Qué significa para el mundo una China con su economía en problemas
Por Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
Hay al menos dos intuiciones poco confortables que sobrevuelan la crisis de crecimiento que continúa estrujando al mundo y a China, en especial. Una es la posibilidad de que EE.UU., se haya resignado a que el gigante asiático absorba a Rusia de resultas de la actual guerra. Y se consolide un bloque donde debería primar la división estratégica de esos jugadores. La otra, más grave, que se haga depender el destino del sistema que conocemos en la anulación y no en la interacción con el otro sujeto en competencia.
Ese diseño podría explicar la escalada incesante de medidas proteccionistas de EE.UU. sobre China, que la Casa Blanca prefiere llamar de otra manera. En principio ha sido la herramienta arancelaria, luego los frenos al acceso a los más sofisticados semiconductores. Últimamente, el recorte de las inversiones tecnológicas y el llamado al desarme de las posiciones en bancos chinos.
Todo ello se apoya en la “seguridad nacional”, el estandarte que promovió la jefa de la economía de la Casa Blanca, Janet Yellen, en su reciente visita al Imperio del Centro. La funcionaria dice que su país no pretende entrometerse en la carrera comercial de su mayor competidor global. Busca sí trabar desarrollos que puedan amenazar esa seguridad. No es claro qué es lo que iría debajo de ese paraguas, pero es evidente que se trata de anular o al menos aminorar el avance tecnológico de la República Popular, que aspira a situarse como el hegemón global a mitad del siglo que transitamos…o antes.
Hoy ese objetivo no parece simple. Aun al margen de esos acosos, China no está bien. Como EE.UU. y Europa es víctima de una contracción global con múltiples orígenes, desde el efecto económico de la pandemia, la lucha contra la inflación resultante y un ciclo de recesión que se venía insinuando desde antes de estallar la enfermedad. También influye, aunque en menor medida, la guerra en Ucrania. El régimen comandado por Xi Jinping, quien desde el último Congreso del Partido Comunista se ha convertido en un líder vitalicio, le agregó, además, costos adicionales a esos contratiempos.
Han habido voces en la cúpula del poder chino, el ex premier Li Keqiang entre otros destacados, que alertaron sobre que la retracción global sugería que la potencia debería ampliarse hacia Occidente y alejarse de las aventuras guerreras de Vladimir Putin. Un factor importante de esa disidencia ha sido el abandono por parte del régimen de la política de liberación de las fuerzas productivas, el signo de la era que inauguró a fines de los ‘70 Deng Xiao Ping, el timonel del giro desarrollista en la potencia.
El modelo de Xi, que gusta aparecer uniformado como Mao Tse Tung, gran enemigo de aquel estadista, impone una dura intervención estatal en las grandes corporaciones, lo que complica o anula la inversión, las asociaciones y la proyección de esas empresas.
Xi tampoco escuchó a los críticos que cuestionaron la alta vara de Covid cero que impuso y trastornó la productividad del gigante asiático. El país logró recuperarse cuando esas barreras se aliviaron a comienzos de este año, pero apenas creció en los meses de abril a junio en comparación con el trimestre anterior. Tres años de restricciones draconianas profundizaron, además, la trampa de una deuda que ronda el PBI total de la potencia y que se combina con una explosiva recesión inmobiliaria.
Ahora la República Popular acaba de entrar en deflación con una baja del índice de precios al consumidor de -0,3% en julio, la primera contracción desde febrero de 2021. El consumo es clave en un sistema que pretende que ese sea el eje maYoritario del armado del PBI. Las cifras oficiales de inflación publicadas en estas horas exhiben un desplome generalizado. No solo del costo de vida. También desciende el índice de precios al productor, una medida del valor de los bienes en la puerta de la fábrica, que cayó -4,4%. Los analistas temen ahora que el país se encamine a una trampa de liquidez como la que afectó largamente a Japón, un escenario en el cual los consumidores conservan su efectivo en lugar de gastarlo.
La suposición de los sinólogos es que debido a ese endeudamiento, China difícilmente genere estímulos para impulsar la economía como hizo 15 años atrás, durante la gigantesca crisis del 2008, que estalló en EE.UU. y se extendió al planeta.
En aquel momento, el régimen que comandaba Hu Jintao, antecesor de Xi y menos rígido que su sucesor, implementó un paquete fiscal de US$ 600 mil millones que fondeó puentes, autopistas y edificaciones. Un éxito que elevó a más de 9% el crecimiento ya en el segundo semestre de 2009. Pero fue ahí cuando se encendió la mecha de la bomba de deuda actual por el aluvión crediticio que se disparó con esos fondos.
El incómodo cuadro interno se combina con un comercio mundial en retroceso, hasta 2% este año contra el 5,2% de 2022, y una expansión global en similares cifras depresivas. Antes de la pandemia el ritmo de crecimiento mundial era de casi 5% promedio. Es por eso que en la superestructura planetaria existe una controversia respecto del sentido de la rivalidad absoluta Este-Oeste que rige la etapa.
Tanto el FMI como el Banco Mundial han redoblado sus demandas para que las dos mayores potencias capitalistas de la era logren algún acuerdo que apalanque la economía global. Yellen ha reconocido que constituiría una mutua catástrofe el desacople de la sociedad comercial que comparten los dos países. Se entiende, el intercambio entre China y EE.UU. ronda los US$ 700 mil millones anuales y el de la República Popular con la UE superó los US$ 800 mil millones. El desacople, sin embargo, está sucediendo agravando los síntomas de parate global.
La caída el consumo, debido a la aspiradora de recursos que constituye el alza de las tasas de interés en el Norte mundial explica la reducción de las importaciones de EE.UU. y de la propia China. En el gigante asiático el cuadro se refleja socialmente en una desocupación por encima de 22% de los graduados universitarios, dato que confirma la baja de crecimiento que impide que esa mano de obra súper especializada sea absorbida.
Dentro de ese sistema con defectos, las exportaciones chinas registraron una caída precipitada el mes último de 14% interanual, según datos oficiales. No es excepcional. Las ventas de la República Popular han venido disminuyendo año tras año. Pero también las importaciones que se desplomaron hasta 12,4% en julio último, y 6,8 por ciento en junio. Se consume menos, se fabrica menos, se vende menos.
No son, claramente, buenas noticias para un Sur global en general ineficientemente gobernado y que, salvo excepciones, ha visto evaporar su rendimiento y solidez financiera debido a la crisis que trajo la enfermedad y la abrupta huida de fondos por el alza de los tipos de interés. Esa situación ejerce un proceso de pinzas, señalan los analistas, porque al mismo tiempo que erosiona el crecimiento del espacio en desarrollo o directamente retrasado, amplifica los riesgos que, a su vez, limitan la inversión imprescindible para escapar de ese círculo letal.
(*) Docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la UP, carrera de Periodismo, Periodismo Internacional (Historia de conflictos)
Autor de tres ensayos publicados,
Editor jefe de Política Internacional del diario Clarín, ambas plataformas. Analista principal de Política Internacional