ex frontera soviética.

Para quienes estudian y debaten acerca de este turismo de nicho, las causas del fenómeno responden a una cantidad de variables, que van desde la necesidad de supervivencia de la propia industria hasta algunas sensaciones contemporáneas: el aburrimiento siempre acechante, la búsqueda de adrenalina, la construcción de una identidad sobre la base de los consumos y el constante corrimiento de las fronteras de lo que se considera original o exótico. Cuando ya visitamos Tailandia varias veces, ¿qué podrá sorprendernos?

El marco general del dark tourism es una industria que crece a un ritmo exponencial, beneficiada por la accesibilidad en los costos, la mejora en los medios de transporte y el avance tecnológico en general. Según una nota reciente del New York Times, en 2012 se contabilizó un récord de mil millones de viajes al exterior, y muchos más realizaron desplazamientos internos, contribuyendo con un total de 7,6 trillones de dólares a la economía mundial. Asimismo, la UNWTO (The United Nations World Tourism Organization) proyecta que para 2030 el turismo alcanzará el impresionante número de 1,8 mil millones de viajes al año.

En este contexto, muchos están empezando a preguntarse por los costos asociados a esta impactante movilización de gente y recursos, desde el cambio climático hasta la migración, la conservación de los sitios de interés, e inclusive cuestiones como el impacto social en las comunidades y el creciente descontento de los locales. Como explica Elizabeth Becker, autora del libro Overbooked: The Exploding Business of Travel and Tourism, los países están empezando a prestar atención a este tema, debido a las reacciones cada vez más refractarias ante las hordas de turistas, en particular en Europa y Asia.

En medio de este boom, el turismo negro -que presenta lugares asociados con la muerte y la desgracia como atracciones para ser visitadas- ingresa en la conversación para abrir otros interrogantes. Si bien varios de estos sitios poseen un valor histórico en sí mismos por su contexto sociopolítico (Hiroshima en Japón, Chernobyl en Ucrania), el listado de destinos no termina ahí, e incluye sitios de catástrofes más recientes (Ground Zero en Nueva York, las ruinas post tsunami y Katrina, locaciones de exterminios masivos en Ruanda) y hasta divertimentos construidos con fines turísticos o evocativos, como el London Dungeon o el Fukushima Gate Village en las inmediaciones de la planta. Este último proyecto consiste en construir una villa con restaurantes y tiendas de souvenirs, así como un museo dedicado a concientizar sobre el impacto del desastre nuclear.

Escala humana

 "La muerte ha sido retratada por las sociedades desde hace miles de años. La sociedad edifica en el lugar de la tragedia un hito, un santuario, una marca estética no sólo para explicar por qué sucedió, sino qué podemos hacer para que no vuelva a ocurrir. Luego del desastre, el sobreviviente siente el deber moral de antropomorfizar (hacer más humana) la muerte, y la forma en la cual puede hacerlo es conferirle un signo estético", apunta Maximiliano Korstanje, profesor en la Universidad de Palermo y miembro asociado del Tourism Crisis Management Institute, en el Reino Unido. Quizás este sea al fin y al cabo el ejercicio más interesante: indagar por qué nos sentimos tan atraídos por estos sitios, preguntarnos por su conexión con otros fenómenos en la cultura, y descifrar si es posible encontrar alguna posibilidad de aleccionamiento (o valor estético) en una tragedia colectiva.

Si bien éste es un fenómeno más reciente en América Latina, en Europa y Asia podría decirse que es casi un negocio instalado y culturalmente naturalizado. Eso no impidió que, al igual que los personajes de la impactante novela de Emmanuel Carrère, De vidas ajenas, el fotógrafo francés Ambroise Tézenas quedara conmocionado por partida doble: primero, al experimentar el desastre de Sri Lanka en carne propia cuando el tsunami golpeó la zona en 2004, y luego cuando se enteró de ese lugar se había convertido en un atractivo turístico.

Perplejo ante la idea de que alguien quisiera hacer turismo para ver los restos del horror que él había vivido, decidió viajar por todo el mundo visitando a la par de los turistas estos sitios de calamidades históricas. Nada de pases de prensa o beneficios especiales. De esta documentación premeditada y consciente surgió el libro I was here: Photographs of Dark Tourism, publicado este año. Tézenas admite que su idea no fue ridiculizar a los turistas que consumen ese tipo de atractivos ni moralizar al respecto, e incluso admite que no tiene del todo claro si deberían o no existir esos lugares, pero plantea que, si se elige ir a ellos, al menos habría que tener claro por qué.

En esa línea trabaja justamente el iDTR (Dark Tourism Institute) en Inglaterra, un centro de investigación sobre el fenómeno, cuyos fundadores, Richard Sharpley y Philip R. Stone, escribieron en 2009 el libro The Darker Side of Travel: The Theory and Practice of Dark Tourism . Stone y su equipo acaban de lanzar un proyecto de cinco años de duración para examinar los efectos de esta clase de viajes en espacios de herencia cultural. Stone, sin embargo, ofrece un controversial punto de vista: en sus palabras el turismo negro no existe; sólo se trata de un genuino interés por lo que sucede alrededor: "Vos y yo [...] cuando visitamos Ground Zero, no somos dark tourists, sólo estamos interesados en algo que pasó en nuestras vidas".

Aburrimiento total

Y sin embargo no todos sentimos la necesidad de ir a conocer esos lugares, y aun yendo, existen muchas maneras de relacionarse, de darles contexto y procesarlos. Por eso también se habla -y éste es uno de los objetivos del iDTR- de fomentar la implementación ética del turismo en estos sitios. Dejando a un lado un debate más esperable vinculado con la explotación comercial en forma de parque de diversiones (por algo se habla de la "disneyficación" de ciertos destinos), emergen otras posibles líneas de análisis. Se podría hablar de al menos dos variables contemporáneas en juego. Por un lado, cierta saturación de las opciones disponibles para el entretenimiento, que se evidencia en una búsqueda de emociones cada vez más fuertes. Por otro, el rol que juegan la tecnología y las redes sociales como amplificadoras de estas experiencias.

En la primera línea hay que considerar influencias actuales como los documentales de viajes del popular Anthony Bourdain (desafiando los límites de la sensibilidad y el buen gusto), los videos sensacionalistas de Vice o incluso atracciones recientes como los Real Escape Games, sin olvidar el auge en la última década de los deportes extremos.

En este sentido, no es despreciable el crecimiento de la rama dedicada al turismo aventura, con vertientes que la acercan cada vez más a lo macabro, incluyendo el war tourism (visita a zonas de guerra y convulsión política), un segmento que, según la revista The Atlantic, reportó un crecimiento anual del 65% en los últimos cuatro años. Para despejar cualquier duda, Nicholas Wood, fundador de Political Tours explica que la gente puede viajar mucho más fácilmente ahora, por lo tanto, si alguien quiere estar en el mercado de los viajes, tiene que traer un valor agregado a la mesa. En su caso, esto significa ofrecer viajes con destinos como Israel o el territorio palestino, y excursiones como "Libia después de la revolución" por 7000 dólares.

Pero esto no es todo. El amplio espectro que abarca esta búsqueda "adrenalínica" presenta opciones que podrían sorprender al más incrédulo: tours narcos en México, retiros inmersivos paramilitares, juegos de espías al estilo James Bond en la ex frontera soviética ("Escape de la URSS") y hasta estadías en prisiones antiguas o centros de tortura al estilo de Hameln en Alemania (una vieja cárcel construida por los nazis y transformada en hotel). El propio Tézenas recuerda haber fotografiado las Extreme Nights en el Karostas Cietums de Letonia, donde los fans de aventuras especialmente extremas podían ponerse en la piel de un prisionero por una noche.

Cada plan tiene su matiz, y despertará su correspondiente cuota de indignación, entusiasmo o curiosidad según corresponda, pero lo que todos parecen compartir es la sensación de que ya nada es suficiente para mantenernos entretenidos.

Visitar campos de batalla o sitios de guerra no es nuevo. Lo novedoso es cuán formalizado se encuentra el consumo a través de la industria hoy, y el modo en que Internet está "levantándolo". Esto nos obliga a pensar en los efectos de la mediatización constante de nuestra cotidianidad y el valor de las experiencias en un "mercado vivencial", en el que terminan sirviendo como moneda para transacciones tanto sociales como económicas. Si las vivencias se convierten en moneda y la tragedia se vuelve commodity, la selfie podría ser considerada la expresión mínima de este intercambio. Un gesto simple que encierra una visión de mundo y de nosotros mismos. "Es cierto que el turismo es parte de un proceso mucho más amplio de estetización de los consumos, como sucede con la gastronomía. El fenómeno de la estetización excede por mucho al turismo, y se liga con los procesos de estetización de la vida cotidiana", apunta Jorge Gobbi, docente, consultor en turismo y tecnología, y bloguero.

De contextos y sensibilidades

Cabe preguntarse qué tipo de procesamiento de una catástrofe es posible articular desde una óptica que promueve el entretenimiento y comercializa lo trágico, una discusión que quienes analizan las políticas de memoria -vinculadas, por ejemplo, a los sitios y monumentos recordatorios de genocidios masivos en distintos países- vienen dando desde hace tiempo. Para mirar lo que para muchos es banalización de las tragedias, Gobbi sugiere enfocarse en el hecho de que la mayoría son lugares de gran importancia histórica, que involucran hechos de enorme violencia política o tragedias naturales, y advierte sobre la importancia de una preservación y contextualización acorde. "Las dimensiones políticas de estos lugares hacen más complejo el tema de la estetización, ya que su masificación y falta de contextualización pueden lograr que se trivialice su relevancia histórica. Frente a ello encontramos una tensión permanente entre los intereses de algunos actores de promover la relevancia turística de un espacio y los que prefieren priorizar su importancia política", dice.

Situaciones donde los intereses comerciales y políticos entran en conflicto, y hasta el sentido común o la sensibilidad se ponen en tela de juicio traen a la mente ejemplos de atracciones como los slum tours en India, las visitas a favelas o a las villas locales. También, el debate en torno al memorial que se erigió sobre las ruinas del 9/11 en Nueva York, donde se instaló un museo que ofrece souvenirskitsch, como "perros de rescate" de peluche y paraguas estampados con lemas patrióticos.

Si lograr la mejor selfie se convierte en un ejercicio de rating y construcción personal, no sorprende que los escenarios más escalofriantes sean los más buscados. ¿Cómo explicar esas caras sonrientes en las autofotos post terremoto, junto a los restos de la Torre Dharahara, cuyos nueve pisos se derrumbaron en Nepal hace meses? ¿Será que esta facilidad tech exacerba el morbo o simplemente lo canaliza? Por algo a alguien ya se le había ocurrido crear un sitio web tan espeluznante y jocoso a la vez como Selfies at funerals, furor hace unos años. Korstanje insiste en la pertinencia de evaluar la relación con la tecnología: "Cuando la tecnología lleva al automatismo y a ver al otro como un instrumento para maximizar el propio placer, la incidencia en el uso de la tecnología en esta clase de sitios es alta. Sobre todo porque moralmente no tengo que lidiar con una muerte real, y porque en el confort y la seguridad del hogar puedo visualizar lugares de pobreza extrema como la favela de Rocinha o las villas miseria".

Pueden esgrimirse sin duda explicaciones bien de época, vinculadas al aburrimiento y la necesidad de intensidad, pero pareciera haber todo un aspecto no examinado. Korstanje propone ver el turismo negro como una manera de domesticar la muerte -uno de los mayores tabúes de esta cultura- en un mundo altamente secularizado: "Si bien hay varias escuelas o teorías que intentan explicar por qué nos sentimos atraídos por esta clase de espectáculos, ciertamente hay una suerte de catarsis que los especialistas llamamos thanaptosis. Los visitantes de estos lugares intentan imaginar su propia muerte, la muerte de sus seres queridos, quieren reflexionar sobre las causas históricas que han colaborado con la concreción del desastre y encontrar una explicación al infortunio. Algunos se mueven por cuestiones de religiosidad. En lo personal, creo que las personas que visitan estos espacios quieren oír un mensaje que en algunos casos servirá para su propia vida".

Habrá que hacerse cargo aunque las preguntas incomoden, ya que la fascinación o repulsión por estas situaciones refleja ante todo una postura sobre la naturaleza del dolor, propio y ajeno, sobre la vida y la muerte.

Laura Marajofsky

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MAXIMILIANO KORSTANJE, PROFESOR EN LA UP
"Los visitantes de estos lugares quieren oír un mensaje que sirva para su propia vida"

JORGE GOBBI, ESPECIALISTA EN TURISMO Y TECNOLOGÍA, Y BLOGUERO
"El turismo es parte de un proceso mucho más amplio de estetización de los consumos"

AMBROISE TÉZENAS, FOTÓGRAFO
"La muerte está tan cerca en las noticias y en el cine, y a la vez tan alejada de nuestra sociedad"