Trasfondos de la pesadilla del Brexit, de la fantasía a la realidad
Por Marcelo Cantelmi*
Existen dos grandes cimientos en la consumación del Brexit, el divorcio británico de la Unión Europea que se concretó el último viernes de enero. El primero es el referéndum en el Reino de Junio 2016 que por una diferencia de poco más del 3% determinó este desenlace. En aquel momento el argumento de los adalides de la ruptura fue un manojo de mentiras y paranoias sobre una amenaza inmigratoria inexistente y los beneficios nunca probados que el país obtendría si dejaba el gran buque de Bruselas. Como quiera que se lo vea, este paso la historia lo leerá, posiblemente, como el que fulminó lo último que quedaba en pie de la Gran Bretaña imperial y sus rutilantes abalorios, encogida como nunca antes en su espacio insular.
El otro cimiento fue el rol vacilante y ambiguo del jefe de la principal oposición laborista, Jeremy Corbyn, que hizo cualquier cosa menos alzarse como una alternativa a esta decisión ignorando la demanda en contra de sus propias bases. Una tercera pata, consecuencia de las dos principales, ha sido la elección del 12 de diciembre que coronó a Boris Johnson con una mayoría parlamentaria aplastante, incluyendo en esos votos definitorios los de áreas postergadas económicamente y que eran feudos históricos del laborismo. Tiene sentido.
El Brexit es uno de los productos más estrepitosos del nacionalismo reinante en esta etapa global. La frustración de las clases media por los ajustes y la ausencia de crecimiento individual, alimenta liderazgos alternativos como el de Johnson en el Reino, su aliado Donald Trump en EE.UU., u otros ejemplos populistas en Europa con un discurso que combina dosis parejas de triunfalismo y voluntarismo. Estos nuevos núcleos de poder desjerarquizan la globalización y los sistemas multilaterales como la construcción europea.
En las dos últimas décadas el liderazgo del Viejo Mundo hizo mucho para merecer ese destino. Olvidó el sentido de los tres fundamentos que sostenían los valores cosmopolitas que llevaron a edificar a la unión: la libertad, la prosperidad y la paz. El rito de una austeridad implacable marcada por la Alemania de Angela Merkel tuvo la consecuencia de una distribución del ingreso de preguerra que desplomó los retazos aún vigentes del estado benefactor. Eso se hizo con la anuencia de las socialdemocracias, como el propio laborismo británico, que debían custodiar y no demoler aquel legado.
En ese tramo de la historia, Europa dejó de ser una comunidad para convertirse en una extensión de Berlín, el euro, una forma diferente del marco y el Banco Central Europeo, un símil del Deutsche Bundesbank. Esa crisis de identidad generó víctimas que culpan con razón a sus líderes por ese maltrato. Gran Bretaña también bebió del mismo jarabe y el Brexit es solo parte de lo que emerge de esos charcos.
A partir de este viernes no habrá cambios inmediatos porque Johnson plantea una negociación hasta el 30 de diciembre con Bruselas para ordenar las cuentas. Ese plazo de brevedad imposible debería concluir con un acuerdo general que resuelva casi 50 años de pactos financieros, legales, bancarios y de reglas co-merciales desde que Londres ingresó a la UE en 1973. La importancia de esa sociedad se ve en el comercio. Según la UE, el continente explica 47% de las exportaciones del Reino Unido. Apenas otro 12% va a EE.UU. y 6% a China. El Reino, a su vez, importa de la UE 53% de sus insumos, otro 10% de EE.UU. y 9% de la República Popular.
Johnson plantea saltar esos abismos por dos vías. Un acuerdo de libre comercio con la UE como el que une a Canadá con la UE y otro más ambicioso con EE.UU. Veamos. El Acuerdo Económico y Comercial Global o CETA, por sus siglas en inglés, entre Ottawa y Bruselas entró en vigor de manera provisional hace casi dos años tras siete de negociación. El pacto suprimió aranceles para 98% del intercambio. Sin embargo, si bien el registro oficial indica que las exportaciones francesas hacia Canadá, por ejemplo, aumentaron 6,6% entre 2017 y 2018, las ventas canadienses cayeron en igual proporción. Compromisos como la colocación de carne, mil toneladas anuales según el convenio, no se cumplen por las duras restricciones sanitarias europeas.
En cuanto a la mano que espera de los EE.UU., Trump y Johnson se dicen amigos y comparten el estilo ramplón de la política y un firme desprecio por la verdad. Afinidades que facilitarían el acercamiento. Hace horas apenas, el ministro de economía de EE.UU., Steven Mnuchin, ratificó en Davos la intención de la Casa Blanca para firmar un tratado de libre comercio con el Reino Unido. Lo dijo antes de que Johnson acordara con China el despliegue de su sistema de telecomunicaciones 5G en el Reino. Aunque implementado con limitaciones, la novedad irritó a la Casa Blanca. Esa herramienta, más barata que la de sus competidoras y esencial para atraer inversiones, está ya siendo usada por tres de los cuatro operadores de redes móviles de Gran Bretaña: EE, del BT Group; Vodafone y Hutchison o Three. No son esos los únicos problemas a la vista.
Es probable que el pacto con EE.UU. se lleve adelante, pero Londres, urgido por lograrlo, se enfrentará a presiones de su contraparte para abrir sectores sensibles del mercado británico. Parte del tironeo será aliviar las barreras sanitarias y esquivar escollos como los de la carne en el caso canadiense. La cereza de ese entuerto será el prestigioso y legendario NHS, el Servicio Nacional de Salud británico, que brinda atención médica al margen de la capacidad de pago del paciente. Trump busca ese bocado para sus farmacéuticas y sin el filtro de precios acotados para los medicamentos.
Entre tanto, ¿qué hacen las empresas? Un informe de la CNN de noviembre pasado analizaba que dejar el mercado único “creará problemas para las cadenas de suministro y un dolor de cabeza a los exportadores”. El exnegociador comercial australiano, Dmitry Grozoubinski, lo explicaba así: “Tiene mucho sentido que una compañía fabrique la mitad de sus productos en Polonia, una cuarta parte en Alemania y luego lo termine en Reino Unido antes de enviarlo al mundo, porque esas fronteras no estaban allí. Después del Brexit eso ya no tendrá sentido para muchos fabricantes”.
Una tesis básica sostiene que si hay reglas conocidas no conviene esperar las nuevas lo que explica que empresas como la automotriz Honda prepare el cierre de una de sus mayores plantas en el Reino, Nissan descarte la construcción de nuevos modelos en su empresa de Sunderland y otras hayan decidido, directamente, cruzar el canal. Pistas que explican que el Banco de Inglaterra reduzca a casi la mitad (de 1,2% a 0,8%) la expectativa de crecimiento para este año y los dos siguientes.
Una de las cajas chinas adicionales de la ruptura es el destino de las dos Irlandas. La del norte forma parte del Reino, la del sur es una República independiente unida a la UE. Entre las dos hay una frontera lábil desde el acuerdo de paz del Viernes Santo de 1998 que acabó con décadas de guerra. Por ese borde cruza libremente la gente de uno y del otro lado. El divorcio cambiará esos hábitos. Habrá una frontera dura entre Irlanda del Norte y el resto del Reino Unido dividiendo en dos al propio mercado británico y otra frontera entre las dos Irlandas cuya eventual dureza se verá en la práctica.
Es un galitamatías jurídico e impositivo porque, además, Johnson pretende que su sistema aduanero regule a la provincia con el cobro de impuestos aunque por cuatro años seguirá dentro del ámbito de la UE. Ese problema, que ha dejado heridos en todas las veredas, brotará estos meses de negociaciones y no de la mejor manera. Del mismo modo que la furia escocesa, la otra República del Reino que se ha abrazado a la UE y se plantea intentar un nuevo referéndum para seguir su propio camino lejos de las fantasías y espejismos del controvertido premier que pretende dominarlo todo desde Londres.
*Profesor de Periodismo Internacional UP y editor jefe de la sección Política Internacional del diario Clarín.