Corea del Norte y los Kim, la cruel y astuta dinastía del Monte Paektu

Corea del Norte y los Kim, la cruel y astuta dinastía del Monte Paektu

Por Marcelo Cantelmi
Especial para el Observatorio de Política Internacional - UP

El régimen de Corea del Norte es una construcción extravagante y dinástica pero a la vez muy pragmática que pretexta una filiación comunista útil para sus necesidades estratégicas, esencialmente la alianza crítica que mantiene con China. En la práctica, esta dictadura nacida después de la guerra de Corea a mitad del siglo pasado, opera como una monarquía absoluta y hermética. Su defensa del poder no admite límites de crueldad ni en el sometimiento de su población. La doctrina Juche que diseñó el fundador de la dinastía, Kim Il-sung y continuaron su hijo Kim Jong-il y ahora el nieto Kim Jong-un, fundamenta la visión de insularidad de esa comarca. Ese pensamiento prioriza la autosuficiencia nacional y su independencia y fue creada como un límite ideológico a las propias alianzas inevitables de la época, tanto en su momento con la Unión Soviética como, hasta ahora, con la República Popular.

El interés global sobre ese país regresa de tanto en tanto al tope de la agenda pública. Esta vez por la desaparición de la escena por casi tres semanas de Kim Jong-un, un episodio que despertó todo tipo de rumores sobre su salud. Esos trascendidos, en medio de un aluvión de fake news, sostenían más bien el deseo de sus enemigos que lo dieron tempranamente como muerto. En esas elaboraciones, la sucesora en el poder sería la hermana del líder, Kim Yo-jong, que casualmente acaba de ser restaurada en el tope del poder del régimen. Pero no ha sido el caso. Ya lo había advertido el gobierno de Corea del Sur, que es el que con más eficiencia logra atravesar el hermético cierre informativo de sus primos del norte. Kim reapareció el viernes, sonriente, cortando la cinta de inauguración de una fábrica de fertilizantes. Nada se dijo de lo que sucedió en su ausencia o qué la motivó. El dato más sólido es que habría sido sometido a una cirugía y pasó el post operatorio en su casa de campo, en el centro turístico de Wonsan, afirma Seúl. En ese sitio, en el este del país, los satélites occidentales habían avistado el tren blindado del mandamás de la dictadura. Fuentes norteamericanas dijeron, a su vez, que se lo vio caminando sin ayuda ni silla de ruedas. Lo que también alimentó la idea de que pudo haber marchado allí para protegerse de la pandemia de coronavirus cuyo impacto en Corea del Norte se desconoce.

Esta es la tercera vez desde principios de año que Kim se aparta en un supuesto descanso por más de 10 días. En 2019 lo hizo por 22 días. Pero nunca faltó a la celebración del nacimiento de su abuelo, Kim Il-sung, los 15 de abril en el Palacio del Sol de Kumsusan como sucedió esta vez. La pandemia o ese post operatorio sería la razón. La salud del nieto de la dinastía siempre ha estado bajo sospecha por su obesidad y un fuerte tabaquismo. En ese punto cuaja también el dato difundido por la agencia Reuters de que un equipo de médicos chinos viajó de urgencia a Pyongyang en los días iníciales de la desaparición del líder.

La prensa rusa recordaba hace un par de semanas que seis años atrás Kim se esfumó por más de un mes y luego se lo vio usando un bastón. La inteligencia surcoreana concluyó entonces que había sido operado de un quiste en el tobillo. Sin embargo, en aquella ocasión los medios en internet de los exiliados norcoreanos y algunos occidentales informaron que estaba prácticamente en el lecho de muerte. Lo mismo que se ha dicho ahora.

Esa percepción de que Kim puede morir de un momento al otro, tiene sentido histórico, aunque menos en este presente. Como ya señalamos, la insularidad e independencia de Corea del Norte ha regido no solo en su región frente al enemigo occidental, también con respecto a China e incluso a la Rusia de Vladimir Putin. La historia es compleja y fascinante sobre ese recorrido. En principio, la dinastía norcoreana ha sobrevivido porque opera como un buffer estratégico en la región, un amortiguador frente a China de la influencia occidental, que existe significativamente en el sur de la península donde EE.UU. mantiene un poderoso regimiento y ha venido realizado hasta hace un par de años ejercicios militares navales alrededor del nordeste asiático para presionar a Pyongyang.

China ha preservado la frontera norte con el régimen dinástico por sus propias necesidades de poder. Pero la dictadura coreana siempre ha preferido traducir esa alianza con China, de la que depende el 70% de sus importaciones de energía y alimentos, como una herramienta de uso pero sin las lealtades extremas que podrían imaginarse. La arrogancia de la idea de los norcoreanos supone que China necesitaría más a su país que a la inversa.

La tensión en el pasado reciente entre estos dos vecinos, que no es tan recordada en Occidente, se originó en plena guerra de Corea, a comienzos de los años 50 del siglo pasado. Si el norte sobrevivió en un empate en ese conflicto brutal de la Guerra Fría fue por la intervención de cientos de miles de soldados chinos que equilibraron el conflicto a favor de Pyongyang. Pero las cosas estuvieron lejos de ser lineales. Los historiadores recuerdan que cuando las tropas del Ejército del Pueblo lideradas por el general Peng Dehuai entraron a Corea para colaborar en la guerra contra EE.UU., Kim Il-sung reclamó que Peng y las multitudinarias fuerzas chinas quedaran bajo su mando. Debió intervenir el dictador José Stalin para disciplinar en los tonos imaginables al abuelo del actual hombre fuerte norcoreano.

Estos antagonismos nunca se aliviaron, más bien se agudizaron cuando en el pasado reciente, mucho antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el Imperio del Centro comenzó a considerar la idea de que la crisis coreana tenía un peso innecesario en momentos que se profundizaba la interacción comercial y estratégica con Estados Unidos a caballo del enorme desarrollo chino. Se difundían por entonces papers del partido comunista chino que planteaban como hipótesis el ajuste a un nuevo escenario global en el cual se diluía el valor estratégico de Corea del Norte. Pyongyang rechazaba esa alternativa que conllevaba su desaparición y temía que el movimiento fuera algo más que un deseo por las acciones unilaterales de Corea del Sur, un país que, a despecho de la ideología de sus gobiernos, ha mantenido una sociedad franca y amplia con la República Popular. En esa línea, en abril de 2014, la luego destituida mandataria derechista de Seúl, Park Geun-hye, planteó en un celebrado discurso en Dresden que su gobierno comenzaba a imaginar la posibilidad de repetir la experiencia alemana y unir a la península diluyendo el muro del Paralelo 38 que aun hoy la divide. Ello a despecho del enorme costo económico que implicaría la unificación.

LA DISTANCIA CON BEIJING

La noción del aislamiento como escudo y no pocas de estas paranoias respecto al diseño futuro del arenero en el nordeste asiático, explican que la mayoría de las pruebas nucleares y misilísticas que ha venido realizando el régimen nunca fueron negociadas ni alertadas a Beijing que supo de muchos de esos ensayos por la prensa. El comportamiento el régimen se caracterizó en un extenso lapso con distanciamientos y acciones explícitas a tono con su historia. La ejecución en 2013 de Jan Song-thaek, el influyente tío de Kim Jong-un y el más importante funcionario pro chino de la nomenclatura, fue posiblemente el dato más elocuente de esta visión insular. Ese crimen ha sido equiparado por los historiadores con la purga que impulsó el fundador de la dinastía en los años 50 que eliminó a la facción Yan'an ligada profundamente a Beijing y al Partido Comunista. El último golpe de esa construcción fue el espectacular asesinato el 13 de febrero de 2017 del hermanastro del actual dictador, Kim Jong-nam, envenenado en el aeropuerto de Malasia, un protegido íntimo de China que, según el periodista japonés Yoji Gomi que lo entrevistó extensamente, Beijing reservaba como una “carta política” para el futuro.

La impaciencia y agotamiento del gigantesco vecino explica que años atrás se haya sumado en la ONU a Occidente en sanciones contra Corea del Norte. En 2017, justamente, Beijing cesó las ventas de carbón a su aliado como reprimenda por esas rebeldías que se agravaron por aquel asesinato y el ensayo del misil balístico Pukugksong2 que cayó al mar tras recorrer 500 km., una operación nuevamente sin aviso previo a la República Popular. La tensión, sin embargo, jamás llegó a la ruptura, por una básica cuestión estratégica cuya importancia se agudizaría tras la llegada al poder norteamericano del magnate Donald Trump.

La nueva administración norteamericana abordó inicialmente el conflicto con Corea del Norte con las reglas previsibles de libro. Después de la provocación del ensayo de otros cuatro proyectiles en 2017, Washington desplegó en Corea del Sur una batería antimisilística Thaad (Terminal de Defensa de Área a Gran Altitud) en sus siglas en inglés, de altísimo nivel que tanto chinos como rusos consideraron que por sus características de radarización y espionaje descomponía el equilibrio estratégico en la región. El clima político incluyó una oleada de cruces de promesa de destrucción masiva entre los dos líderes de Washington y Pyongyang.

Ya había llegado al gobierno de Seúl el socialdemócrata Moon Jae-in del partido Minjoo, un duro crítico de la depuesta Park, pero también del despliegue de misiles. Corea del norte suponía que ese cambio político reviviría la política Sunshine que rigió la relación entre las dos Coreas desde 1998, con un fuerte aliento de Occidente que incluyó la visita a Pyongyang en el año 2000 de Madeleine Albright, la canciller de Bill Clinton. Era, sin embargo, difícil que la historia se repitiera.

Esa iniciativa de cobertura había registrado grandes altibajos. Consistía en una combinación de incentivos, envíos de alimentos, energía, apertura de acuerdos comerciales, sanciones limitadas y del otro lado, retracción militar. Los altibajos fueron porque esa segunda parte relacionada con la investigación nuclear y el aparato bélico, nunca acabó de cumplirse hasta que el programa fue cancelado en 2008. Ese año coincidió, además, con el inició de una oleada de presidentes conservadores en Corea del Sur. La presión del norte no se aplacó quizá por eso mismo: en 2010 hundió una fragata militar y mató a 50 oficiales navales sudcoreanos. Ese hecho cerró todas las puertas. Poco después de ese hecho, en diciembre de 2011 y tras los llantos públicos por la muerte de su padre, se encaramaba al poder Kim Jong-un y nacía el actual tercer capítulo de la tiranía tan renuente como los anteriores a cualquier retroceso en sus desafíos.

EL DESAFIANTE CONTROL NUCLEAR

El joven Kim tomo el desarrollo nuclear que inició su padre en 2006 con el primer ensayo atómico, e impulsó un extraordinario crecimiento del programa. El think tank conservador estadounidense Heritage Foundation, había calculado que el régimen en apenas unos años había reunido 16 bombas atómicas. Y no descartaba que las haya miniaturizado para instalarlas en un misil balístico. Esa preocupación se confirmaría poco después. Entre los avances de la dictadura, se encontraba el proyectil Hwasong 15, capaz de recorrer 13 mil kilómetros exponiendo en su blanco a todas las capitales occidentales, un emprendimiento militar equivalente a las metas de una nación desarrollada.

El acoso norteamericano encontraba así un límite. Fondeado, además, en la crisis de la relación entre Washington y Beijing que impulsó la actual Casa Blanca y que hizo que China volviera a la estrategia del fortalecimiento de Corea del Norte como una basa en la nueva tensión este-oeste. Como consecuencia, el vínculo entre los dos regímenes se aceitó como nunca. China reabrió los intercambios con su aliado, incrementó las ventas de acero hasta 2,5 mil millones de dólares. Empresas estatales del gigante comunista como Dandong Kehua Economy and Trade, Dandong Xianghe Trading y Dandong Hongda Trade, transaron metales, minerales y hasta tecnología básica con el régimen norcoreano por miles de millones de dólares.

Esas empresas quedaron a la vista por las sanciones de EE.UU. que se ocupó de identificarlas. Una destacada en esa nómina es Dandong Dongyian Industrial, que es señalada por sus exportaciones vigorosas de elementos vinculados a la industria nuclear. La presencia frecuente del nombre Dandong es por la provincia fronteriza china homónima, eje, además, de un contrabando tutelado con Corea del Norte que alcanzaría niveles de hasta 70% del intercambio bilateral.

El desarrollo misilístico y nuclear del pigmeo norcoreano tuvo muchos participantes. Los modelos de proyectiles de mayor calidad como el citado Hwasong 15 y las versiones previas 12 y 14, fueron dotados de motores de la era soviética rediseñados, los RD-250, que Corea del Norte consiguió de Rusia y también de Ucrania antes de la crisis por Crimea. El especialista Michael Elleman le dijo años atrás a The Economist que docenas de esos potentes motores los obtuvo Pyongyang de la firma KB Yuzhnoye de Ucrania. Allí también, en medio del caos por las luchas nacionalistas, reclutó expertos que contribuyeron a la modernización del equipamiento. El otro fabricante de esos propulsores, que generan 40 toneladas de impulso en el arranque, es la Energomash de Rusia, un país que se ha complementado con China en el vínculo comercial con la rara comarca norcoreana.

Así las cosas, el 31 de diciembre de 2017, en un mensaje de fin de año, Kim vistiendo ropas civiles, anunció desafiante que su país había completado su fuerza militar nuclear. “Todo Estados Unidos está al alcance de nuestras armas nucleares y hay un botón nuclear siempre en mi escritorio. Esta es la realidad, no una amenaza", declaró y abrió la baraja para iniciar negociaciones con Washington. Trump se entretuvo en alardear de un botón más grande, pero después las cosas tomarían su propia dinámica y el mandatario norteamericano acabaría siendo la víctima de un notable juego de diplomacia.

LOS PUENTES DIPLOMÁTICOS

Corea del Sur de la mano de Moon, emprendió la construcción urgente de un puente diplomático para no desaprovechar la oportunidad. Los Juegos Olímpicos de invierno en febrero de 2018 fueron la plataforma para conversaciones que tuvieron el cenit con dos cumbres entre el presidente norteamericano y el joven tirano norcoreano, la primera en Singapur en junio de 2018 y la segunda en Vietnam, en febrero de 2019. Ninguno de esos encuentros tuvo resultados, la segunda reunión, especialmente, acabó en un admitido fracaso según la visión oficial norteamericana. Pero no fue necesariamente así para la nomenclatura norcoreana y menos aún para China que había regulado esos encuentros con un cuidadoso entrenamiento previo para Kim en Beijing con lo mejor de su diplomacia de 5.000 años.

La demanda de desnuclearización de Corea del Norte, que era el argumento central de la posición norteamericana, se diluyó en un confuso reclamo de Pyongyang de la desmilitarización de la totalidad de la península. En los encuentros, en su preparación y continuidad, hubo un aprovechamiento de la egolatría de Trump que buscó el centro de la escena sin medir los pasos en una crisis extremadamente compleja. En esa línea, sin aviso previo o consulta con el Pentágono, acabó accediendo a suspender los ejercicios militares navales en la región, que calificó como provocadores, una expresión tomada de las propias denuncias de Kim.

La conclusión que dejaron esas cumbres fue la fragmentación del aislamiento de Corea del Norte. Pyongyang continuó con su desarrollo nuclear y misilístico sin abandonar su tono amenazador, esta vez esquivando realizar innecesarios ensayos exhibicionistas, y se aseguró la mano fuerte de China aprovechando su lugar en medio de las guerras comerciales y tecnológicas que libran los dos gigantes.
Como alguna vez señaló este cronista, la idea de un régimen de locos con un mitómano al mando suele entretener las conversaciones sobre Corea del Norte pero conviene mantener alguna prudencia en esas caracterizaciones. Ya se sabe que el don del manipulador es no creerse sus mentiras. Maquiavelo lo ponía de otra manera, como parecería entender claramente Kim, aprovechar que “todos vean lo que pareces pero pocos comprendan lo que eres”.

Hay, es cierto, cuotas de un mesianismo extravagante en ese reino que usa la casta en el poder para mantener el control. El discurso de cuño comunista se mezcla con curiosas formas escatológicas como las que sostienen que el nacimiento del padre de Kim Jong-un se produjo con un arco iris doble en el cielo y la aparición de una nueva estrella. La narrativa añade que su alumbramiento fue en el Monte Paektu, en la cordillera Baekdudaegan, en la frontera con China, donde la tradición afirma que bajó “el hijo del Dios del cielo para establecer el primer reino de Corea” y de donde nace el llamado "linaje del Monte Paektu", la dinastía cruel que devoró a la nación.

En un país encapsulado y sin ventanas al mundo, esa verborrea llega a las escuelas donde los niños deben estudiar que el abuelo fundacional escribió 18 mil libros, uno al día a lo largo de medio siglo, y que su hijo compuso las seis mejores óperas de la historia humana. Nada mejor que una leyenda para tapiar la realidad.