Explorando el fenómenos de las ultraderechas y el nacionalismo
Por Marcelo Cantelmi (*)
Especial para el Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo.
¿Qué es esto de ultraderechas populistas por todos lados?
Es una escena que da para cierto pavor o alarma. Apenas días después de que el liderazgo atlantista occidental memorara los espantos del Tercer Reich en el 80 aniversario del desembarco de Normandía, los alemanes votaron como segunda fuerza del país a un partido abiertamente nazi, desplazando a la socialdemocracia del premier Olaf Scholz.
Fue posiblemente lo peor de un domingo en Europa que se saldó con un crecimiento de las ultraderechas populistas en Francia, Italia, Austria, Holanda o Bélgica. Muchas de ellas de origen fascista y antiliberales, pero menos espantosas frente a la defensa de las SS que profesa sin pudores la triunfante Alternative für Deutschland en Alemania.
Es claro que el crecimiento de estas formaciones no fue aluvional como se temía y que el muro de las familias políticas de centro logró mantenerse en pie. La centro derecha y la socialdemocracia conforman la mayoría liberal en el Parlamento europeo junto con verdes y ecologistas. Pero se requiere cierta prudencia ante esta novedad. No son los legisladores los que gobiernan o lo harán en el bloque, sino la dirigencia política que esos partidos representan y que ha recibido estas luces verdes.
Como señala el historiador británico Timothy Garton Ash “no te conformes con que te digan que los resultados no han sido tan malos. El voto de ultraderecha puede inclinar a todo el continente hacia ese lado y poner en grave peligro a Ucrania”. Es la grave paradoja de que ochenta años después “se regresa a nacionalismos, fascismos y guerras”.
La elección debilitó de un modo u otro a todos los liderazgos occidentales que desde este jueves en el G-7 volvieron a reunirse con un perfil diferente, más frágil, al que los encontró la semana anterior en Normandía. Lo que sucedió en medio de ambas cumbres en esas urnas desnuda la disociación entre el lugar que ocupan los dirigentes y sus ideas con las demandas de sus poblaciones.
No fue la única grieta expuesta. El continente se partió también en dos. La Europa del Este escapó de los liderazgos populistas pro rusos que experimentaron notorios retrocesos en Hungría o Polonia. Una reacción natural de ese collar de países vecinos al reino de Vladimir Putin frente a la sangrienta tragedia lanzada sobre Ucrania.
En esa región, que además mantiene fresca la memoria sobre la barbarie del estalinismo soviético, sucede una mutación en las estructuras políticas debido al peligro de una extensión del conflicto si es que no se puede detener al Kremlin. Ahí se observa con claridad la gravedad existencial de la amenaza imperialista rusa.
La otra Europa, la central y que más miramos, en cambio, votó movilizada contra un sistema que advierten que no cumple con las expectativas de desarrollo individual que debería garantizar la democracia. Lo señala bien el economista francés Gabriel Zucman de la Ecole d’Économie de Paris al analizar la arrolladora victoria de la ultraderecha lepenista en su país. Sostiene que no se trata de una cuestión de identificación ahí o en otras fronteras con estos extremos.
“Al analizar los comportamientos electorales de los franceses en realidad lo que les preocupa no son las cuestiones identitarias, sino los problemas económicos y sociales, relativos a los salarios, al poder adquisitivo, a la inflación”. Añade que “tanto en Francia como en otros países hubo recortes masivos en los servicios públicos de educación y de salud, y en las infraestructuras de transporte”.
Al revés que sus primos del Este, Ucrania no cuenta en el ánimo de estos votantes salvo para demandar su apartamiento de la agenda y desmantelar las costosas ayudas. El reproche por cómo suceden las cosas encuentra enemigos inexistentes en la inmigración y la burocracia de Bruselas además de esa guerra, de modo que amputar todo ese registro debería curar la gangrena.
Es lo que proponen los liderazgos voluntaristas de estos populismos antiliberales que crecieron a lomos de una crisis alimentada por la concentración histórica del ingreso que demuele la paciencia de las clases media amontonadas en las banquinas del reparto.
El espejo de la región
El giro a la derecha es un signo de la época. Se ha acentuado en el mundo debido a la inseguridad social que señala Zucman. La consecuencia de ese desperfecto es que las sociedades se tornan conservadores. En América Latina el fenómeno se ha venido reproduciendo hace años, con la ausencia casi total de propuestas radicales de izquierda e incluso de protagonistas de esa vereda.
Fueron relevados por caudillismos conservadores que se maquillan como socialistas, pero llevan adelante programas de marcada represión social. En algunos casos como en Venezuela o la experiencia kirchnerista en Argentina, con el saldo de vastas masas condenadas a la pobreza y la precariedad. El impulso derechista, también de sus extremos, se alimenta adicionalmente del fraude obsceno de los supuestos progresistas.
La deriva chavista es elocuente. El régimen ha logrado reducir su abismal inflación con un modelo ortodoxo de dolarización de la economía que aplanó la pirámide social pero no en el sentido correcto de la ampliación de oportunidades. Lo hizo agigatando la base con la mayoría de la población con carencias y muy lejos del vértice de los bendecidos: la oligarquía cercana al régimen. Los únicos a salvo.
No es casual que sea esta la época de mayor fragilidad de la nomenklatura y que la alternativa más fuerte y difícil de bloquear por parte del chavismo consista en la dirigente liberal María Corina Machado que hace campaña con una recuperación idealista del derecho de todos.
En Brasil donde ya probaron el jarabe ultraderechista, fue el centro derecha el que llevó a la presidencia a Luiz Inácio Lula da Silva. El líder del PT transformó su discurso e incluso los colores de su agrupación del rojo al blanco para mantener la seducción de ese espacio renuente a grandes revoluciones y que más bien reclamaba una calma conservadora en medio de la tormenta.
México es el último antecedente y conviene observarlo con atención. El presidente saliente Andrés Manuel López Obrador también construyó una imagen de líder de las izquierdas para disimular su condición de caudillo con inclinaciones absolutistas al estilo del PRI que lo formó. La victoria de su partido Morena consagró a la científica Claudia Sheinbaum en la presidencia, quien insinúa un liderazgo ligado a la nueva burguesía que se ha consolidado en este sexenio. Si las tendencias son como parecen viene un posible litigio de poder en esa frontera.
Regresando a Europa, posiblemente la novedad de la irrupción de estas estructuras consiste en que no persiguen ahora como antes la destrucción del edificio cosmopolita que se ha construido con el Euro y la integración. Existe el repudio tribunero habitual contra Bruselas, pero la intención de esta familia de ultraderechistas es transformar desde adentro esa estructura con una reducción del poder del Ejecutivo de la Comisión Europea. Es tan claro como que Giorgia Meloni, “neonazi de corazón” como la llamó provocador el célebre filólogo italiano Luciano Canfora más por su historia que por su presente, pasa claramente a ser figura clave en la construcción de la nueva etapa del poder europeo.
La mandataria, que se exhibe con comodidad como par de los gobernantes liberales del globo, aparece como el puntal para sostener la reelección de la alemana Ursula Von der Leyen en la presidencia europea. Un minué interesante, con la líder de la UE corriendose hacia una derecha más dura y la mandataria italiana que recorre el camino inverso archivando gran parte de sus antiguos extremismos. Vaya a saberse si para siempre.
(*)Editor jefe Política Internacional Mundo. Clarin.
Director del Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo. Docente titular en la carrera de Periodista de la Facultad de Sociales de la UP