La pelea por los patios traseros: el otro dilema chino de EE.UU.
Por Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
Un dato sustancioso del actual conflicto Este y Oeste es que a diferencia del que marcó la Guerra Fría, con la Unión Soviética en uno de sus extremos, sucede entre dos capitalismos. El occidental, con estirpe democrática un tanto debilitada que lidera Estados Unidos y el de la autocracia China, que se define utilitariamente como comunista, en rigor una herramienta de control totalitario del poder. Ese es el cristal a través del cual se observa esta rivalidad con la característica central de una mutua y profunda necesidad.
Acabamos de enterarnos, con cifras corregidas y en la voz de la responsable de Economía de EE.UU., Yanet Yellen, que el comercio total entre ambos países alcanzó en 2021 poco más de 700 mil millones de dólares. Un número extraordinario que debería obligar a la prudencia a los dos socios: demasiado para perder si no se controla la disputa. Vale agregar que ese mismo año el Imperio del Centro superó por primera vez los 800 mil millones de dólares en el intercambio con el bloque europeo, el otro sujeto en el Oeste del tablero. Esa cifra se repitió con vigor en 2022 pese a la pandemia: en solo ocho meses se habían intercambiado 600 mil millones de dólares.
El discurso de la ministra de Joe Biden, en la Johns Hopkins University el 20 de abril pasado, tuvo escasa repercusión por nuestras fronteras. Pero fue especialmente relevante por el momento en que se produjo, lo que se dijo y se sugirió. Yellen hizo un ejercicio de equilibrio y de narrativas para marcar el derecho de su país a una autoridad global que es hoy eje de profundas polémicas y que no solo China pone en cuestión. Afirmó que Washington, como política de Estado, es decir más allá del gobierno demócrata, “no busca ‘desacoplar’ nuestra economía de la de China. Una separación total de nuestras economías sería desastrosa para ambos países. Y sería desestabilizador para el resto del mundo -reconoció-. Más bien, sabemos que la salud de las economías china y estadounidense está estrechamente relacionada”.
¿Una bandera de paz? ¿Un gesto de distensión o una rama de olivo como lo intentó sintetizar el FinTimes? Nada de eso. La funcionaria, que dirigió anteriormente la Reserva Federal, advirtió que esa armonía se preservaría en tanto desde la otra parte no se produzca una “amenaza a la seguridad nacional de EE.UU.”. Es un concepto de amplio espectro con el que se pretende justificar el derecho a limitar o abiertamente sacar de los mercados al competidor asiático e incluso a sus universidades desde que comenzó a crear y producir lejos de la copia que se le achaca del talento occidental.
Yelen avaló los dispositivos proteccionistas pero negándoles ese propósito. “Aunque nuestras acciones específicas puedan tener impactos económicos, están motivadas únicamente por nuestras preocupaciones sobre nuestra seguridad y valores. Nuestro objetivo no es utilizar estas herramientas para obtener una ventaja económica competitiva”, señaló. E insistió en que la andanada de sanciones iniciada por el gobierno de Donald Trump y profundizadas por el de Biden, no fue diseñada para “sofocar la modernización económica y tecnológica de China”.
El mensaje pareció una respuesta a la denuncia de Beijing sobre las violaciones a la libertad de comercio en que incurre EE.UU. con esas prácticas. Un reproche por derecha que es rechazado con la noción poco sustentable de que el liderazgo norteamericano hace innecesarias esas herramientas. Pero Yelen buscaría reaccionar a otras dos preocupaciones. Una de ellas es el rebote de la economía china. En el primer trimestre del año creció 4,5%, casi el doble del 2,2% en el periodo anterior impulsado por un salto de 10,6% en el gasto de los consumidores tras el cierre de las políticas de Covid cero. Las exportaciones se expandieron 14,8% anual a marzo, un número significativo atento a que se pronosticaba una disminución de 5%. Esos datos se miden en poder político.
En la otra orilla, en tanto, el crecimiento estadounidense exhibió una desaceleración considerable en el mismo primer trimestre, con una expansión anualizada de 1,1%. El cálculo más citado indica que la economía del gigante occidental crecerá 1,6% este año contra 2,1% del 2022. Tampoco son buenos los números de la eurozona: +0,8 por ciento anual.
La otra preocupación, ligada a la anterior, es más reciente en los discursos occidentales e involucra la penetración de la República Popular en el sur mundial, últimamente con el fortalecimiento de la alianza con Brasil. La general Laura Richardson, a cargo del Comando Sur, quien recientemente estuvo en Argentina, describe esa inquietud en los términos que en los 60 se cuestionaba a su país en la región: “Beijing está expandiendo su influencia económica, diplomática, tecnológica, informativa y militar en América Latina y el Caribe”, reprocha. Es lo que hacen los imperios.
La rivalidad entre estos gigantes se basa enel liderazgo tecnológico futuro, plataforma también de la capacidad ofensiva militar. Washington ha cargado contra Huawei, la empresa líder china en el rubro, con el argumento de prácticas de espionaje. Pero la razón principal va más allá, sucede que está más avanzada que EE.UU. en sistemas 5G y 6G, y puede producir equipos de comunicaciones de menor precio y similar o superior eficacia que los occidentales. Esa condición explica que en el sur mundial, en Latinoamérica y particularmente en Brasil, Beijing haya ocupado espacios que antes regulaba EE.UU.
Especialistas en tecnología como John Strand indican que Huawei edificó una red “fuerte y poderosa” en América Latina, amparada por gobiernos tanto de izquierda o derecha. Los chinos “han explotado la percepción de que los EE.UU. tiene muy poco interés de invertir en proyectos de desarrollo en la región. Brasil, Chile y otros países han realizado gestiones para que la inversión de Huawei crezca también en centros de datos en la nube”. Actualmente Huawei, brinda esos servicios desde Brasil, México y Chile. La estrategia en el gigante sudamericano se potencia con las redes de cables submarinos actuales y futuros entre África y Brasil financiados por capitales chinos.
El especialista concluye con cierto disgusto que las restricciones que EE.UU. impuso a esa firma “han tenido cero impacto en la expansión de la compañía en lo que era el patio trasero norteamericano”. Lo mismo se aprecia en otras regiones del sur mundial, ello pese a que las políticas norteamericanas sí son efectivas para complicar el desarrollo chino. Por ejemplo, existe un torrente de empresas que abandonan el gigante asiático para evitar esas restricciones que no se aliviarán, según pronosticó Yelen. ¿A dónde nos lleva esto?
Así como el largo telegrama de George Kennan ilustró en 1946 sobre las limitaciones del personalismo stalinista, otro texto más antiguo comienza a ser comentado últimamente para referenciar el ciclo ominoso que vive el planeta. En 1907 un funcionario del Foreign Office, Eyre Crowe, un alemán de Leipzig nacionalizado británico, envió a sus jefes un memorándum que pasaría a ser central en la geopolítica del Reino las siguientes cuatro décadas. Advertía que el crecimiento de Alemania, bajo el reinado de Guillermo II, constituía una amenaza por su carácter expansionista. Recomendaba ampliar con urgencia la alianza con Francia, la Entente Cordiale de 1904. Visualizaba de ese modo la Primera Guerra Mundial que, justamente, fue un conflicto por el predominio económico, el mismo estigma de la segunda conflagración del siglo pasado.
Crowe sostenía que Alemania buscaba proveerse de una armada poderosa y que esa intención dispararía el desenlace bélico sin importar lo que dijeran o hicieran los diplomáticos alemanes. Henry Kissinger, quien rescata a este diplomático en su libro On China, alerta que en Norteamérica existe lo que llama una “escuela de pensamiento Crowe”. En ese círculo se ve el ascenso de la República Popular “como incompatible con la posición de EE.UU” y, por lo tanto, es mejor enfrentarlo con políticas preventivamente hostiles. Un escenario aún más peligroso, dice, por la ansiedad creciente que exhiben ambas potencias. Lo escribió hace 12 años.
*** Docente de la Facultad de Sociales de la UP.
Director del OPI. Autor de tres ensayos. Editor jefe de Política Internacional del diario Clarín.