El nuevo gobierno de EE.UU. y el laberinto latinoamericano

El nuevo gobierno de EE.UU. y el laberinto latinoamericano

Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo

América Latina reaccionó como siempre, entre extremos, a la novedad de la llegada al poder norteamericano de Joe Biden. Desde la celebración alimentada en una exagerada creencia de que será el inicio de un giro potente de atención con este espacio como reflejó el entusiasmo argentino o el venezolano, hasta el disgusto y el desdén en México, Brasil, Honduras o El Salvador. Es claro para todos, o debería serlo, que la región no figurará en las prioridades de la nueva Casa Blanca, atorada con la crisis interna y la restauración que intentará Biden de la dañada imagen norteamericana. A la inversa, para América Latina la mudanza del poder en EE.UU. constituye un dato de primer nivel que alterará su geopolítica y tendrá enormes repercusiones hacia adelante. Sin embargo, la llegada del demócrata a la Casa Blanca posiblemente será menos festiva de lo que muchos dirigentes de la región suponen o esperan.

Donald Trump careció de una política real hacia este espacio. La que hubo consistió en dejar hacer o jugar de modo excluyente alrededor del voto latino de las comunidades de Florida, entre otros estados, a las que el presidente saliente siguió hasta en el fallido estratégico de demoler el deshielo con Cuba que había llevado adelante el gobierno de Barack Obama. Juan González, un colombiano norteamericano, ex funcionario de aquella administración demócrata y que asesora sobre la región al nuevo mandatario, explica ese comportamiento en términos más duros. El republicano efectivamente solo ha tenido “una estrategia electoral en el sur de Florida, pero su legado ha sido la deportación y hacer la vista gorda ante la corrupción desenfrenada” en todo este espacio. Si uno se mueve sin estridencias, todo puede hacerse con Trump en la Casa Blanca, más que sugería, recomendaba, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador.

Biden, a diferencia de su predecesor, es un presidente fundacional. Para su flamante Asesor de Seguridad nacional, Jake Sullivan, un histórico consejero directo en política internacional, el nuevo jefe de Estado “considera fundamental que EE.UU. opere en un ambiente de respeto mutuo y de responsabilidad compartida” hacia América Latina. Ese último punto es central porque involucra acuerdos y necesarias coincidencias. El ex canciller mexicano Jorge Castañeda amplía el concepto al sostener que “la región necesita inspiración y política exterior de Washington, no tópicos o eslóganes torpes. Trump aplacó a presidentes como Jair Bolsonaro de Brasil, el mexicano, López Obrador o Nayib Bukele de El Salvador, quienes lo consideraban un aliado. Biden deberá entonces cambiar significativamente la política exterior de Estados Unidos hacia la región, a pesar de una posible mayoría republicana en el Senado”, escribió en The New York Times.

Los ejes de esas mutaciones no serán gratuitos ni unilaterales. Tampoco una continuación estricta de las políticas de Obama. Es en ese sentido que para muchos de los líderes regionales la llegada del demócrata puede constituir, más bien, un duro despertar. En ese encuadre, la promoción de la democracia y la lucha contra la corrupción, así como los derechos humanos, independencia judicial, libertad de prensa y la defensa del medio ambiente, que con Trump se degradaron, tendrán una nueva energía. Es un discurso de ida y vuelta y que el nuevo mandatario sobreactuará porque es la cuota necesaria para recuperar el prestigio para su país: no el ejemplo del poder, sino el poder del ejemplo, ha sostenido. Habrá efectos claros de esa ofensiva. “La insistencia de Biden en que reanudará los esfuerzos anticorrupción... devendrá en una preocupación para cualquier élite política corrupta en la región”, sintetizó a Los Ángeles Times, Tiziano Breda, un analista con sede en Guatemala del International Crisis Group, un organismo de control sobre esos desvíos.

No solo se trata de la corrupción, sino de modo más básico la libertad de la justicia para sancionar de forma independiente estos crímenes. En este universo no son pocos los países que se han desbalanceado y tienen, al mismo tiempo, la urgencia de un apoyo económico desde EE.UU. por la crisis que atraviesan. “La mutua responsabilidad”, se lee en esos términos. Visibiliza, en todo caso, el desafío que significan en gran parte del área las democracias imperfectas, como las define el índice especializado de The Economist. El significado de ese concepto se entiende al oponerlo a la de las democracias plenas, que respetan las libertades civiles y hay una cultura política que conduce al florecimiento de la democracia. En las imperfectas hay elecciones libres, se respetan las libertades, pero hay debilidades en la gobernabilidad y en el equilibrio de los poderes.

Una mirada muy general sobre la región detecta que tanto la estabilidad democrática como el respeto al camino de la justicia son capítulos centrales de la crisis de maduración que expone el continente. Particularmente el primer rubro, contaminado de coartadas como los dispositivos para politizar a la justicia y, a la vez, pretexto para someter a ese poder y colonizarlo.

La profundidad de esos deterioros es significativa. La falta de independencia del Poder Judicial es identificada por el 58% de la ciudadanía en la región como el principal problema del sistema de justicia, según el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. Los resultados del más reciente sondeo del “Barómetro de las Américas”, que encuesta en una treintena de países, revelaron un declive en el respaldo a la democracia como sistema de gobierno en Latinoamérica. Entre los factores que contribuyen al déficit de apoyo a la democracia se anotan la corrupción, la inseguridad y la vulnerabilidad económica. Solo cuatro de cada diez ciudadanos de la región están satisfechos con la forma en que funciona la democracia en su país, sostiene el informe.

Más allá de la importancia cenital que tendrá ese tema, Biden también hará un fuerte eje en el cambio climático donde la región tiene un capítulo central en la cuestión global del destino del Amazonas. El presidente electo propone la creación de un fondo internacional de 20 mil millones de dólares para preservar ese espacio y advirtió a Brasil que habrá “consecuencias económicas” si no detienen la deforestación. Esa iniciativa se emprenderá más allá de las resistencias del gobierno de Bolsonaro, que seguramente serán efímeras. Sullivan no duda que aunque Washington buscará ser colaborativo “la relación puede ser tensa” con Brasilia. Lo cierto es que, al fin del día, ambos gobiernos no pondrán en riesgo el vínculo histórico entre las dos mayores economías del hemisferio. El mandatario brasileño ya ha dado muestras de un necesario pragmatismo que se agudizaron luego del golpe electoral que recibió en los recientes comicios municipales que exhibieron el regreso a un centro político, distante del extremismo del jefe de Estado o de las posición del ya muy descalabrado PT de Luiz Inacio Lula da Silva.

Con México no deberían esperarse tampoco cambios significativos en especial respecto a los acuerdos inmigratorios que los dos países pactaron los últimos años durante la gestión de Trump. Biden no puede dar una sensación de apertura que genere un nuevo ciclo expansivo de la inmigración, de modo que el país más importante de su frontera sur continuará reteniendo a los migrantes que intenten llegar a EE.UU. Habrá, sin embargo, un fondeo importante de 4 mil millones de dólares en el llamado Triángulo centroamericano, El Salvador, Guatemala y Honduras, principales emisores de refugiados, para intentar contener en el origen este problema, modificando las reglas internas y aliviando la miseria.

Sobre Cuba hay una fuerte coincidencia entre los analistas respecto a que Biden no recuperará el total deshielo que había llevado adelante Obama. No puede sacrificar el electorado que necesita y necesitará de la Florida donde perdió frente a Trump precisamente por la resistencia a apoyarlo de las comunidades latinas de exiliados cubanos y venezolanos. Lo que se notará y en breve plazo será sí un alivio de las restricciones para viajes, envío de remesas y comercio con La Habana, lo que ayudará a restaurar la protoclase media de la isla que comenzó a insinuarse con el deshielo. En este sentido lo que recibirá mayor atención será el vínculo de la estructura cubana con Venezuela. “Veremos dureza y firmeza en el enfoque, pero no será amenazante, ni sugerirá una intervención militar”, dijo Michael Shifter del Diálogo Interamericano, respecto al régimen de Nicolás Maduro. “Habrá un proceso diplomático más sofisticado que el que vimos con Trump”, añadió. Existe, en este sentido, un reconocimiento de que las sanciones económicas y el criterio del gobierno saliente para empaquetar a Venezuela, Cuba y Nicaragua en un solo enemigo tiránico no ha sido una estrategia hábil. Castañeda remarca que Venezuela “es el tema más delicado para Biden en América Latina”. Por un lado, explicó, todo intento de acabar con la dictadura de Maduro ha fracasado. Por otro, la situación económica, social, política y humanitaria en Venezuela se deteriora día a día. “Claramente, la única salida está en elecciones presidenciales libres, justas y supervisadas internacionalmente, sin Maduro y con garantías para el chavismo y los antiguos benefactores cubanos de la generosidad petrolera venezolana. Todos los intentos de poner este resultado sobre la mesa de negociaciones han fracasado. Biden –se esperanza- posiblemente podría hacer que funcione”. Para hacerlo involucraría en esa gestión a China, el principal acreedor del régimen bolivariano y también a Cuba, de ahí la recuperación necesaria del vínculo. Insistirá en que “Raúl Castro coopere con Washington y el resto de América latina, especialmente Colombia”, en hallar una salida a la dramática situación venezolana. Pero Biden, además, buscaría “reclutar el respaldo mexicano y argentino para una solución” definitiva a esta crisis.

Cuenta con otro recurso de importante valor estratégico. El Vaticano del Papa Francisco fue central durante la era de Obama para llevar adelante la agenda de la Casa Blanca en conflictos como el de Oriente Medio o en la reanudación de las relaciones diplomáticas con la autocracia cubana. El presidente electo y Bergoglio comparten no solo su fe católica, sino una relación profundamente amistosa y cómplice. El Papa mantiene aún los vínculos con el comunista Raúl Castro quien, en aquellos momentos de distensión, llegó a acompañarlo en una misa. El régimen de La Habana requiere de la Iglesia, muy influyente en Cuba, como un amortiguador de las tensiones sociales crecientes por la crisis económica y para canalizar el disgusto fuera de una resistencia política de manejo más incómodo. Un problema urgente es la unificación de las dos monedas cubanas lo que implicará un ajuste con efectos imprevisibles. De eso se trató también el interés de la nomenclatura comunista para aceptar el deshielo y la normalización con EE.UU.: la apertura a inversiones que esmerilen ese espectro en un juego similar al sistema de “renovación multifacética” o Doi Moi que llevó adelante Vietnam para justificar la apertura a los capitales privados y al juego de libre comercio.

Hay otro aspecto que importa para la dirigencia latinoamericana. El nombramiento de Janet Yellen en la secretaría del Tesoro, el ministerio de Economía norteamericano, puede ser una buena noticia para la región. Aunque desde estas fronteras se han exagerado los perfiles pragmáticos de la ministra, es seguro que continuará con las políticas de tasas bajas para estimular la economía doméstica y aliviar la crisis de desocupación que afecta a Estados Unidos. Lo que ya hizo notoriamente antes desde la presidencia de la FED. Esta vez con el objetivo adicional de que esa distensión contenga las rebeliones que se multiplicaron en EE.UU. con el pretexto justificado de la protesta contra el racismo y la violencia policial pero que reflejaban además los efectos sociales de la crisis económica ligada a la pandemia. Ese proceso de alivio y cobertura económica de emergencia es coincidente con el que lleva adelante la Unión Europea y liberará flujos de fondos baratos que buscarán espacios de inversión. El proceso encaja, además, con un nuevo viento de cola, no tan intenso como el de la década pasada pero relevante, que estimula China por su multiplicación de compras de commodities cerealeros y energéticos, que se agudizará el año próximo y que en parte explica el aumento persistente de la cotización de la soja.

Es una oportunidad que solo podrá ser aprovechada si aquella noción de la “responsabilidad compartida” trasciende en cambios que despejen el ambiente de negocios y las trabas institucionales en esta parte del sur mundial.

(*) Editor jefe de Política Internacional del diario Clarín. Docente de Periodismo Internacional (Historia de Conflictos) en la Facultad de Sociales, Universidad de Palermo. Autor de El fin de la era Bush, ensayo sobre las dos presisdencias del republicano. Una Primavera en el desierto, ensayo sobre la crisis en el norte de África y Diario de Viaje, análisis y crónicas en el frente de conflicto.