El corazón de las tinieblas de la crisis venezolana
Por Marcelo Cantelmi*
Este mes de junio de 2019 trascendió la barbarie de torturas que llevó a la muerte al capitán Rafael Acosta Arévalo a manos del servicio de contrainteligencia militar, un oscuro organismo que se identifica con las siglas Dgcim. Casi en los mismos momentos, la policía de Táchira le había vaciado los ojos con una perdigonada de 50 proyectiles a Rufo Chacón, un chico de 16 años de edad que protestaba en una módica marcha vecinal por la falta de garrafas de gas en su pueblo de Táriba.
Parte de esta barbarie es la que fundamenta el duro informe sobre las violaciones a los Derechos Humanos en la Venezuela chavista elaborado por la expresidente chilena, la socialista Michelle Bachelet. La funcionaria, que visitó el país ese mismo mes de junio en su rol de Alta Comisionada de la ONU para los DDHH, reveló que solo el año pasado, la nomenclatura bolivariana acumula una montaña de 6856 muertos en ejecuciones extrajudiciales.
El documento cita métodos de tormento y persecución contra opositores o la simple gente que protesta contra las carencias cotidianas, calcados del recetario de las dictaduras militares clásicas. La experiencia debe haber removido la memoria de la exmandataria cuyo padre, el general Alberto Bachelet, fue asesinado en 1974 durante el régimen de Augusto Pinochet con los mismos métodos de tormentos que les costaron la vida al capitán Arévalo y cargos construidos con similar cinismo de “traición a la patria”. Como en la novela de Conrad, El corazón de las tinieblas, el horror, el horror que Kurtz repite antes de morir.
El gobierno de Nicolás Maduro pasó por encima de las denuncias, y de la vidriera tenebrosa de esos casos, y emitió un informe propio en el cual su principal reproche a la investigación de la ONU es que no haya recogido los “avances” en derechos humanos del régimen.
Parte de esos “logros”, serían los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, de cuyas siglas Clap, sale el nombre de las cajas que con algo de alimentos son vendidas a los sectores más necesitados. Las mismas que exhibieron los militares chavistas en el desfile del Día de la Independencia, una originalidad grotesca en más de un sentido. Esas cajas desaparecen de los anaqueles e integran el amplio mercado negro que es el principal abastecedor de la población.
Por detrás de esa estrategia negadora y que se reafirma en la existencia de un enemigo externo que será siempre el responsable de las calamidades del país, lo que late es una interna en el poder. La gravedad de ese litigio es directamente proporcional a la brutalidad que está exhibiendo esta etapa del chavismo. El caso de Arévalo es sintomático de ese comportamiento.
El capitán fue arrestado el pasado 21 de junio junto a otros seis militares y jefes policiales, entre ellos hay un general de brigada y dos coroneles. El argumento, como siempre, fue la existencia de un complot que involucraba a los detenidos. No es claro si estos funcionarios participaban o no de una conspiración pero la intención del procedimiento ha sido advertir a las filas castrenses y de las otras fuerzas de seguridad a lo que se exponen si se salen de la línea.
Maduro no inventa nada nuevo. Es la misma estrategia de sobrevivencia que eligieron los Somoza en Nicaragua, los Duvallier en Haití o el también temible Rafael Trujillo en Dominicana. Pero lo importante en el análisis es que esta violencia exuberante del régimen confirma una equivalente inestabilidad dentro del propio aparato. La principal razón de esas tensiones crecientes es la abismal crisis económica que atrapa el país, o dicho en otras palabras, la desaparición de las fuentes de ingreso que permitían al gobierno mantener atadas sus fidelidades.
Aparte de los datos conocidos de un índice inflacionario cifrado en millones y la contracción espectacular del país que devoró desde 2013 la mitad del PBI nacional, aparece el derrumbe de la producción petrolera. El crudo es la única llave exportadora del país pero su producción se desplomó por debajo de los 700000 barriles diarios que apenas atienden las necesidades internas.
La ausencia o el recorte de esos ingresos estratégicos trabó la bicicleta del sistema cambiario que forjó fortunas entre los adherentes del régimen trasegando los dólares que producía el crudo. Por la misma alcantarilla se fue el negocio del contrabando de naftas a Brasil y Colombia que se fundaba en el precio subsidiado de los combustibles que el país ya no tiene.
Un diplomático con experiencia en la región concluye que la contradicción entre sobrevivencia y carencias es la que explica “que el régimen estimule la migración de millones de venezolanos, en particular de las clases media”. Busca con ese método primario “facilitarse la contención de los sectores económicos más retrasados” de los que no sospecha rebeliones debido a la necesidad. Pero lo cierto es que la grieta no está abajo sino en la superestructura.
Carente de ideología, en el modelo bolivariano quedan ya pocos negocios que lo justifiquen, incluso los pocos legales que sostenían a la pequeña burguesía local. De ahí el crecimiento en los últimos años de la protesta de la dirección opositora, en especial desde las legislativas de 2015. Ese conflicto hacia adentro alimenta las versiones sobre la existencia de negociaciones previas con altos jerarcas de la nomenclatura durante la fallida rebelión del 30 de abril en la cual la disidencia, apoyada por EEUU, apostó a que caería Maduro.
El régimen ha sobrevivido hasta ahora aprovechando la impericia de la oposición y haciendo equilibrio sobre un puñado de ficciones. La propia, de su supuesta identidad revolucionaria progresista, o de la amenaza de una invasión norteamericana inexistente pero que integra la narrativa justificatoria del chavismo. Del otro lado, en la ficción de la presidencia del líder opositor Juan Guaidó, cuya jerarquía como mandatario interino fue reconocida por más de medio centenar de países, pero que no ha pasado del terreno simbólico debido precisamente al enorme desafío que implica remover el esquema bolivariano de fidelidades.
El agravante ha sido que la disidencia colocó la vara demasiado alta generando expectativas de un cambio súbito al alcance de la mano con la consecuencia de frustración e impotencia entre sus seguidores. EEUU mira ahora con distancia un conflicto cuya complejidad nunca pareció entender en profundidad y en el que se involucró confiado en las visiones sencillas de sus asesores.
La acumulación de los errores de la oposición y sus aliados fortaleció al régimen que acabó haciendo una inevitable lectura equivocada de sus propias fuerzas agudizando los factores internos y externos que lo acorralan. La persecución a la oposición que se desató después de la intentona fracasada, con más de una docena de legisladores presos, exiliados o refugiados en embajadas, es un emergente de esa visión triunfalista. También los crímenes más resonantes contra la disidencia. El informe elaborado por Bachelet es la reacción que provocan esos lodos, donde inevitablemente chapalea el régimen, posiblemente en sus últimos pasos si no advierte que la crisis creciente es lo que dinamiza esta pesadilla.
*Profesor de Periodismo Internacional UP y editor jefe de la sección Política Internacional del diario Clarín.