Observaciones necesarias de la guerra en Ucrania que asombra al mundo

Observaciones necesarias de la guerra en Ucrania que asombra al mundo

Marcelo Cantelmi (*)
Suplemento especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.

La guerra contra Ucrania configura la mayor crisis bélica y naturalmente humana en Europa desde la Segunda Guerra Mundial y descompone la relativa y discutible armonía que existía con la culminación, hace 33 años, del largo periodo de la Guerra Fría. La ofensiva del régimen ruso de Vladimir Putin dibuja un nuevo escenario estratégico en el cual Estados Unidos sorpresivamente, o mejor aún, inesperadamente, consolida su liderazgo global, una meta buscada sin éxito hasta este episodio, desde la llegada a la Casa Blanca del actual presidente demócrata Joe Biden.
Este movimiento de Putin fue, además, el motivador de una hegemonía notoria en todo el norte mundial cuya vigencia dependerá en el futuro de múltiples factores pero por ahora le dio sentido al lugar de Washington y al de la OTAN para enfocarse en sus principales adversarios. Desde ya China más allá de la circulación como un electrón suelto e incómodo de la nomenklatura rusa. Putin lanzó este ataque convencido de que ese escenario negativo no se produciría. Un Occidente golpeado por la crisis económica asociada con la pandemia de coronavirus, que disparó inflación, precarización laboral y desabastecimiento, prometía una reacción medida para no agravar esa problemática. La noción descartaba la presencia desafiante de un Estados Unidos cuya imagen internacional se había disuelto debido a los cuatro años del populismo de Donald Trump, y últimamente por el desastre de la salida de la guerra de Afganistán que derrumbó la imagen de Biden y congeló sus perspectivas electorales. Del mismo modo, Ucrania, débil, golpeada históricamente por la corrupción y el desdén de sus gobiernos, caería rápidamente a manos de un poder más sensato y ansiado por la población. Esa victoria sencillamente fortalecería el lugar del Kremlin frente a Occidente, pero también en la alianza con China, mostrando autonomía frente a un poder económico diez veces superior al de Moscú. El propio líder ruso, días antes de lanzar su invasión, había convocado a los militares ucranianos a que se levantaran y derrocaran al gobierno del presidente Volodimir Zelenski. Ese dato revela hoy la enorme dificultad de inteligencia que rodeó la operación rusa. ¿De qué información disponía Rusia para exponer de ese modo a un enorme fallido a su jefe de Gobierno? No solo sorprendió a las tropas de la Madre Patria la durísima resistencia militar ucraniana, también la de los civiles. La conexión inmediata fue una simpatía global por el martirio de ese pueblo y un desprecio gravísimo hacia la imagen de Rusia. Un mes después de iniciada la guerra, Moscú no tenía control de ninguna ciudad relevante, sufría una reacción de las tropas ucranianas muy abastecidas con modernas armas occidentales y las sanciones económicas comenzaban a producir un daño interno de perspectivas imprevisibles. Todo el planeta repudiaba a Putin y lo equiparaba con un nuevo Hitler. Una exageración quizá, pero una conclusión inevitable.
Es posible suponer que ese cuadro le otorgó sentido estratégico a Occidente para bloquear cualquier negociación que le sirviera a Putin para salir de algún modo victorioso, aunque se tratara de una conquista magra. Claramente, no hay luz verde para que el presidente Volodimir Zelenski negocie. No importan los términos El viaje de Joe Biden a Polonia, su discurso frente al Castillo Real de Varsovia planteando que su colega ruso debía dejar el poder, marcó mucho más que un furioso lenguaje que sorprendió y enojó a los propios aliados de Washington. Era la constatación de que EE.UU. buscará ahora subsumir a Rusia sacando todo el provecho posible del desastre militar del Kremlin, para de paso, intentar debilitar al principal socio estratégico de la gran potencia China. Dividir sigue siendo la estrategia básica desde las épocas de Roma. Todo lo que contamos es un ejerció descomunal y necesario para ser estudiado.
El trabajo que sigue de mi autoría es un suplemento destinado a la observación de este fenómeno, con criterio periodístico pero que apunta también a la cátedra. El sentido de nuestro Observatorio, por cierto. La propuesta se divide premeditamente en capítulos con sus fechas, para exhibir el seguimiento analítico del episodio, y reunir en cada uno de esos textos conclusiones de la foto pero también de la película que diseña este conflicto. Busca mostrar lo que ha sucedido;, el esfuerzo para interpretarlo, pero también en qué consiste el ejercicio periodístico serio cuando nos atrapa este tipo de graves conflictos.

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Capítulo 1

El formato perder-perder de Vladimir Putin

23/02/2022

La agresiva decisión adoptada por el líder ruso, Vladimir Putin, desconcertó a la diplomacia europea. El reconocimiento de las dos “repúblicas” separatistas ucranianas pero especialmente la invasión de esos territorios por las tropas acantonadas desde hace semanas en la frontera, derrumbó en instantes una serie de gestiones que apuntaba a una solución que se insinuaba de equilibrio dentro de ciertos niveles de realismo.
Esa demolición sucede sin que quede claro la ganancia geopolítica que podría reportar a Moscú este desafío aunque sí los costos. El Kremlin logró de un momento al otro unificar a todos sus adversarios, que ahora compiten para definir el alcance de las sanciones que llevarán adelante contra la Federación.
Por primera vez países como Alemania analizan lo impensable hace meses para conseguir una alternativa al gas ruso que Turquía, ex aliada de Rusia, integrante de la OTAN y militante del ingreso de Ucrania a la Alianza, plantea por vía de Azerbaiján entre otras fuentes. La situación parece repetir en otro formato el error que cometió el autócrata más de una década atrás cuando perdió la influencia que su país, con grandes dificultades, iba consolidando sobre Ucrania.
La historia es sencilla. Desde 2004, Rusia se esforzó para colocar en el gobierno de Kiev a un hombre propio. Lo hizo con el magnate Viktor Yanukovych, a quien respaldo incluso con la ayuda del envenenamiento de su rival pro occidental Viktor Yushchenko que sobrevivió y llegó al poder.
El Kremlin tuvo una segunda oportunidad cuando finalmente logró que Yanukovich alcanzara la presidencia ucraniana y de ese modo rivalizar con la UE con créditos multimillonarios que cimentaran la dependencia ucraniana. Pero este extraordinario corrupto no tardó en agravar la crisis social y económica que hunde aún hoy a ese país como uno de los más pobres de Europa del Este.
Una serie de famosas protestas populares, el Euromaidán, iniciadas en 2013, sacaron a ese sátrapa del poder habilitando la instauración de un mando pro occidental que permanece hasta ahora.
Fue cuando Putin, acorralado, y en medio de la guerra en el este ucraniano promovida por los separatistas prorrusos, decidió tomar Crimea para no perder el control de la base militar en Sebastopol y la proyección para la flota de guerra rusa de esa posición hacia el Mediterráneo. Lo cierto es que resignó un país, no cualquier país, para quedarse con solo un trozo y un trauma. Lo mismo sucede ahora, y en un nivel inferior.
El actual paso bélico posiblemente también haya arqueado las cejas de sus aliados chinos, contrarios, por una cuestión existencial que los involucra, a cualquier construcción que viole las fronteras soberanas de un Estado.
Es lo que la República Popular entiende sobre su situación histórica antes con Hong Kong y Macao y últimamente con la demanda sobre la isla de Taiwan. El propio canciller chino Wang Yi lo había advertido días atrás citando incluso a Ucrania como cualquier cosa menos una excepción a esa regla de respeto nacional.
Pero también esta decisión de Putin, debe haber producido confusión en su propio gabinete, que se preparaba para un encuentro inminente entre los cancilleres Serguéi Lavrov y el norteamericano Antony Blinken para organizar una reunión quizá definitiva de ambos presidentes.
Putin le había dado luz verde al francés Emmanuel Macron para proponer ese encuentro que Joe Biden aceptó de inmediato y en cualquier formato. Sin embargo, apenas horas después, dijo que “era demasiado pronto” para esa cumbre. Ese zigzagueo exhibe más debilidad que convicciones.
Sucede que esa cumbre se realizaría con una base diferente a las anteriores. Lavrov ha venido planteando que hubo avances diplomáticos, en particular los que han ido tejiendo Macron y el mandatario alemán Olaf Scholz y que se evidenciaron en los anuncios del gobierno de Ucrania que redujeron la chance del ingreso de ese país a la OTAN.
Un acuerdo a ese nivel potenciaba otro tipo de límites acordados, basado sencillamente en la necesidad de EE.UU. de ceder a Rusia para centrarse en el principal adversario chino y forjar distancias en la alianza que han armado Moscú y Beijing. El realismo no sólo involucra a Rusia también a los occidentales y ese era un arma central con la que contaba Putin.
Los escenarios que se abren ahora estaban en algunas predicciones. La alternativa de una toma de los espacios separatistas prorrusos existía en el arenero como una vía de Moscú para intentar dividir especialmente a los europeos que, al revés de EE.UU., mantienen una absoluta integración económica con Rusia.
Esta deriva ha tornado completamente imprevisible al Kremlin que es lo último que debería generar una potencia que busca una salida a sus litigios. De ese modo Putin le ha brindado una inesperada victoria de liderazgo a EE.UU. sobre un Occidente que funcionaba muy disperso y ahora se plegará a la agenda de Washington. Es más que probable que ni China, que tendría mucho para beneficiarse de la distracción que ha producido Rusia, celebre este escenario.

Capitulo 2

Una guerra contra todo el mundo

24-2-2022

Vladimir Putin volvió a sorprender al mundo y pateó el tablero con una impactante dosis de barbarie regresando la historia a los peores capítulos del siglo pasado. El ataque en toda la línea a Ucrania era la última posibilidad en los areneros de los analistas. Se suponía que en este juego de ajedrez, el líder del Kremlin utilizaría la presión sobre las provincias ucranianas prorrusas cuya independencia acaba de reconocer, como un ariete para correr la línea de sus demandas sobre Occidente.
A partir de este momento, con una ofensiva militar de semejante magnitud, todos los puentes diplomáticos han caído y solo podría esperarse la sumisión de Ucrania cuyas fuerzas son infinitamente menores que las de su enemigo. Pero también ahí puede haber sorpresas.
Estados Unidos y sus aliados europeos, cuando este desenlace aparecía solo como un extremo lejano de suceder, habían aclarado que no intervendrían con soldados en tierra en Ucrania. La razón pública es que ese país no pertenece a la OTAN y no le cabe el articulado que obliga a que cualquier ataque a un miembro sea considerado contra el conjunto. No es claro si esas objeciones se mantendrán ahora. Pero la razón oculta es que los electorados en Europa central y especialmente en EE.UU., rechazan un involucramiento propio en estos litigios lejanos.
Por lo demás, la capacidad occidental para detener la acción rusa es limitada. Es básico que se multiplicarán las sanciones contra Moscú y que habrá un formidable golpe económico sobre Moscú, pero su efecto no será inmediato.
El Kremlin, si bien cuenta con un PBI modesto, menor al de Brasil, suma reservas de más de 600 mil millones de dólares, uno de los mayores depósitos de divisas en el mundo y un resguardo que se verá hasta qué extremo escudan este tipo de crisis. Además la Federación Rusa tiene experiencia en sobrevivir a sanciones, ejercicio aprendido desde la lluvia que ha venido recibiendo a partir de la anexión de la península ucraniana de Crimea en 2014, cuando una crisis similar casi genera un conflicto bélico abierto como el actual.
El temor a una tercera guerra mundial es difuso. Putin ha revoleado ese peligro incluso nuclear en varias conferencias de prensa, incluida la que hace anualmente y en la cual protestó por la amenaza a su seguridad que implica la presencia de la OTAN en los países de Europa del Este o por la alternativa de que Kiev se sume a esa Alianza.
Llegó a sostener que si Ucrania pasa a ser un socio de esa estructura occidental de Defensa, existiría el riesgo de que el gobierno local intente retomar Crimea y recuperar el control de las regiones separatistas que desde 2015 mantienen autoridades prorrusas. Mentó en aquel momento y en dos oportunidades el riesgo de una deriva nuclear. No son solo palabras. Rusia es una de las mayores potencias atómicas de la era a niveles paralelos con Estados Unidos y China.
La incógnita sobre si este avance militar es el primer paso de un giro geopolítico de mayor magnitud, es un eje de preocupación inmediata entre todos los gobiernos occidentales y de buena parte de Asia. En su discurso público del lunes, cuando Putin anunció el reconocimiento de la independencia de las “repúblicas” de Lugansk y Donetsk en la región minera de Donbás, cargó sorprendentemente contra las figuras centrales de la Unión Soviéetica, incluido el intocable Lenin.
La visión histórica que el líder del Kremlin esgrimió reivindicaba más bien al antiguo imperio ruso. Es posible que esa nostalgia imperialista y reaccionaria por un pasado zarista, intoxique las movidas del régimen. Pero es difícil descartar que este mesianismo y sus resultados no repercuta negativamente entre sus aliados internos, los oligarcas que lo han respaldado, los bancos propios, los empresarios.
Rusia es un país capitalista y este tipo de acciones se miden por las ganancias, no por las pérdidas. Lo que no queda claro es, al fin del día, qué logrará Moscú con este desafío al mundo, salvo un aislamiento internacional que incluso puede generarle una cuña grave en su vínculo central con China. Un costo formidable inmediato es la suspensión del gigantesco gasoducto Nord Stream 2 construido con Alemania. Rusia obtiene algo más del 15% de su Producto Bruto Interno de las ventas de gas y de petróleo. Sus principales clientes son ahora sus enemigos: los países de Europa Central. Parte de ese fluido pasa justamente por Ucrania.
Por el lado de China, los diplomáticos de esa potencia han venido jugando un delicado equilibrio para no cuestionar al Kremlin pero tampoco, por sus propias necesidades estratégicas, aparecer a favor de la ruptura de la integridad de las naciones.
El embajador chino en la ONU, Zhang Jun, durante la audiencia sobre Ucrania del miércoles, marcó la necesidad del dialogo como solución, pero alzó como requisito la defensa de la soberanía nacional y la carta de la ONU, un documento que prohíbe precisamente acciones como las que ha tomado Moscú.
China tiene sus propios separatistas en Xinjiang y es difícil comprender, por otra parte, en qué le serviría esta estocada bárbara de su socio ruso sobre Ucrania en el litigio que mantiene por la soberanía de Taiwan. El balance arroja resultados complejos. En principio un escenario complicado para el eje Beijing-Moscú que hasta hace pocas horas no admitía riesgos. También anota una unidad prácticamente sin fisuras de la parte occidental, el fortalecimiento de la OTAN y la recuperación del liderazgo global que demandaba EE.UU. Putin lo hizo echando el reloj hacia atrás.

Capítulo 3

El factor chino

25/02/2022

Deng Xiao Ping, fundador de la moderna y económicamente exitosa República Popular, sostenía lo siguiente en un consejo en formato casi poético y tonos de Maquiavelo al príncipe: “Haz frente a los problemas con calma, esconde tus capacidades, gana tiempo, nunca reclames una posición de liderazgo, baja tu perfil”. Así debía ser, advertía, porque ahí, frente a la muralla “acampan las tropas extranjeras, más fuertes que las nuestras”. Es muy probable que, pese a su cercanía con China, Vladimir Putin no haya leído a Deng, ni le importen esas reflexiones. Pero la realidad ha demostrado que el reverso de aquellos consejos son posiciones impacientes, cierta imprudencia y la pérdida de sentido estratégico que es la condición que permite calcular los movimientos y su utilidad para obtener los resultados buscados.
Para los críticos de Rusia, mucho de eso aparece en esta escalada con la cual el Kremlin desborda sus demandas básicas de seguridad para apuntar a destruir el carácter nacional de Ucrania. Lo hace como si fuera posible reescribir la historia de la región y como si ese objetivo justificara semejante desastre sacrificando cuotas propias de influencia y poder económico.
En esta deriva, Putin, como en la leyenda del fallido aprendiz de brujo, ha convertido a los chinos en una inesperada víctima colateral de su conjuro militar. De ahí la llamada de Xi Jinping ayer temprano a su colega en Moscú para, según la prensa china, persuadirlo -dicho ello en puro lenguaje diplomático- para que negocie de igual a igual con Ucrania y desactive la crisis.
Putin anunció de inmediato que esa negociación está en camino y su fiel canciller, Serguéi Lavrov, se apuró a aclarar que Rusia “nunca se propuso ocupar Ucrania” en momentos que una formidable fuerza militar estaba haciendo precisamente eso. La confusión de las palabras también guarda elocuencia.
China no puede asociarse con esta aventura porque enfrenta una variedad de desafíos con sus propios separatistas en Hong Kong, Xinjiang, Turquestán o en el Tibet. La cuestión de Taiwán también es un punto álgido. No le interesa a Beijing que ese litigio quede bajo la luz de los métodos rusos.
Este aspecto del problema es más interesante si se confirma que China estaría en contacto con EE.UU. para intercambiar acciones comunes frente a una crisis que, como alertó Beijing al Kremlin, es preciso encarrilarla antes que se salga de control. En Washington, Joe Biden no confirmó pero tampoco negó cuando le preguntaron si habían pedido a China que mediara con Rusia. La presencia en estos tonos de Beijing es un dato notable de la era. El Imperio del Centro se acomoda en un sitio de poder que entiende le corresponde para administrar el orden global y sus amenazas, que de eso se trata hoy la actitud rusa en el frente ucraniano. “Es preciso abandonar la mentalidad de Guerra Fría”, aconsejó el líder chino con tonos de Deng.
Hay una montaña de textos en estas horas intentando interpretar la mentalidad del líder del Kremlin y explicar en ese laberinto las razones de esta ofensiva. Para muchos, este episodio remite a las grandes guerras del siglo pasado, aunque, sabemos, hubo otros abusos similares en fechas más cercanas y no sólo de Rusia. Desde que llegó al poder en 2000, en cada una de las crisis que enfrentó, Putin se ha movido con un juego de ambigüedades, haciendo lo que no dice y, a la inversa, obligando a que el otro, el distante enemigo, adivine o especule sobre sus intenciones. Ese comportamiento le brindó resultados. Aunque la economía de Rusia es moderada frente a los gigantes de la era, pudo recolocar a su país en el centro de la agenda mundial. Logró que se escuche su exigencia de revisar los tratados con los que Occidente abusó de su posición dominante tras la caída de la Unión Soviética y avanzó sobre las fronteras de la Federación Rusa.
Pero desde el lunes último, cuando anunció el reconocimiento de la independencia de las dos provincias separatistas ucranianas y el alistamiento de su ejército, esos alfiles de su tablero perdieron presencia y se disolvieron con la ofensiva militar.
Es exagerado sostener que este arrebato bélico le sirve para reforzar su posición de negociación con Occidente. Pretender diluir Ucrania en el mapa ruso produciría un cerrojo mayor de Occidente en el entorno de Rusia y fortalecería a la OTAN, además de disparar un incalculable costo económico. China mira con claridad esas consecuencias indeseadas del experimento bélico ruso. Existe otro aspecto incómodo. La victoria militar puede ser rápida, pero no su mantenimiento. Los ucranianos son 44 millones , en su mayoría pro europeos que enfurecen con el maltrato de Moscú a su orgullo nacional. Es la fragua de una resistencia popular que sería celebrada en Occidente y se iría perfeccionando con al tiempo como fue la pesadilla de Afganistán para la URSS.
La narrativa de Putin contra el derecho de Ucrania a existir como República apenas esconde un argumento imperialista rancio que Occidente ha visto hasta el hartazgo durante el siglo pasado. El autócrata sostiene que Ucrania debe desaparecer porque siempre ha sido parte de Rusia. Antes había justificado la Guerra de Invierno de la Unión Soviética contra Finlandia en el ‘39 porque, decía, esas fronteras no eran legítimas.
Putin se atribuye el derecho de legitimar o no a las comunidades nacionales del este europeo incluso con el emblema reaccionario de la “soberanía limitada”, un equivalente discursivo del legendario “gran garrote” (the big stick) del primer Roosevelt. Putin pretende con esos modos una rusificación del conjunto como la que emprendió Catalina la Grande, también con Ucrania, a fines del siglo XVIII. En este embrollo de restauración zarista, Putin ignora con premeditación que fue en el Rus de Kiev donde nació el imperio ruso, y no al revés. Tampoco tiene en cuenta que ese reino enhebraba alianzas con las restantes coronas lejos del aislamiento que ahora y hacia adelante atrapará al Kremlin.
Los analistas esperaban que Putin recogiera una victoria en el entuerto de seguridad que mantenía con Occidente para poder retirar sus fuerzas. La podía obtener con las negociaciones que alejaban por años cualquier posibilidad del ingreso de Ucrania a la OTAN y los acuerdos sobre las armas estratégicas que la Alianza regó imprudentemente en las narices de Rusia.
Un avance en esa línea le hubiera permitido profundizar su vínculo económico con Europa, que se erigía como un límite a la posición de liderazgo estratégico hegemónico que buscaba consolidar Estados Unidos sin lograrlo. Pero Putin desbarató esos dispositivos y provocó un sorprendente reacomodo de los poderes en el planeta, además de acentuar la crisis económica global, otro dolor de cabeza para las aspiraciones chinas. Es cierto que EE.UU carece de armas objetivas para detener la invasión rusa y solo cuenta con el efecto distante de una lluvia de sanciones financieras. Pero esta crisis consolidó el lugar global de Washington y de su imagen herida por la reciente salida tumultuosa de Afganistán, por la absurda invasión a Irak o el bombardeo fallido a la ex Yugoslavia. Un efecto adicional significativo de la ofensiva rusa es que los europeos licuaron sus diferencias y debilidades para enfilarse de modo homogéneo detrás de Washington.
Ese comportamiento se mide en inversiones o su ausencia. La Bolsa rusa perdió más de un tercio de su valor mientras los tanques rusos avanzaban el jueves en Ucrania. Una enorme riqueza destruida que obligó a Putin a calmar al empresariado en una reunión urgente la misma jornada de la invasión con los líderes rusos del establishment. Si busca tomar toda Ucrania, Putin sólo profundiza esas contradicciones, que es lo que alerta la antena china. La alianza europea y de gran parte de Asia con EE.UU. se perfeccionará.
El ejemplo más rotundo de la reacción occidental es la cancelación del gasoducto Nord Stream II. Ese proyecto ha estado en el blanco norteamericano desde las épocas de Donald Trump y aún antes para impedir que Alemania dependiera del fluido ruso y de paso generar un notable negocio propio como proveedores sustitutos. Angela Merkel, fuerte defensora de la autonomía geopolítica alemana, se constituyó en una dura barrera para frenar y salvar ese ducto. Y repitió esa posición con igual firmeza cuando Joe Biden, poco después de asumir, anunció que habría sanciones contra los constructores de esa obra espectacular. No las hubo.
Ya no está Merkel, es un dato. Otro es que Putin acaba de expulsar al mundo hacia el peor de los pasados.

Capítulo 4

Con los tonos del Reich

04/03/2022

La guerra de Rusia en Ucrania es más origen de un cambio de etapa que consecuencia de la debilidad de Occidente, la coartada a la que ha apostado el autócrata Vladimir Putin .Es cierto que la percepción de mutaciones geopolíticas de esta índole suele ser confusa, hasta la misma formulación puede sonar ajena. Pero lo que está concluyendo con este acontecimiento es la paz relativa y la coordinación también con límites que nació hace treinta años con el fin de la Guerra Fría . Una característica central de todo el proceso es el descontrol, un defecto que envuelve a todos los actores, aunque de modo particularmente relevante a Rusia.
En este sentido la ofensiva del Kremlin sobre Ucrania parece configurar un compendio de violaciones de todos los manuales de estrategia y de sentido político. Es una distorsión que también observa China, el mayor socio ruso, cuando admite públicamente aunque con distancia su preocupación por esta deriva que le ha generado un extraordinario dilema. Beijing ha sido muy consciente de las posibles consecuencias que se producirían en su contra si apoyara abiertamente la invasión dispuesta por Moscú. “Las democracias ricas, como la Unión Europea, Estados Unidos y Japón, son sus principales socios comerciales. Por eso, si la República Popular se pusiera e modo permanente del lado de Rusia, el daño para la economía china sería particularmente grave”, advierte el Instituto Geopolítico de Varsovia. Este think tank polaco centrado en Europa del Este, recuerda que tan recientemente como en enero pasado, el presidente chino Xi Jinping celebró con aspavientos los 30 años de vínculos con Ucrania y elogió la "profundización de la confianza política mutua".
Ucrania es un centro importante de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, una infraestructura en expansión y una empresa diplomática que une a China más cerca de Europa y canaliza su comercio. Por eso el canciller chino Wang Yi dio señales de un posible interés para mediar, pero la relación de China con Occidente es un escollo por el momento para semejante paso. Por ahora todos estos jugadores observan hasta donde esta aventura se convertirá en un abismo para las ambiciones rusas y su futuro.
Pero, como remarca John R. Deni, del Instituto de Estudios Estratégicos de la escuela de Guerra de EE.UU., la cuestión principal no es la victoria o el descabezamiento del gobierno democrático ucraniano, sino lo que sucederá después. Para la mayoría de los observadores, Putin vuelve atrás esos treinta años desde la paz relativa que se abrió con el final del campo comunista “en su pretensión de ser considerado un igual por los poderes occidentes”, dice Christian Nitoiu, un profesor de diplomacia y gobernanza global en la Loughborough Univerisity de Londres.
En ese esfuerzo revisionista tiene como uno de sus propósitos influir en el desarrollo global y dominar su vecindario con el dispositivo imperialista de la soberanía limitada, que obliga a esos países a discutir con Moscú cualquier paso estratégico. Sin embargo es totalmente confuso de qué modo lograría consolidar esas metas. La gran pregunta a la que apela aquella cuestión del descontrol, es por qué Rusia hace esto con un país del tamaño de Ucrania, con 44 millones de habitantes a los que martiriza frente a la mirada del mundo y con un pueblo que en el reciente pasado dio muestras claras de su capacidad de rebeldía, se pregunta Thomas Falk en el portal de Al Jazeera .
Vencer ahí no es tomar la capital y decapitar su gobierno, el desafío es permanecer, coincide. No solo enfrentará la resistencia de los ucranianos que ya es evidente, sino también los efectos de uno de los fenómenos más notables que ha disparado esta crisis: la unidad de EE.UU. . y Europa y parte de Asia, a un enorme costo propio, para asfixiar financieramente a Rusia.
Es más de un billón de dólares, casi dos tercios del PBI ruso, lo que ha perdido Moscú y sus empresarios en apenas una cuestión de días desde el inicio de esta ofensiva. El daño es de magnitud tal que el ex presidente Dmitri Medvedev ha amenazado con el riesgo de una guerra abierta a Occidente si esa presión se mantiene y ha revoleado por enésima vez el argumento del arsenal nuclear de Rusia, el mismo fantasma que llena ahora el discurso del canciller Serguéi Lavorv.
Putin parece no haber considerado inicialmente una homogeneización de intereses hasta los extremos que está exhibiendo Occidente, o en todo caso ha apostado a que esa unidad se quebrará por las necesidades de commodities alimenticios y energéticos que Europa sobre todo requiere de Rusia.
En cualquier caso no es de ese modo como se construye una estrategia militar de semejante tamaño y desafío. Puede haber habido razones para este error de cálculo. La guerra económica es perniciosa a dos puntas, explican los especialistas: genera un descontrol también entre los adversarios de Moscú porque modifica de modo radical la estructura de los negocios globales.
“Lo que se ha hecho (con las sanciones) equivale a derramar arena en los engranajes de la maquinaria económica mundial” alerta a The New York Times, Karl Schamotta, estratega jefe de mercados de Corpay, una plataforma de pago y financiera con sede en Toronto. “Los gobiernos van a tratar a partir de ahora de reducir la forma en que bienes y dinero se mueven de un lugar a otro por las fronteras. Es un mundo completamente diferente para las corporaciones multinacionales: hace que los negocios sean mucho más difíciles”.
Ese efecto golpea en el sistema de acumulación del capitalismo, reduce rentas y pone en cuestión planes de mediano y largo plazo en un escenario ya muy dañado por la crisis económica asociada al coronavirus. Pero Putin, con su revisionismo zarista y tonos racistas --no solo respecto a los ucranianos-- que parecen tomados del formato de Hitler en sus primeras etapas expansionistas, incendió su imagen entre muchos gobiernos que incluso elegían el silencio antes que condenarlo, como el de Argentina. Ese desvío movió a la opinión pública mundial en su contra más allá de los costos y lo que acarreará este conflicto. En Alemania cientos de miles de personas marcharon con carteles que proclamaban la libertad a cambio del frio, por el corte eventual del envío del gas ruso para calentar los hogares.
Según los estrategas militares de esta parte del mundo que intentan adivinar los caminos de Putin, un paso inmediato de la enorme fuerza militar que está desplegando el autócrata ruso en Ucrania tiene el objetivo de dividir el país, en principio de norte a sur. Desde la frontera bielorrusa y la capital Kiev a la península de Crimea en el sur sobre el Mar Negro que Rusia se anexó hace ocho años. Si esa estrategia es exitosa, cuestión que está muy en discusión, le permitiría al Kremlin controlar todo el este del país incluida su costa sobre el mar de Azov. Así podría convertir a la otra parte, el occidente ucraniano, en un estado vasallo reduciendo el costo de la ocupación. Pero hay más. Además de las autodenominadas repúblicas que Moscú acaba de reconocer como independientes en el este ucraniano, hay otras regiones pro rusas mucho más lejos, del otro lado del país en Moldavia. Informes del ministerio de Defensa de Ucrania, posteados en Facebook el jueves último, indican que los movimientos militares de Moscú sugerirían que el Kremlin luego de “bloquear a Kiev buscaría crear un corredor terrestre también desde Crimea a la autoproclamada república moldava de Transnistria” en la frontera occidental. En esa región de habla rusa, Moscú mantiene desde hace largo tiempo un regimiento muy abastecido. Joerg Forbrig, del German Marshall Fund en Berlín, estimó que el ejército ruso podría "intentar hacerse con el control de una gran parte de Ucrania, que incluirá aquellos territorios que ya controla para formar un corredor terrestre entre ellos y más allá”, en referencia a Crimea, el valle de Donbas en el Este sobre el límite con Ruisa y eventualmente Transnistria. Un país despedazado.

Capítulo 5

Enseñanzas de la Guerra de Invierno

13/03/2022

El concepto de costo beneficio importa también a las naciones y se vincula con su proyección de poder. El menú de demandas que plantea Vladmir Putin para apagar sus cañones sobre Ucrania no justifica el desastre que ha construido.Rusia es una potencia en declinación, al revés de China o de muchos de sus rivales europeos, sostienen desde hace tiempo politólogos como Joseph Nye. Este escenario contradictorio agudiza esa condición. Es por ello que la victoria militar si se concretara es un logro relativo. No modifica el escenario.
Fortalecido, Volodimir Zelenski, el presidente ucraniano, quien exhibe una habilidad política que no estaba hasta hace poco en los guiones y le ha dicho al parlamento inglés que se inspira en la resistencia de Churchill contra Hitler, le ha respondido al autócrata ruso que está dispuesto a discutir sus demandas. Con ese gesto desnudó aún más la imprudencia de Putin que debe lidiar con la precariedad estratégica que exhibe su expedición militar. No serán, por lo tanto, condiciones impuestas. Kiev avisa que aceptaría la neutralidad y un lejano improbable ingreso a la OTAN, pero no habrá luz verde a las demandas territoriales.
Es decir, se mantendrá el status quo que ha regido ese convulso escenario gran parte de la última década. Solo que a partir de ahora, Putin será recordado menos por haber consolidado su país que por la velocidad asombrosa con la que devolvió a Rusia al subdesarrollo y a la bancarrota. Los cuatro requisitos o cláusulas que reclama el autócrata ruso completan una construcción inverosímil si se la enfrenta al daño propio y ajeno generado. Putin le ha dicho a su colega francés Emmanuel Macron a comienzos de esta semana que no cederá en esas demandas, que ha repetido a su ex socio turco Recep Tayyip Erdogan y que los voceros del Kremlin enarbolan ahora con una sugestiva insistencia.
La primera condición es un absurdo, la “desnazificación” de Ucrania. Putin le habla con esas palabras a su tribuna, la doméstica y la del exterior, aunque incluso los más fieles tendrán dudas. El riesgo de los relatos es que se los crean sus autores: según esa narrativa orwelliana Rusia, que combatió a los nazis en la Segunda Guerra, regresa ahora con el mismo espíritu contra Ucrania.
Eso sucede a despecho de que Zelenski sea un connotado dirigente judío y un gobernante democrático. Insistir en esas deformaciones encierra el peligro de iluminar peligrosas contradicciones. Putin se ha ido a la cama en los últimos años con cuanta organización política neonazi ha surgido en el mundo. Es un socio dinerario o político de agrupaciones de ultraderecha medievalistas como Vox en España, la Liga Norte de Matteo Salvini en Italia (que acaba de hacer un papelón payasesco en la frontera polaca intentado cepillarse ese vínculo), de Alternative für Deutschland, la ambiciosa familia Lepen en Francia o el opaco premier húngaro Viktor Orban de Hungría.
Las formaciones nacionalistas caudillescas latinoamericanas que, con cierta familiaridad oligarca, reivindican a Putin como un patriota de la progresía, deberían mirar esas alianzas, o la que mantuvo y mantiene con Donald Trump quien, en los inicios de la guerra alabó como un genio a Putin. Los otros reclamos de Moscú buscan afirmarse en cierta seriedad geopolítica. Exigen que Ucrania modifique su constitución para garantizar una eterna neutralidad, condición que ya estaba dada desde mucho antes del inicio de la guerra. Además, que Kiev reconozca la soberanía rusa sobre la península de Crimea, que Moscú se anexionó hace ocho años, y la independencia de las dos pequeñas provincias pro rusas ucranianas, Luhansk y Donetsk, en la frontera oriental, que Putin acaba de declarar como repúblicas. Son objetivos que probablemente no sucederán y que la guerra paradójicamente ha alejado. Dado que el autócrata ruso camina con cierta comodidad sobre las huellas de Hitler, hay quienes suponen que esto que proclama es un pretexto para ir mucho más allá. Aparece el ejemplo del Führer quien en 1938 movilizó a sus fuerzas y su nacionalismo para asegurar que solo estaba interesado en defender a los Sudetes de Checoslovaquia. Pero, luego de obtener el guiño de Francia y de Gran Bretaña, tomó todo ese país e invadió Polonia iniciando la Segunda Guerra.
Nye y varios de sus colegas rechazan esos supuestos por razones ligadas con la modernidad. “Una es la invención de las armas atómicas y la disuasión nuclear. Incluso Putin quiere sobrevivir”, observa agudo este profesor de Harvard. El otro gran obstáculo es la revolución de la información. “La guerra se libra hoy con teléfonos móviles, redes sociales y satélites de vigilancia privada … Siempre ha sido cierto que el éxito en la guerra depende no solo de qué ejército gane, sino también de qué historia gane”. Ucrania con su resistencia pública sepulta el prestigio ruso. Los analistas militares europeos y de EE.UU. advierten que las FF.AA. de Putin se han exhibido al fin del día mucho menos temibles, según un lapidario informe de The New York Times. Esta apreciación puede influir gravemente en el arenero militar futuro de la OTAN para avanzar otra vez sobre las narices de Moscú. Miremos la historia. En 1939, por las mismas fechas de las mentiras de Hitler, otro dictador que Putin suele reivindicar, Joseph Stalin, avanzó sobre Finlandia en la llamada "Guerra de Invierno" también con la narrativa de liberar a ese pueblo de sus malos líderes e instalar un gobierno bajo control de Moscú. Como sintetiza Foreign Affairs “los resultados de esa guerra tienen un eco familiar: se suponía que la ofensiva seria rápida y fácil y que la clase obrera finlandesa saludaría al Ejército Rojo como libertadores. Pasó lo contrario. El proletariado finlandés tomó las armas y enfrentó al invasor”. La resistencia duró más de tres meses sorprendiendo al mundo hasta que fue vencida. Moscú arrebató alrededor del 10% del territorio finlandés, pero el desorden y precariedad militar que exhibió la URSS acabó por alentar a Hitler para lanzarse sobre el bloque soviético.
La crisis actual agrega el efecto de que debilita la posición estratégica de China, su poder blando y su autonomía futura. Putin ha corrido los límites que mantenían de algún modo en su lugar a las fuerzas occidentales. EE.UU. que ha operado con evidente habilidad esta crisis buscaría repetir con Rusia la victoria de hace tres décadas sobre la URSS y recortar a Beijing lonjas claves de su influencia regional.
Estos movimientos geopolíticos que hizo posibles el Kremlin son tan nítidos que el canciller chino Wang Yi acaba de denunciar la formulación de una versión de la OTAN en el Pacífico que apuntaría a la demanda de soberanía de la República Popular sobre Taiwan. Más que eso, China es el adversario principal de EE.UU. en la carrera tecnológica y de hegemonía económica, por lo tanto política. Si la denuncia de Beijing se confirma, Occidente repetiría el fallido de cuando avanzó sobre los escombros de la URSS, primero con el Acta de París de 1990 que configuró el Yalta de la época a tono con el que repartió el mundo entre los ganadores de la Segunda Guerra, precisamente en Crimea. Y el acuerdo OTAN Rusia de 1997, cuando gobernaba Boris Yeltsin, quien aceptó como logros propios las condiciones de seguridad que le impuso Occidente.
Esta incomodidad de Beijing que no puede desligarse totalmente de la alforja de piedras en que se ha convertido Rusia, se refleja de un modo casi subterráneo con las medidas sancionatorias que dispuso el Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB), una entidad de fomento al estilo del Banco Mundial con mayoría accionaria china. Los préstamos a Rusia y a su satélite bielorruso fueron congelados por el banco para "salvaguardar su integridad financiera" y evaluar el impacto de la guerra en sus operaciones, según sostuvo. Fue en realidad un grave escarmiento para Putin. El New Development Bank, con sede en Shanghai y con una exposición mayor en Rusia, también suspendió sus transacciones con Moscú. Estos movimientos se conocieron en simultáneo con los anuncios de Wang Yi para intentar mediar y apagar el incendio. El otro tema es lo que el mandatario alemán Olaf Scholz, llama el “Zeintenwende”, un cambio de época. Se refleja en que “en menos de una semana, culminaron cinco décadas de vínculos de Alemania con Rusia” con el gas y el petróleo en el centro de esa relación, le dice al Foreign Policy, el ex embajador norteamericano en Ucrania Steven Pifer. “Nadie podía prever esto”, añade en relación a la consistente postura occidental contra Moscú, con sanciones oficiales y las que se auto imponen las empresas y bancos. Putin ha logrado que sea políticamente correcto ir contra Rusia. Por eso los italianos retrocedieron con sus demandas de excepciones para los artículos de lujo que distribuían en el mercado ruso o los belgas, con sus diamantes.
Pero en el caso de Alemania aparece otro fenómeno, la resurrección del militarismo germano. No es algo nuevo. Ya en 2014, en la conferencia de Defensa de Múnich, se planteaba que Alemania era demasiado grande para actuar desde “la periferia de la política global" según justificó el entonces jefe de la diplomacia de su país Frank-Walter Steinmeier, un socialdemócrata como Scholz y hoy a cargo de la presidencia. Este dato es relevante atento a que Berlín desconfía de que EE.UU. pueda librarse del populismo trumpista. Así, el nuevo gobierno tripartito alemán que asumió hace tres meses, acaba de convertir esas teorías en práctica pura al triplicar hasta 150 mil millones de euros el presupuesto militar del país contra los 61 mil millones de Gran Bretaña o los 55 mil millones de Francia. La invasión a Ucrania “ha hecho lo impensable”, consignó el muy serio Der Spiegel sobre esta novedad que dibuja otro escenario global para mucho después de que Rusia retroceda a sus barracas.
Pero esta configuración es teórica. Exhibe un problema muy serio que la historia enseña con los ejemplos de la difunta Unión Soviética. Aquella estructura comunista invirtió fortunas para mantener sus tropas desplegadas en todo el este europeo con el quebranto que supuso esa experiencia. La resistencia ucraniana dejó ya en claro en 2014 hasta donde puede ir cuando durante meses de resistencia volteó el gobierno corrupto pro ruso de Viktor Janukovich. Lo que los aliados de Putin llaman ligeramente golpe blando. Por cierto, la resistencia actual cuenta con una formidable ayuda occidental que ingresa por la frontera de Polonia, un riesgo para ese país si Putin considera que con esas puertas abiertas está interviniendo en el conflicto. Sin embargo el balance que debe verse es otro. Este escenario de progresiva violencia civil agregará el envío de soldados rusos muertos a casa en momento de una devoradora crisis económica doméstica por los costos de la guerra con el efecto político consiguiente.
Descontrol es cuando se pierde capacidad de manejo y prevención de los efectos de las acciones propias. Carlos Masala, profesor de Política Internacional en la Bundeswehr University en Münich le dijo a Reuter que “la acumulación de fuerzas militares rusas, sean 160 mil o 200 mil soldados, es insuficiente para ocupar Ucrania por un largo periodo”. Pero Putin no tendría otra salida. Ese esquema solo funcionaría si Occidente acepta esa nueva configuración y también los ucranianos. Ni el flamante zar ruso debe creer en esa alternativa.

Capítulo 6

La inesperada victoria de EE.UU.

18/03/2022

Mientras Rusia continúa su machaqueo brutal sobre Ucrania, EE.UU. no pierde de vista que su adversario principal no es Vladimir Putin ni su aventura guerrera, sino China. Es el dato principal que se le escapa al presidente ucraniano Volodimir Zelenski cuando expone la heroica resistencia de su país a la invasión como una lucha de la humanidad. “Los jefes militares norteamericanos aclaran que no permitirán que Ucrania los distraiga de China”, señalan Steven Lee Myers y Chris Buckley en un elocuente texto en The New York Times. Pero la apuesta es aún más amplia. Si Alemania, Francia y otros aliados multiplican desde ahora su poderío militar como prometen justificados en esta crisis, eso le dejará las manos libres a EEUU. para enfocarse excluyentemente en China.
Para el norte mundial el fango en el cual chapalea el autócrata ruso es pura ganancia actual y futura. Ucrania es una terrible anécdota en ese juego. La versión de que el Kremlin le habría pedido ayuda militar y económica a la República Popular es la última de las maniobras para inundar de Rusia a China. Esa especie no confirmada volvió papel mojado el esfuerzo del canciller chino Wang Yi para alinearse con algunas posturas occidentales y llamar por primera vez guerra a esta crisis apartándose del término orwelliano de “operación militar especial” que usa el régimen moscovita. Pero si Putin puede servirle a Washington para volver a poner las reglas en el escenario geopolítico, también tiene otras utilidades no tan evidentes. Como ha advertido el FMI, este conflicto escalará la crisis económica global que venía atada a la pandemia. Este es un punto clave de toda esta construcción. Según el Fondo, el alza de los precios de los commodities alimenticios y energéticos, “tendrá un impacto en todo el mundo pero especialmente en los hogares pobres donde los alimentos y el combustible representan una mayor proporción de los gastos. Si el conflicto se intensifica, el daño económico sería aún más devastador”.
Alcanza con notar que Ucrania y Rusia son responsables de alrededor del 14% de la producción mundial de trigo y abastecen 30% de la demanda mundial. Hay países que dependen centralmente de esas fuentes como Egipto, Nigeria o Yemen que ahora están buscando alternativas más caras. A la agudización de ese descalabro pueden estar apostando rusos y chinos. El enojo social crecería en Occidente si el escenario de necesidades se agrava, suponen. No es claro que eso sucederá. Por el momento las cosas parecen ir lejos de lo que esperaba Moscú, aunque conviene evitar simplificaciones. Putin no está loco, siempre ha sido impiadoso y feroz pero también, un gran calculador. Pero es posible que haya fallado en la caracterización de la etapa.
No cabe sorprenderse. La historia está llena de estos "errores" por llamarlos de modo benevolente. Hace tan poco como en 2003, EE.UU. bombardeó brutalmente e invadió a Irak en base a un manojo de mentiras sobre las supuestas armas de destrucción masiva del dictador Saddam Hussein, un ex aliado descarriado de Washington.Ese ataque se suponía que era el primero de una serie de operaciones militares sobre una decena de países que serian re formateados con la “democracia de los cañones” del ex presidente George W. Bush, el último de ellos Irán, el primero Afganistán. Todo salió mal. Irak se convirtió en un arduo dolor de cabeza para EE.UU. que transformó a ese país en una usina de terrorismo. De ahí y por esas circunstancias salió el ISIS, por ejemplo. Afganistán ya sabemos en qué terminó.
Volviendo a Putin, algunos analistas sostienen que el líder ruso y sus asesores avanzaron con su aventura militar convencidos de que la crisis económica originada en la pandemia ataba las manos de la dirigencia occidental. “Putin descontaba que habría una reacción, pero la estructura principal se mantendría en su lugar, indemne. Rusia era hasta antes de la invasión una de la naciones con mayor reputación crediticia global y esa imagen estaba en crecimiento: le daba formidables ganancias a las empresas y bancos de todo el mundo”, resume una fuente diplomática europea a este cronista.
El Kremlin apostó que la ofensiva sobre Ucrania tendría un éxito inevitable con un fuerte apoyo doméstico que fortalecería a Putin con la exhibición de un poder que ya no podría ser discutido y que apagaría la agresiva actitud de la OTAN.
La alianza con China de “amistad sin límites” que anunció Putin con su colega Xi Jinping en febrero, era clave en esa consideración. Los dos países, en un documento de 5.000 palabras le avisaban al mundo que una nueva era estaba naciendo con otros liderazgos al mando, Beijing y Moscú.
Chinos y rusos leen desde hace tiempo a un célebre geógrafo británico del siglo pasado, Halford John Mackinder, autor de una teoría sintetizada en la palabra Heartland que sostiene que Eurasia será el centro del poder político futuro y que dominará el mundo sobre las potencias circundantes o el Rimland, los bordes. Aquel artículo de The New York Times recuerda que “un defensor ruso moderno de tal pensamiento, Aleksandr Dugin, ha escrito extensamente sobre lo que él ve como un choque creciente entre el Occidente liberal y decadente y un continente euroasiático conservador con Rusia como su alma”.
La fragilidad de esa construcción explica la reacción occidental de autodefensa pero también de reconstrucción de un liderazgo y de las alianzas que descolocó a Rusia. También a China.
Radica ahí el único aspecto en el cual tiene sentido parte del discurso de Zelenski sobre el valor de su país para el mundo. Lo que se pelea es mucho más que las ambiciones zaristas de Putin. Es el diseño futuro del mundo. Pero esa noción tiene límites. Ni EE.UU. ni sus aliados irán a una tercera guerra mundial por Ucrania, por eso no aceptan las demandas del mandatario ucraniano para un cierre aéreo que impida el ataque de los bombarderos rusos o una intervención directa de la OTAN. Washington y sus socios ya están ganando sin llegar a esos extremos.
Uno de esos activos para Occidente es la erosión que la ofensiva militar rusa produce al poder chino. El gigante asiático está atrapado en un duro ajedrez. No puede romper con Moscú porque necesita un contrapeso frente a su adversario. Si le quita la mano a Putín, acabaría por fortalecer a su adversario. Si no lo hace, terminará enredado en una pesadilla de la que EE.UU. busca que no pueda escapar.
Es un lugar incómodo para Beijing y su presidente Xi quien no está exhibiendo con claridad su capacidad para manejar este desafío. El dialogo que sostuvo este viernes con Joe Biden no despejó esas dudas, aunque dejó en claro aquella incomodidad: “la crisis ucraniana no es algo que quisiéramos”, le reconoció a su colega norteamericano. Este es, además, un año crucial en el cual el líder chino buscará un tercer mandato consecutivo coronándose prácticamente como un virtual emperador. Se requieren éxitos concluyentes para llegar a esas alturas pero la aventura rusa es un viento de frente para la estrategia de hegemonía del gigante asiático.
Al comienzo de esta pesadilla, el mando chino se había refugiado en la idea sintetizada por el académico Zheng Yongnian respecto a una decadencia simultánea de EE.UU. y de Rusia. Planteaba que “mientras no cometamos errores estratégicos terminales la modernización de China no se interrumpirá, por el contrario tendrá una capacidad y voluntad mayores para la construcción de un nuevo orden internacional”. Esa retórica ha perdido lonjas de consistencia. Como señala en Foreign Affairs el sinólogo del Center for Strategic and International Studies, Jude Blanchette, “la decisión de Xi Jinping de declarar la asociación sin límites con Moscú fue posiblemente el mayor error de política exterior de sus casi diez años en el poder”. Putin recibirá la mayor parte del castigo por su barbarie, “pero esa declaración junto con el apoyo diplomático de Beijing a Moscú, ha socavado la reputación de China y abierto dudas sobre sus ambiciones globales".
"De hecho -añade-, la intensificación de la guerra en Ucrania ya ha provocado llamados a Taiwán para mejorar sus capacidades de defensa y ha dado no solo a la OTAN, sino al QUAD, la alianza antichina entre EE.UU., Japón, Australia e India en el Indopacífico y el AUKUS (EE.UU. Australia y Gran Bretaña), un renovado sentido de propósito”. Este planteo encierra una pregunta grave: ¿De qué modo repercutirá esta crisis entre los adversarios internos del líder chino? Que los hay, por supuesto.
Es posible que al terminar esta guerra Rusia se quede con porcentajes del territorio ucraniano que ha destruido de modo implacable y con el compromiso de que Kiev no ingresará a la OTAN. Ese desenlace, que llenará de palabras al autócrata ruso, le importará más bien poco al liderazgo occidental que busca reafirmarse consolidado 30 años después del final de la Guerra Fría.
Al revés de lo que puede suponerse, esta evolución torna más imprevisible el futuro. Si esta pesadilla descalabra a Rusia y eclipsa momentáneamente el proyecto chino, EE.UU. buscará avanzar sobre sus adversarios. En el trasfondo no es para nada claro si Putin se moderará o escapará hacia adelante golpeando a otros países o rebuscando las perores armas de su arsenal.
En esa línea se dibujan escenarios aún más abrumadores. Atento a los muy delgados hilos que sostienen esta arquitectura, Ulrich Kühn, estratega nuclear de la Universidad de Hamburgo, alerta que “la posibilidad del uso de armas atómicas es extremadamente baja. Pero no es cero. Es real y podría aumentar”. De eso también trata este ominoso presente.

Capítulo 7

El peligro no son solo los cañones

22/03/2022

Hay algo claro en medio de las múltiples capas de confusión que envuelven a este conflicto, la guerra en Ucrania está llegando, si ya no la ha hecho, a su punto de mayor peligro. Significa que cualquier solución parece alejarse mientras la crisis toma una dinámica propia y ominosa más allá aún de la voluntad de los jugadores directos. Es importante, en este sentido, prestar atención al viaje del presidente norteamericano Joe Biden a Europa con una posición muy despejada de liderazgo.
La posibilidad de una guerra extendida figura alta en cualquier consideración, particularmente a partir de los intereses geopolíticos occidentales que saben que tienen una gran oportunidad para encapsular a Rusia y de modo esencial complicar o aún detener el desarrollo e influencia competitiva de China. Se verá si eso es posible, pero la ocasión hace a la estrategia.
Desde el fin de la Guerra Fría esta es la mayor oportunidad que le ha surgido a Estados Unidos para regresar a la cabecera de la mesa e imponer su liderazgo económico y comercial y por lo tanto político al resto del mundo. En cuanto al Kremlin, después de un mes de una campaña militar que quemó el prestigio imaginario de la habilidad castrense de la Rusia de Vladimir Putin, incapaz de hacerse rápidamente de un país con un potencial muchísimo menor y enorme pobreza, van quedando claros algunos aspectos de su planteo.
Por cierto, no debería sorprender el ataque a los civiles que llena lógicamente de espanto las crónicas desde esas fronteras. El Kremlin nunca se ha detenido en esas consideraciones cuando le tocaba enfrentar los desafíos del terrorismo checheno. Recordar el teatro de Dubrovka en 2003 que acabó en una masacre de las víctimas para fulminar al comando atacante o la escuela de Beslán en 2004 con un resultado parecido, pero entre los niños.
Con Mariúpol destruida, Rusia aspira a tener control del principal puerto del mar de Azov. La otra aspiración es Odesa en el Mar Negro. El plan en el arenero podría consistir en la conquista de esas ciudades y así garantizar la conexión terrestre con Crimea, y con Moldavia. Nada novedoso. Es el registro de la mayoría de los analistas que descartan un interés directo de Moscú sobre Kiev. Pero la pregunta es si ese bocado enorme, mayor incluso que el que Joseph Stalin obtuvo en 1939 en Finlandia será suficiente para concluir el conflicto.
Desde una perspectiva, Rusia tiene las manos atadas. Necesitará una solución y deberá ser pronto. Si logra dividir el país y colocar un gobierno títere en lo que quede de Ucrania, en la parte occidental, eso no podría funcionar sin una fuerte presencia militar permanente. Moscú carece de esas posibilidades, incluso económicas. Menos ahora que su PBI se ha derrumbado.
En un reciente informe, citado por The Economist, la OTAN concluyó que los ocupantes necesitarían de 20 a 25 soldados cada mil ucranianos. Pero Rusia apenas superaría los cuatro. Y el mismo infierno se repetiría en la parte oriental, supuestamente pro rusa. La siguiente incógnita, mucho más relevante, es si en Occidente hay interés en un acuerdo que le permita a Rusia aparecer con la victoria sobre parte de esos territorios para apagar los cañones y dejar que el tiempo allane el regreso de la estabilidad y la calma económica.
Putin apostó a que la crisis financiera que disparó la pandemia fuera su principal aliada en esta ofensiva porque supuso que inhibiría a las capitales occidentales y eso le permitiría exhibir libremente su poderío y autonomía también hacia China. Se equivocó y posiblemente repita el error si espera ahora que todo termine en una anécdota. También esta evolución es una señal grave para Beijing. El por momentos ruidoso silencio del régimen de Xi Jinping ha tenido entre otros objetivos que quede claro que las sanciones son impotentes para detener a Rusia lo que demostraría la inutilidad de ese dispositivo que Washington también ejerce contra Beijing en su guerra comercial proteccionista. Pero un mes después de iniciada la guerra esas visiones pierden fundamento, incluso a despecho de que el desastre económico apenas ha comenzado a insinuarse y que amenace convertirse en uno de los más graves de la historia.
Desde una perspectiva de costo beneficio el resultado aparece ruinoso para Rusia. Un esfuerzo enorme con graves fracasos para una eventual ganancia de relativo valor estratégico. Esa ecuación es inversa para EE.UU. y sus socios si logra hacer encallar a sus principales rivales comerciales y de liderazgo de Occidente. Hablamos más de de China. Rusia es un electrón suelto y utilitario en este tablero.

Capítulo 8

Es la economía, Putin

25/03/2022

Zbigniew Brzezinski, el célebre politólogo y ex funcionario demócrata, concluía años después del derrumbe soviético que Rusia podía ser una democracia o podía ser un imperio, pero no podía ser ambos a la vez. Vladimir Putin logró consolidar a su país tras el colapso comunista, al costo de una autocracia que liquidó en gran medida la primera parte democrática de la formulación de aquel brillante ex asesor de Seguridad Nacional de James Carter. Sobre la segunda, el imperio, la guerra en Ucrania muestra los límites que la realidad impone a cualquier sueño de reconstruir la Rusia zarista. Este conflicto no solo desnudó las debilidades militares del país, expuso también una reducida calidad estratégica de sus líderes, comenzando por el propio presidente.
Quienes defienden la aventura guerrera del líder del Kremlin afirman que lo hizo obligado por la presión de la OTAN sobre las fronteras de la Federación. Los compromisos pactados con los líderes moscovitas tras el derrumbe y despedazamiento de la Unión Soviética no se cumplieron. Es cierto. La promesa de James Baker, el ex canciller de George H. W. Bush, de que la Alianza Atlántica no avanzaría un centímetro hacia el Este pasó a la historia de las grandes mentiras y los significativos errores que produce la soberbia en geopolítica.
Esa visión, sin embargo, aun con esos trasfondos de verdad, es una explicación relativa y débil para hallar un sentido real a esta guerra que idealmente podría brindarle a Moscú una porción de Ucrania como buffer frente a un Occidente que suponía debilitado, confuso y en retroceso.
Pero, si además de insultarlo, Putin hubiera leído a Lenin habría quizá comprendido que su fuerza objetiva contra la amenaza occidental consistía menos en los cañones que en el poder que le brindaba la enorme interacción económica y comercial con esos rivales. "La política es economía concentrada", sostenía agudo el fundador de la Revolución Rusa.
También es discutible la otra noción, muy citada, respecto a que el complejo de la Rusia actual era el crecimiento y desarrollo de sus vecinos que giraron hacia Occidente con democracias plenas. Un mal ejemplo para Rusia que escalaría si Ucrania se unía a la Unión Europea y a la Alianza Atlántica. Pero Rusia tenía las cartas correctas, diría Lenin, para reforzar su influencia a despecho de sus vecinos. Es el principal proveedor de energía en Europa, abasteciendo más de 40 por ciento de sus necesidades y por encima del 50% en relación a la potencia alemana. Berlin, incluso, se encaminaba a cubrir con el fluido ruso el 70% del gas necesario con el ahora abortado gasoducto Nord Stream II, tras haber decidido cancelar sus programas de usinas atómicas y del uso de carbón.El PBI per cápita, es decir el ingreso por habitante, desde el colapso de la URSS registraba en Rusia un moderado pero consistente crecimiento con picos en 2010 de 15 mil dólares anuales, un nivel que seguía siendo consistente pese a los daños de la pandemia.
La modernización capitalista del país lo convirtió en la base de operaciones de empresas y bancos multinacionales. Exhibía envidiables reservas por encima de los 650 mil millones de dólares y un rango crediticio entre los mejores del mundo.
El intercambio con China, el principal socio político de Moscú, creció 36% en 2021, aun en plena crisis por el covid, hasta 147 mil millones de dólares y se esperaba en breve alcanzar los 200 mil millones. El perfil autoritario y asfixiante de las libertades individuales del modelo de gobierno de Putin, no fue dificultad para que su figura creciera internamente. También lo hizo la disidencia pero no con la fuerza de desplazarlo. En el plano global, Rusia había logrado recuperar centralidad pese a constituir una potencia regional. Giró a favor de Irán y Siria la guerra en el país árabe y fue un factor central en la destrucción de la banda terrorista ISIS. En síntesis, un manojo de herramientas para imponer límites e influir en la geopolítica de sus adversarios. Es eso lo que se ha liquidado en un puñado de días.
Rusia ahora está en un lugar vulnerable. Occidente difícilmente facilite una salida a esta crisis si es que Putin en realidad entiende que debe buscarla con urgencia. Charles de Gaulle decía que al enemigo no hay que derrotarlo sino convencerlo de que ha perdido. No es lo que parece alentar Washington y sus aliados.
El norte mundial está facturando en toda la línea esta crisis aun con el costo propio que implica el rebote de las sanciones. Douglas Lute, un ex general y ex embajador de EE.UU. en la OTAN, dijo que la intención de su país es duplicar las tropas asentadas en Europa del Este.Washington despachó ya 15 mil soldados a la región desde el estallido de la guerra. Con las dotaciones decididas en las últimas hora son cien mil hombres en Europa del Este. Es la primera vez que se llega a esa cantidad desde el final de la Guerra Fría. Según Lute, ese número será en adelante de 200 mil hombres. Acomodados frente a Rusia. Un panorama que en la foto actual es de pesadilla. Un mes después de iniciada la guerra contra un país mal armado, con una crisis económica crónica, el Kremlin no ha podido exhibir ninguna victoria pero sí en cambio una espantosa masacre de civiles que asquea las pantallas de todo el mundo. La censura medieval rusa sobre lo que ocurre realmente en el campo de batalla no logra detener los golpes de la realidad. Solo como ejemplo, Rusia busca ahora atenuar el derrumbe de su moneda reclamando a sus compradores de gas, especialmente Italia, Alemania yHungría, que le paguen en rublos. El argumento es que, debido a las sanciones, no puede aceptar divisas fuertes. Pero EE.UU. apunta a estrangular ese flujo. No puede hacerlo totalmente porque los europeos reconocen que dispararía una enorme presión social a caballo del aumento de las tarifas de los servicios públicos. La consecuencia del anterior ajuste, tras la crisis de 2008, fue una furia antipolítica en la clase media que parió movimientos ultranacionalistas neofascistas que acabaron aliados del autócrata ruso. Como Donald Trump en EE.UU.
Washington entiende ese punto y por eso no presiona, como acaba de avisar el asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan. Pero el objetivo de la Casa Blanca desborda la coyuntura: en su extremo buscará subsumir a Rusia y utilizar la restauración que exhibe su liderazgo global para retrasar lo máximo posible el avance de China.Al mismo tiempo, absorber gran parte del negocio del gas. Lo que parecía una fantasía hace apenas unas semanas se acaba de concretar con un acuerdo entre Washington y la UE para proveer cuotas mayores de gas licuado norteamericano al bloque, hasta 15 mil millones de metros cúbicos. Por cierto a costos superiores a los rusos. Aunque no se sabe cómo terminará la guerra se visualiza ya quienes comienzan a ganarla.
Este panorama pone en crisis el debate sobre si este conflicto es el detonante de un cambio radical en el orden geopolítico global, o configura, más bien, un retraso en esa mutación. Los analistas coinciden en que se ha quebrado la muy relativa armonía que regía desde el fin de la Guerra Fría hace tres décadas y que permitió el crecimiento espectacular del capitalismo chino. La teoría indicaba, justamente, que Asia acabaría por relevar a Occidente como potencia económica y líder tecnológico.
Pero es probable que Putin haya ahora dinamitado ese sendero.
El desastre ruso en Ucrania discute, además, el futuro del vínculo entre Moscú y Beijing. Esa relación es central en la perspectiva de estas potencias que comparten la antipatía por Occidente y su convicción de que están destinadas a ser el relevo de la hegemonía global. Si la economía estructura las posibilidades políticas, el dilema chino es oceánico. Como señalamos más arriba, el Imperio del Centro intercambia con Rusia 160 mil millones de dólares.
“Pero eso es menos de una décima parte del comercio combinado de China con EE.UU., US$657 mil millones y con la Unión Europea, US$828 mil millones”, recuerda el cientista político Wang Huiyao. Es una voz importante porque dirige un centro de análisis geopolítico basado en Beijing que asesora al gobierno de Xi Jinping. “China tiene un significativo interés económico en una rápida resolución de la guerra", afirma. Económico y no político porque Rusia y Ucrania son componentes centrales de la Ruta de la Seda. Son, por lo tanto, un canal central del comercio chino con Europa que ha experimentado un salto geométrico en sus volúmenes desde 2010. "Este conflicto amenaza esos flujos comerciales", añade Wang.
Ahí es donde también están golpeando los misiles rusos.

Fin

(*) Cantelmi es jefe de Política Internacional del diario Clarín en todas sus plataformas y el principal analista de asuntos internacionales de ese medio. Es docente de la Universidad de Palermo y dirige el Observatorio de Política Internacional de la UP. Ha escrito tres ensayos, El fin de la era Bush (análisis de los dos mandatos del presidente norteamericano);; Una primavera en el Desierto (La revolución de la Primavera Ärabe en el norte de África);; y Diario de Viaje (Notas y registros sobre la cobertura de las guerras).