Suplemento especial: Los cien días que conmovieron al mundo

Suplemento especial: Los cien días que conmovieron al mundo

La siguiente es una compilación de observaciones sobre el remolino que ha significado el inicio del segundo mandato del republicano Donald Trump y sus efectos en todo el globo. Se aborda la guerra arancelaria, el giro en la geopolítica con un guiño persistente a Rusia sobre la guerra en Ucrania, la simplificación del conflicto de Oriente Medio y la reaparición preocupante de las esferas de influencia, notables en los ciclos del siglo pasado que concluyeron los conflictos bélicos más graves de la historia.

Este suplemento del Observatorio de Política Internacional de la Universidad de Palermo, abierto a todos los estudiantes, de distintas carreras, incluye artículos de diversos autores con la intención de ayudar a reflexionar sobre el actual periodo de la historia, destinado a producir cambios de enorme profundidad y gravedad y consecuencias imprevisibles.

CIEN DIAS Y EL MOMENTO DE GAULLE

Carlos Pérez Llana (*)
Columna publicada en Clarín marzo de 2025

La llegada de Trump a la Casa Blanca significó la fractura del llamado mundo atlántico. El desprecio histórico de cierta derecha americana hacia la Unión Europea se potenció con la invasión a Ucrania. En esa geografía objetivamente coinciden Trump y Putin: comparten un interés común, anular el proyecto histórico europeo basado en la integración económica y en una ambición de protagonismo global.

Ese proyecto es un viejo sueño que remite a la desconfianza estratégica inter-atlántica. En 1954, cuando Londres y París intentaron defender militarmente sus intereses económicos en Egipto, afectados por la nacionalización del Canal de Suez que ejecutó Nasser, fueron “disuadidos” por Washington que los obligó a una retirada humillante. Ese fue un “momento fundante” de la Unión Europea, que se corporizó en el Tratado de Roma de 1957.

A partir de ese momento el proyecto europeo se apoyó en el eje franco-germano liderado por De Gaulle y Adenauer.

“El gran proyecto del General”, en términos de Raymond Aron, giraba en torno a la reindustrialización francesa, a la construcción de un poder nuclear, a la retirada de la OTAN e incluía el cuestionamiento al papel hegemónico del dólar, un “privilegio exorbitante” según su Ministro de Finanzas V. Giscard d’ Estaing, y una estrecha relación entre Alemania, entonces dividida, y Francia corporizada en el Tratado del Eliseo. Sintetizando, para De Gaulle la clave de bóveda pasaba por la búsqueda de autonomía tomando distancias de Washington y Moscú, un tercerismo muy atractivo en plena Guerra Fría.

Ucrania es el espacio donde se juega el futuro de varios proyectos. Para Rusia se trata de volver al mundo de las esferas de influencia y la reconstitución de un Imperio civilizacional donde quedaría consagrada la “soberanía limitada”, ya inaugurada por Stalin al subscribir con el nazismo el Tratado Ribbentrop/Molotov.

La actual guerra resulta un test de la orientación estratégica de Washington y Moscú. Ambas potencias se proyectan en un espacio sin fronteras, donde Putin busca revisar la arquitectura de seguridad europea, expulsando a Europa Central del mundo OTAN, y alejando a la democracia de sus fronteras.

En paralelo, Trump busca instalar una tutela sobre Europa, mientras proyecta sus sueños expansivos hacia Groenlandia y Canadá. Este proyecto es complejo, porque Europa debería tercerizar su seguridad pagando un canon a los EE.UU y terminaría desmantelando los sectores mas sofisticados de su economía, el oculto deseo del capitalismo tecnológico/feudal que acompaña a Trump en su caótica gestión.

Y así como Suez hizo posible un proyecto autónomo europeo, ahora podríamos estar observando un momento gaullista. Hasta la fecha, defensa y seguridad nutren ese escenario. Concretamente Europa está reaccionando frente al desafío ruso-americano. Un papel fundamental juega la presidente de la Comisión Europea U. Von der Leyen. Ella lidera el llamado a la acción, coordinó el Libro Blanco que define las amenazas y está a su cargo el ambicioso programa REARM, traducido en una estimación de gastos militares europeos de 800.000 millones de Dls.

Pero el hecho mas destacado es el retorno de Gran Bretaña a Europa, que se traduce en el compromiso británico de poner a disposición de Europa su poder nuclear que hasta ahora estaba ligado exclusivamente a las decisiones de la OTAN. De esta forma, nació una nueva defensa europea que incluye la reciente decisión francesa de ampliar a los miembros europeos de la OTAN su protección nuclear. La llamada “coalición de los dispuestos” incluye a los países europeos que asumen una responsabilidad que Trump elude.

Las dos potencias nucleares europeas han socializado su poder nuclear, Londres posee misiles nucleares americanos, pero es operativamente independiente, mientras el poder nuclear francés es totalmente autónomo. Decididamente, se ha creado un nuevo sistema de seguridad que refleja otro dato positivo: la herida ocasionada a Europa por el Brexit ha cicatrizado, en Gran Bretaña, sólo quien lideró la irracionalidad brexiniana, N. Farage, condenó al actual gobierno laborista de K. Starmer por defender a Ucrania.

Así se explica porqué Trump y Musk lo apoyan, como también lo hacen en Alemania con la Derecha Alternativa que no condenó la invasión rusa. Indudablemente un eje pro-Moscú ha quedado explicitado en el espacio de la derecha europea, que incluye a V. Orbán en Hungría; a un sector de la alianza de gobierno italiana y a los partidos opositores Vox en España y el F.N lepenista en Francia.

Finalmente, la actitud de la Casa Blanca obliga a Europa a recomponer su defensa. Para Timothy Garton Ash se estaría produciendo una síntesis virtuosa entre dos tradiciones: el espíritu de lucha churchilliano y la visión estratégica francesa que se expresa en el momento gaullista. La suma de lo mejor de cada Europa ha roto la alianza histórica entre Londres y Washington.

En una reciente encuesta de “You Gov” se refleja la nueva realidad: sólo el 33% de los británicos considera a los EE.UU amigos y aliados. Probablemente si algo explica esta encuesta es el contenido transaccional de la actual diplomacia americana que pretende cobrarse con minerales de las tierras raras la ayuda a los ucranianos que combaten por la libertad.

(*) Carlos Pérez Llana es analista internacional y profesor de Relaciones Internacionales.

LOS CIEN DIAS Y EL REGRESO ALEMANIA EN EL PEOR MOMENTO DE EUROPA

Claudio Aliscioni (*)

Marzo 2025

En pocas semanas tres tabúes cayeron en Berlín como fichas de dominó: Alemania deja atrás su histórica alianza con EE.UU; decide endeudarse de un modo inédito para rearmarse; y se muestra abierta a negociar la extensión del paraguas nuclear francés a su territorio. Son señales tangibles de cambios sísmicos impulsados por las amenazas de Trump a Europa. Salvo Ucrania, en ningún otro país europeo el giro de EE.UU. ha sido más desestabilizador que en Alemania, cuya república de posguerra es, en esencia, una creación de Washington.

El acelerador de esas mutaciones es Friedrich Merz, el democristiano vencedor en el voto del 25 febrero y probable nuevo canciller del país más rico del continente. Desde su victoria, Merz no ha hecho más que tomar distancia de sus predecesores y de la propia historia germana.Con las urnas aún tibias, llamó a asegurar la “independencia europea de EE.UU.” tan rápido como sea posible al asegurar que es “una prioridad absoluta”. Con esas frases dio vuelta como un guante la política que por 80 años guió a Alemania, un país que -a diferencia de Francia- siempre le resultó difícil concebirse como autónomo de Washington.

El giro de Berlín no se debe sólo a la decisión de Trump de torpedear la alianza atlántica, acercarse a Moscú y vapulear al ucraniano Volodomir Zelenski. Para los alemanes el tema es casi existencial luego de que JD Vance, vice de Trump, apoyara a la AfD, la extrema derecha nostálgica del nazismo. Merz fue, además, el primer líder de peso en acusar a Trump de haber emboscado a Zelenski en la Oficina Oval.

Inédito. Los cambios introducidos por Friedrich Merz no tienen precedentes en los últimos 80 años (Reuters).

El viernes, Merz anunció un acuerdo con socialdemócratas y verdes para negociar una reforma constitucional que eleve el techo legal de endeudamiento. La iniciativa habilitaría de hecho un gasto militar casi ilimitado y un fondo adicional de 500.000 millones de euros en 10 años para inversiones en infraestructura. Según el Frankfurter Allgemeine Zeitung, ese pacto permitirá a Alemania disponer de casi un billón de euros en préstamos en la próxima década.

El proceso impulsado por Merz pone a Alemania en una senda de gastos no vista desde la caída del Muro de Berlín en 1989. La deuda pública crecería ahora del 63 al 84% (contra el alza del 41 al 60% en aquella histórica transformación). Que esto provenga de un conservador democristiano y veterano halcón de la austeridad fiscal da una idea de la mutación en marcha. “La velocidad y la magnitud de lo que pasa ahora tiene su equivalente en la reunificación alemana”, explicó al Financial Times Robin Winkler, economista del Deutsche Bank. A su vez, el diario británico calificó al momento como “el despertar de Alemania”.

Aunque aún no asumió, Merz ya entregó indicios de lo que busca. “La guerra -dijo en el foro de Davos- dura más de lo que debía. Debimos apoyar con más fuerza a Ucrania”. Fue una crítica a su antecesor, el socialdemócrata Olaf Scholz, tibio en su reacción inicial tras la invasión rusa e incapaz de sofocar disputas en su coalición que acabaron frenando a Alemania cuando Europa más la necesitaba.

En Suiza, Merz dejó otros datos: habló de “varios diálogos” mantenidos con el presidente francés Emmanuel Macron; dijo que Europa debía habituarse a la idea de que la OTAN “tal vez sea diferente en junio”; y reafirmó su decisión de estudiar la vieja propuesta francesa de compartir el paraguas nuclear con los socios europeos, potenciado además por la fuerza atómica británica, aun cuando no sea 100% nacional como la francesa.

Alianza. La jefa de Exteriores de la Unión Europea,Kaja Kallas, y el futuro canciller alemán Friedrich Merz (AP).

Que estas palabras vengan de Alemania, hasta ahora protegida por los misiles de EE.UU. y siempre reacia a avalar a París en su idea de europeizar la disuasión atómica, era impensable hasta hace poco. Y eso vale aún más para la democracia cristiana de Merz, el más atlantista de los partidos germanos, que siempre miró con recelo la idea del general De Gaulle sobre la independencia militar europea. Pero los vientos cambian. “Todos nos hemos convertido en gaullistas”, ironizó el canciller holandés, Caspar Veldkamp, aludiendo al modo de enfrentar el giro prorruso de Trump, según remarcó Le Monde esta semana. Siguiendo esa estela, el analista Joseph de Weck subrayó el notable matiz de que Merz “quizás sea el más gaullista de todos los cancilleres que Alemania haya visto”.

Aun cuando la necesidad militar tiene cara de hereje, otros factores sostienen la carta blanca que ahora exhibe Merz. De un lado, hay ganas en Europa por un regreso alemán. Incluso en París, como lo admitió el director de inversiones del gigante germano Allianz, el francés Ludovic Subran: “Francia acepta el rol de conducción pero solo cuando Alemania no sabe lo que quiere”, le dijo al Suddeütsche Zeitung. Sin embargo, es el propio establishment alemán el que reclama una inyección fabulosa de dinero cuando la economía lleva ya dos años de recesión y pérdida de mercados. No por azar, el Banco Central Europeo acaba de recortar su tasa de interés de 2,7 al 2,5%, el nivel más bajo en dos años. Todo avala, pues, una relajación monetaria ante el capital más fluido que necesitan los nuevos tiempos.

Bajo este escenario, parece errado suponer que el regreso alemán y el rearme europeo sólo apunten a salvar a Ucrania y el cuello de Zelenski. En el fondo, está en juego un modelo de negocios y la propia seguridad de Europa ante un planeta repartido entre EE.UU., Rusia y China, como parece imaginar la Casa Blanca de Trump. Para el magnate, Europa no puede ser aliado sino escollo y rival comercial. En un artículo de fondo del Handelsblatt, el analista Jens Münchrath lo dijo en estos términos: “Con seguridad, la diplomacia negociadora de Trump no traerá ninguna paz a Ucrania. Y en cambio aportará (a Europa) una guerra que posiblemente rebase ampliamente la ucraniana”.

Resta ver si la agenda europea de Merz no chocará con las necesidades de su propia población. Más plata a defensa implicaría menos para gasto social. La sombra del crecimiento de la ultraderecha, consagrada como segundo partido alemán, sigue asomando en el horizonte.

(*) Claudio Aliscioni es licenciado en filosofía, especializado en Hegel, sobre quien ha publicado un tratado. Es periodista y uno de los editores del área de Política Internacional del diario Clarín.

CIEN DIAS DE GUERRA ARANCELARIA LA IMPOSIBLE ELECCION ENTRE ESTADOS UNIDOS Y CHINA

Marcelo Cantelmi

Abril, 2025

En una oficina de Washington un diplomático brasileño intercambia con un miembro de la Heritage Foundation, la rama ultra conservadora del Partido Republicano. El diálogo es tenso, con ambos a cada lado de la mesa sin gestos simpáticos, cruzados de brazos.

En un momento el militante norteamericano cuestiona que Brasil haya convertido a China en su principal socio comercial los últimos 16 años. Ahí el hombre de Itamaraty, un pragmático con muy poco de izquierda, pierde la paciencia, detiene la charla y plantea: somos dos países capitalistas y con China hacemos negocios. ¿Todavía creen lo del backyard? ¿Cuál es la parte de ustedes para ganar el mercado?

Este cruce reciente, referido a este cronista por el diplomático sudamericano, ilustra sobre una presión que no es nueva pero que se agudiza con los formatos rancios de imposición y sin moneda de cambio que trajo el gobierno de Donald Trump. Para mayor claridad, horas atrás un periodista interrogó al magnate si creía que los países latinoamericanos deberían elegir entre China y EE.UU. Respondió, “si, tal vez, deberían hacer eso”.

EE.UU, reniega de la influencia que ha ganado la República Popular en el Sur mundial. Explica el enorme puerto chino de Chancay en la costa peruana como un error de Perú o la presencia de inversiones de la potencia asiática en toda la región y en África como un defecto de los países que se han abierto a ese comercio.

Las diplomacias locales observan, en cambio, un vacío en esa queja. El capitalismo norteamericano no equilibra al capitalismo chino con el mismo caudal de inversiones. Ejemplo, la planta de Ford en Camaçari, San Salvador de Bahía, vendida a la china de automóviles eléctricos BYD cuando la empresa norteamericana abandonó Brasil en 2021. El elocuente final de una era. Ford hace 105 años fue la primera automotriz que se asentó en el gigante sudamericano.

La incomodidad norteamericana contra el dinamismo chino la acaba de reiterar el responsable del área de Economía de Trump, Scott Bessent, en su breve estancia en Buenos Aires. También lo hizo con su colega de España, Carlos Cuerpo, que lo visitó en Washington y con sus pares de Francia o Alemania. El influyente ministro de Trump en un foro de la Asociación de Banqueros en Nueva York, usó la proclamada cercanía de España con China para advertir dramático a toda Europa: “equivale a cortarse la garganta”. Pero debió reconocer que ”en términos de escalada, desafortunadamente el mayor actor en el sistema de comercio global es China”.

Yugular el crecimiento de China

EE.UU. pretende yugular ese avance, sobre todo la esfera económica del rival, que acaba de ratificar su crecimiento en el primer trimestre (+5,4% por encima de lo esperado), amputándole sus socios alrededor del mundo. Este propósito ayuda a evacuar una pregunta insistente sobre la ausencia de un cuestionamiento más definido en EE.UU. a la caótica gestión de Trump. En el vértice del poder real se asume que el sentido central de esa batalla es la sobrevivencia del hegemon norteamericano. Suponen, y no solo ahí, que un gobernante sin noción de los límites, impulsivo y de tono matón, sirve para responder a las urgencias de la etapa. Sin embargo algunas dudas sobre ese viaje comienzan a notarse.

No es claro cómo el círculo de poder que acompaña al presidente administra los excesos de su gestión. Entre ellos el desdén a la justicia en casos polémicos de arrestos y extradición de migrantes, como el del salvadoreño Kilmar Abrego García, enviado por error, según reconoció el gobierno, a un penal de delincuentes en su país. En el episodio intervino ya la Corte Suprema ignorada por la Casa Blanca en una disputa que agrede la Constitución y está destinada a crecer. También el acoso a las universidades que ha generado una conmovedora rebeldía de Harvard, la casa de estudios de muchos de estos personajes del poder.

Se advierten, además, contradicciones importantes sobre las políticas económicas del magnate que han destruido enormes fortunas de sus donantes de campaña y no dejan claro que su destino sea el éxito que se proclama. La FED, el Banco Central que vigila inflación y el crecimiento, acaba de advertir en boca de su presidente, Jerome Powell, sobre el peligro de un alza del costo de vida por la magnitud de la guerra comercial a la que atribuye la ralentización en el primer trimestre del crecimiento de EE.UU.

A eso se suma el alerta del FMI y Kristalina Georgieva sobre “la incertidumbre que las políticas comerciales disparan a niveles sin precedentes” encogiendo el cálculo de crecimiento. Trump, lejos de autocríticas, exigió la renuncia de Powell que es cuidadosamente escuchado por la banca y las corporaciones.

El espejo entre las dos mayores potencias de la época escala estas contradicciones. China, aunque desafiada por una peligrosa deflación, crece en el trimestre que se contrae EE.UU. Al mismo tiempo, la Casa Blanca reduce el gasto, no ya liquidando la asistencia global, sino con el cierre de embajadas y consulados, mientras Beijing los multiplica alrededor del mundo agigantando su poder blando y ocupando esos espacios vacíos.

Es ilustrativo, además, lo que ocurre del otro lado del Atlántico. Al revés que EE.UU., la UE negocia con China apagar los aranceles de 43,3% que impuso el año pasado a los vehículos eléctricos de la potencia asiática. En su lugar, coordinarían un precio mínimo para los automóviles. Es una concesión que le sirve a Beijing y evita réplicas debido a que países como Alemania necesitan el mercado chino donde coloca un tercio de su producción automotriz.

Hay otras novedades. Este 6 de mayo, cuando se cumplen 80 años de la rendición de la Wehrmacht nazi en Reims, asumirá Friedrich Merz como nuevo mandatario alemán. Este interesante líder se refleja en la reconstrucción de Alemania que produjo Adenauer tras la guerra y propone ampliarla a Europa. China es clave en ese planteo: junto a EE.UU. son los principales socios comerciales de Berlín, pero el otro lado del Atlántico se ha tornado imprevisible y obliga parcialmente a la elección con la que juega el magnate.

Famoso imagen de junio de 2018. Una fastidiada Angela Merkel, entonces jefa de gobierno de Alemania, pore en caja a Donald Trump en su primer gobierno AFP.

Trump reprocha que “no hay autos Chevrolet en Münich”. Una ausencia que se observa también en Japón, Corea del Sur, en casi toda Europa y la propia China lo que sugiere que el problema es de la oferta y no de la demanda “Deberían hacer autos mejores”, le dijo en su momento a Trump una fastidiada Angela Merkel, correligionaria de Merz. Pero el republicano cree que los aranceles deben relevar la competencia ignorando los intereses europeos que menoscaba.

No es casual que haya surgido de Berlín la propuesta sobre el cambio en el régimen de los vehículos eléctricos chinos o que el Banco Central Europeo haya profundizado la baja de tasas para impulsar la economía. Se nota también un espíritu gaullista en este liderazgo que asume la necesidad de un sistema de defensa europeo sin EE.UU, que escude a Ucrania, no tanto por el valor del país sino para fulminar las ambiciones de Vladimir Putin de recrear una esfera de influencia sobre el bloque con amparo de Washington.

Trump acaba de volver a culpar falsamente a Kiev por el conflicto afirmando que no se puede ir a la guerra con un país cinco veces más grande. Esa visión, que atrasa cuatro siglos, celebra el poder por encima de la legalidad. Merz y la UE buscan, por el contrario, evitar que el agresor sea premiado.

Es una cuestión de autoridad, que se evidenciará en la entrega a Kiev de los misiles germanos suecos Taurus, un proyectil que vuela a ras del suelo, es indetectable y tiene mayor autonomía que los británicos, franceses y estadounidenses. Un efecto disuasivo hacia Moscú que busca disolver el efecto del abrazo norteamericano al autócrata ruso y suministrarle, de paso, una ración de realismo al fogoso líder norteameriano.

CIEN DIAS DE UCRANIA Y ORIENTE MEDIO

Marcelo Cantelmi

Abril 2025

El desordenado anuncio de la Casa Blanca sobre un dialogo con Vladimir Putin para cerrar la guerra de agresión contra Ucrania, apartó de la atención la otra gran crisis en Oriente Medio donde la actual tregua logró sobrevivir, pero su futuro es cualquier cosa menos estable.

Recordemos que Hamas anunció que suspendía el proceso de entrega de rehenes con el argumento de violaciones del otro lado, que existieron, pero lo hizo para mostrar presencia y a caballo del espacio estratégico que le brindó el presidente Donald Trump con su propuesta de expulsar a los palestinos de Gaza y hacer allí un emprendimiento hotelero multimillonario, “Mar-a-Gaza”, como lo llamó con ingenio y pena un columnista israelí.

Sin embargo la banda terrorista no puede dejar morir el cese. Israel, por el momento, tampoco. Antes tiene que indagar cómo maniobrar en la trampa que le creó el magnate con su ocurrencia que celebran las minorías integristas del gobierno. Las negociaciones secretas salvaron el proceso con la liberación este sábado de tres cautivos, entre ellos Iair, uno de los hermanos israelo-argentinos Horn.

Trump, con el mismo tono frívolo que abordó la cuestión de Oriente Medio, reveló un dialogo con Putin supuestamente para “inmediatamente resolver la guerra”. Ayuda a comprender cómo viene esto un comentario que hizo en Bruselas el flamante jefe del Pentágono, el ex periodista de Fox News, Pete Hegseth, quien afirmó que “las realidades actuales” impiden que EE.UU. se ocupe de Europa.

Enfatizó que la potencia debe enfocarse en defender sus fronteras y en China, “un competidor con capacidad y la intención de amenazar nuestra patria y los intereses nacionales en el Indo–Pacífico”. El señalamiento pareció ignorar la alianza que mantiene Rusia con la potencia asiática en un nuevo eje del Este global que agrega Norcorea e Irán.

Estrategias ingenuas

O quizá la Casa Blanca suponga que puede repetir la experiencia de Richard Nixon y Henry Kissinger en los ‘70 para separar a Beijing de la URSS, aprovechando la feroz batalla que entonces los dividía. Eso hoy no existe y beneficiar al Kremlin con Ucrania para atraerlo puede parece un paso ingenuo. Aún más grave, como señaló el ex asesor de seguridad nacional del primer gobierno de Trump, John Bolton, si China ve a EEUU. “sin voluntad de intervenir contra una agresión no provocada en el centro de Europa qué pensará sobre Taiwan!”.

La guerra en Ucrania no es un conflicto regional, es un choque de sistemas por eso el gobierno de Joe Biden y la OTAN le dieron una importancia central. Si Rusia sale ganando, se adelanta la República Popular y decae la influencia estadounidense. Pero quizá de eso trata la época.

Volvamos a Oriente Medio y a algunas precisiones. Hamas es un grupo terrorista ultraislámico y pro iraní que nunca tuvo una conducción unificada, pero cuyos dirigentes coinciden en negar la Solución de Dos Estados que propone la creación de un Estado Palestino junto al de Israel para concluir esta crisis. En esa negación, que desprecia al gobierno de este pueblo en Ramallah, coinciden con los extremistas del lado israelí rudamente opuestos a esta salida que ha sido la doctrina histórica de EE.UU., la UE, la ONU y los países árabes.

Hamas, en cambio, propone la destrucción de Israel, una noción fascista y absurda postulada por los halcones iraníes que utilizan este litigio para preservar su poder e influencia regional. Sin la crisis de Oriente Medio el régimen autoritario de los ayatollah pierde cimientos de su sentido histórico.

A Hamas se lo define como ultraislámico porque no es genuinamente islámico, al igual que no lo eran el ISIS o Al Qaeda. El Corán, que es el referente de esta fe, prohíbe como alto pecado, haram, lastimar a benefactores de los musulmanes. Pero eso es lo que hicieron en la masacre del 7 de octubre de 2023 contra 1.200 judíos en su mayoría críticos del extremismo israelí y defensores de la causa palestina y que habían armado patrullas sanitarias para ayudar a curar a los niños o los ancianos de Gaza.

Posiblemente el error más grave de Israel haya sido fortalecer financieramente a esta banda, como ha denunciado el ex premier Ehud Barak, para dividir el campo palestino y de ese modo hacer inaplicable la solución de dos Estados. El siguiente error ha sido suponer que la guerra acabaría con Hamas.

El resultado del actual conflicto demuestra tras 15 meses de batalla la falla de esa visión, más allá de que el carácter arrasador de la ofensiva haya buscado hacer más factible la anexión de esos territorios. La única forma de eliminar a Hamas es política, modificando las razones que lo hacen posible, mejorando la calidad de vida de los habitantes de la Franja (y de Cisjordania) y fortaleciendo al Ejecutivo de Ramallah reconstituido.

Por eso es poco serio acusar de pro Hamas a los países que reconocen a ese gobierno o defienden la bandera palestina. Eso es lo que no quiere la banda terrorista, justamente. Las encuestas previas a este conflicto del Arabobarómetro mostraban el desprecio de la población de la Franja contra Hamas por la anarquía y maltrato de su régimen. También el rechazo al desgastado presidente Mahmoud Abbas, pero el respeto a una figura significativa en las cárceles de Israel, el líder de Al Fatah, Marwan Barghouti, considerado como un Mandela palestino por su supuesta capacidad para enderezar esta crisis.

Trump, en su reunión con Netanyahu, hizo exactamente lo contrario a esa salida al promover el desatino de una limpieza étnica de la Franja y tomar el territorio como si reinara en el siglo XVII antes de la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia. Una iniciativa rechazada por todo el universo árabe, como se lo acaba de señalar personalmente el rey jordano, Abdullah II, en la Casa Blanca, que además de disparar contra la anterior estrategia de Trump para un cese del fuego, constituye un regalo precioso para la banda terrorista que necesita legitimarse y ponerle límites a cualquier avance de sus rivales de Ramallah.

El reclamo del líder opositor israelí, Yair Lapid, para que se regrese inmediatamente a las negociaciones y salvar el acuerdo, sintetiza la visión de un sector importante del establishment de su país que, en un mundo de ciegos, entiende por dónde va la historia.

El antecedente argelino

Como le señala un diplomático a este cronista, Israel, salvando las enormes distancias, debería imitar a Charles de Gaulle cuando en 1962, para proteger la institucionalidad, prestigio y la influencia de Francia, decidió liberarse de Argelia y aceptar la autodeterminación de su mayoría musulmana, preservando los intereses estratégicos de su país en esa comarca. Un paso que ejecutó aun exponiendo su vida a la furia de sectores ultras de los pieds-noirs, los colonos franceses, que se negaban con extraordinaria violencia a comprender el tamaño de ese realismo.

Es difícil evaluar la seriedad del sistema de decisión del líder republicano, pero Netanyahu es lo suficientemente hábil para comprender la inaplicabilidad de las propuestas exóticas de Trump. (Por cierto, nadie ha reparado en lo incómodo y chocante, por decir lo menos, que debería constituir proponer una solución de limpieza étnica, cualquiera sean sus características, frente a un dirigente judío).

Netanyahu, sin embargo, depende de los gestos extremos para sostener en pie su gobierno en el que sus socios integristas alucinan que Gaza se convertirá en una lejana provincia turística norteamericana sin palestinos… pobres. No solo Trump debería aprender de Kissinger quien al final de su vida, advertía sobre la inutilidad de los liderazgos coercitivos.

El problema de fondo de este presente es el desplome del orden internacional con el regreso de emperadores que niegan los límites y la legalidad, un defecto que se verifica ya en la irrupción de un nuevo derecho natural en el cual “los bienes del más débil y menos vigilante serán propiedad del mejor y del más fuerte”, como lo expresó Platón en boca de Hércules.

Es lo que hizo Putin en Ucrania, o hace el dictador ruandés Paul Kagame que con una guerrilla inventada, M23, devora una parte del Congo, un drama sangriento que se desliza lejos de las pantallas; también lo que pretende el régimen de Azerbaiyán cuando reduce a Armenia a una provincia de su territorio o el propio Trump buscando apropiarse no solo de Gaza, sino de Canadá, Groenlandia o el Canal de Panamá.

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En un significativo discurso en Marsella, el presidente de Italia Sergio Mattarella marcó recientemente una observación clave de este presente convulsionado. Se preguntó: “¿Pretende Europa ser objeto de disputa internacional, zona de influencia de otros…? ¿Puede aceptar quedar atrapada entre oligarcas y autocracias, como mucho con la perspectiva de una feliz vasallización?”

Están ahí algunas de las líneas fuertes y más soterradas del choque histórico actual entre las dos orillas del Atlántico y la urgencia europea contra reloj para modificar su realidad. Se trata de su sobrevivencia como bloque y tercera economía mundial y no es claro si lo logrará. Es importante observar en esa circunstancia para comprender lo que realmente está en juego y no detenerse en la suposición de que el nudo del conflicto es úniamente la guerra entre Rusia y Ucrania y que el apoyo europeo a Kiev tiene una única raíz solidaria.

Como señalan diplomáticos de Bruselas, este es un conflicto de conceptos que expone un diseño trumpista del planeta en blanco y negro que excluye a grandes franjas del propio sistema capitalista. La restauración de una estructura feudal sobrecargada, en la cual los dueños del poder se distribuyen las haciendas planetarias, alejados en lo posible de los límites republicanos. La nueva institucionalidad que proponen figuras como Elon Musk se desplaza más allá de la democracia a partir de que el poder se debe medir en fortaleza económica y capacidad coercitiva.

En aquel discurso de respuesta al título honoris causa de la universidad de Aix-Marsella, Mattarella se detiene varias veces en la reaparición de las esferas de influencia de las potencias, el dominio de sus espacios no necesariamente cercanos. Los visualiza como un reflejo sombrío del nacionalismo, el rearme y la competencia entre los Estados, que llevó al desastre bélico del siglo pasado.

Donald Trump imagina una geopolítica con el planeta repartido junto a las otras dos potencias, China y Rusia. Como resultado, y lo ha dicho públicamente, Ucrania puede ser parte del artefacto de poder de Vladimir Putin que propone el control del universo eslavo y más allá en una Europa desintegrada de su actual unidad. China, cuya fortaleza económica es indudable, se anota en ese juego porque saca una ganancia que suponía que sería dada mucho más adelante.

La cercanía de esta Casa Blanca con el Kremlin encaja perfectamente con estos criterios que desarman el legado de la posguerra. “Hemos perdido el concepto de madurez y cordura en las relaciones diplomáticas”, explica el canciller de EE.UU., Marco Rubio, al defender el impactante acercamiento con los dos rivales del sistema occidental.

Una protoalianza a extremos tales que reaparece la propuesta de rescatar el gigantesco gasoducto Nord Stream 2 ya terminado, pero suspendido por la guerra, que gatillaría una extraordinaria dependencia de Moscú de los países de Europa Central, principalmente Alemania, la mayor potencia de la UE. Nada es casual. La AfD, el partido neonazi alemán que acaba de duplicar sus apoyos en las elecciones y que respalda vivamente el gobierno norteamericano, propone reanudar los vínculos energéticos con Moscú y sacar al país de la UE.

La preocupación europea coincide con grandes sectores del establishment estadounidense, las corporaciones comerciales especialmente, que entrevén las acciones del líder republicano como una amenaza estratégica a los acuerdos que han asegurado la hegemonía estadounidense (y de sus aliados del Norte Mundial) durante décadas.

El comportamiento caótico de Trump, sigue sin embargo una cierta lógica. El desarme de Ucrania, el fortalecimiento de Rusia, la debilidad de Europa y la concentración de poder en EE.UU. La ofensiva de aranceles proteccionistas se explica desde esta perspectiva. Trump avanza con la guerra comercial para someter a lo que considera parte de su área de influencia, Canadá y México, que amplía a Groenlandia y el Ártico y veremos qué sucede con el Sur del continente aunque el caso de Panamá anticipa ya los criterios.

El Pentágono anticipó que no descarta usar su poderío militar dentro de México, supuestamente para atacar a los carteles, pero claramente para marcar la sumisión que demanda. Los costos son también claros. China, que aprovecha los espacios vacíos, ya colocó un pie incluso en la OEA con la candidatura del surinamés Albert Ramdin para encabezarla. (Madurez y cordura asiática).

No debe sorprender que aparezca últimamente la propuesta de que EE.UU. se retire tanto de las Naciones Unidas como de la OTAN, opción que promueve el inefable Musk. Son mecanismos, incluso la Organización Mundial de Comercio, cuya estructura de coordinación y multilateralidad contradicen lo que esta minoría ve en el arenero.

No hay novedades a la luz de la historia. En ese período, que Henry Kissinger llama la segunda guerra de los 30 años entre 1914 y 1945, después de la primera que concluyó con el Tratado de Westfalia en el siglo XVII, hubo una extraordinaria salida de países de la entonces Sociedad de las Naciones, el antecedente de la ONU. Alemania con Hitler, se retiró en 1933, Japón hizo lo mismo. Italia también se fue en 1937. Mattarella recuerda que estos dos países, junto a Francia, el Imperio Británico y la propia Alemania, eran miembros permanentes del Consejo (decisorio) de la Sociedad de las Naciones.mp en la Casa Blanca. Foto Reuters.

La alianza atlántica y la construcción del bloque europeo fue un factor clave del desarrollo capitalista mundial, pero para Trump y la facción de intereses que representa, Europa es un adversario comercial y un escollo. Recordemos que el magnate fue uno de los arietes del Brexit y militante del desarme de la unidad del continente, el principal socio histórico de EE.UU.

Alguien ha dicho hace tiempo que las alianzas en el mundo capitalista suelen ser la tregua antes de retomar la batalla. Esto que sucede no es un accidente, sino una consecuencia sistémica que tuvo alertas tempranas importantes con las crisis de 2008, muy semejante a la del ‘29 que, como ahora, disparó fervores proteccionistas, nacionalismos asfixiantes y democracias fallidas y autoritarias. Es por esto que Europa no puede abandonar a Ucrania, no tanto por el destino de ese país sino por el propio.

Es un desafío existencial pero de difícil resolución debido a las debilidades del continente. Llegan tarde y quizás exhaustos. La decisión anunciada por la titular de la Comisión Europea, Úrsula von de Leyen, de instaurar una economía de guerra, acumulando fondos de hasta 800 mil millones de euros para fortalecer militarmente a la UE, tiene la contraparte de que esas sumas salen en gran medida del sistema de amortiguadores sociales de los 27, la “revolución fiscal” de la que habla The Economist para desmantelar los restos del Estado benefactor.

Relevar la ayuda militar de EE.UU. a Kiev supondrá un formidable ajuste, ahora con Alemania llamando a ignorar las reglas de la estabilidad presupuestaria para dotarse de poderío disuasivo que incluya tropas en Ucrania e indudablemente con Moscú en la mira y el riesgo de una guerra ampliada que ya no parece una fantasía. “Rusia es una amenaza para Francia y para Europa”, denunció Emmanuel Macron en un discurso al país enarbolando la importancia de la sombrilla nuclear.

No son pequeñas las cosas de lo que trata este dilema que todos comparan con la respuesta al nazismo el siglo pasado. La consecuencia en el bloque será la segura escalada del disgusto popular y el crecimiento de las alternativas disruptivas de ultraderecha como la AfD, Vox o el FPO de Austria, que reflejan la inconformidad de las clases media con las trabas al desarrollo individual. Una paradoja, la defensa de la Unión Europea al costo de debilitarla.

LOS CIEN DÍAS Y LA COEXISTENCIA PACIFICA

Fabían Bosoer (*)

Abril 2025

Un día más, entre tantos, para abogar por la paz en el mundo en la ONU, mereció el voto en contra de los EE.UU., Israel y la Argentina. El trasfondo: la potencia que fuera líder del multilateralismo, convertida en su principal detractor.

El 5 de marzo pasado, la Asamblea General de la ONU aprobó instituir el 28 de enero como “Día Internacional de la Coexistencia Pacífica”. La resolución, aprobada por abrumadora mayoría, fue impulsada por el reino de Bahréin, cuyo representante, Abdulla bin Ahmed Al khalifa la fundamentó “en la promoción de la tolerancia, el respeto de la diversidad religiosa y cultural y los derechos humanos”. 162 países votaron a favor, 2 se abstuvieron y 3 votaron en contra: Estados Unidos, Israel y Argentina. Un día más, entre tantos, para abogar por la paz en el mundo.

A los tres países que votaron en contra, la resolución les pareció muy “globalista” y algo “pro-china”. El representante de los Estados Unidos ante la ONU, Edward Heartney, dejó sentado su voto expresando que la resolución “promueve un programa de gobernanza global blanda que es incompatible con la soberanía de los Estados Unidos”.

“En pocas palabras, los esfuerzos globalistas, como la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), perdieron en las urnas; por lo tanto, los Estados Unidos (los) rechazan y denuncian”, dijo el funcionario estadounidense, en sintonía con el discurso que viene esgrimiendo Milei desde el inicio de su mandato. El funcionario estadounidense también expresó su “preocupación por la posibilidad de que la referencia que da título a la resolución a la coexistencia pacífica pudiera ser utilizada para dar a entender que las Naciones Unidas respaldan los cinco principios de coexistencia pacífica de China". En respuesta, la representación de China señaló que esos principios son “ampliamente reconocidos por la comunidad internacional y están contenidos en muchos instrumentos internacionales”.

La "coexistencia pacífica" es una fórmula política que propone la convivencia entre naciones sin recurrir a la guerra. Se basa en el reconocimiento de la existencia de diferentes sistemas socioeconómicos y en la cooperación entre ellos. Se asocia a una etapa de la Guerra Fría posterior a la muerte de Stalin, en la que se estableció una suerte de nuevo statu quo entre EE.UU. y la Unión Soviética.

También refieren a los "cinco principios de coexistencia pacífica", la política exterior de China y la India: respeto mutuo por la soberanía y la integridad territorial, la no agresión mutua, la no interferencia en los asuntos internos de otros países, igualdad y beneficio mutuo, y coexistencia pacífica. Nada diferente a los principios sobre los que se basó el sistema internacional de naciones establecido hace 80 años luego de la última guerra mundial.

Se sabe que la diplomacia es el arte de los eufemismos. Se reviste la defensa de intereses nacionales o particulares de principios universales o generales, se justifican guerras en nombre de la paz, se denuncian violaciones de derechos por parte de unos mientras se omiten las cometidas por otros. Y las palabras connotan distintos significados.

Es el mundo en el que vivimos. Pero también es la línea que separa la civilización de la barbarie, que no es la línea fronteriza entre el imperio romano y los bárbaros, o entre Occidente y Oriente, sino una que -en este mundo multicultural e interdependiente- atraviesa por dentro a pueblos y naciones.

Es el 'nomos' -las normas, reglas y convenciones- sin el cual el desorden mundial se proyecta como una anarquía internacional sin otro principio y lenguaje que no sean la imposición del más fuerte, un retroceso a la ley de la selva.

(*) Fabián Bosoer es politólogo y editor del área de Opinión en el diario Clarín.

LOS CIEN DIAS Y EL LUGAR DE LA IGLESIA TRAS LA MUERTE DE FRANCISCO

Marcelo Cantelmi

Abril, 2025

La muerte siempre es una tragedia, pero en el caso del papa Francisco la agiganta el contexto en el que sucede su desaparición, de enorme retroceso cultural y civilizatorio. Jorge Bergoglio era un conservador. Es incorrecta la simplificación muy extendida sobre un duelo entre progresistas liberales de un lado y halcones ortodoxos del otro. Existe, pero la disputa real es entre quienes intuyen la historia y aquellos que la niegan.

El papa argentino estaba claramente entre los primeros sin abandonar lo que fue a lo largo de su vida. Por eso entornó puertas que estaban clausuradas con cerrojos vetustos, pero no las abrió totalmente. Hubo incluso muchas que ignoró como el lugar real de la mujer en la Iglesia, a la par de los hombres, o el complicado tema del celibato, cuando esquivó la ordenación de hombres casados en el Amazonas donde es indigente la presencia de curas.

Pero aun aquellos pasos moderados, que en otras circunstancias serían considerados exiguos frente a los avances sociales de la modernidad, aparecen como hitos frente a una realidad de creciente racismo contra la migración, de rechazo a la conciliación, el odio como base de la construcción política y un atronador medievalismo cultural. Todo lo que no sucedía al menos a estos extremos cuando este Papa llegó a la jefatura de la curia.

Ese es el principal desafío de la Iglesia a partir de esta muerte que apaga una cuota necesaria de sentido común. El Vaticano ha sido siempre una estructura política con sotanas, atenta al contexto. Ese comportamiento explica por qué Francisco fue elegido hace casi 13 años. Para una variedad de vaticanólogos su entronización respondía a la necesidad de sacar a la Iglesia de un alejamiento y parálisis que se agudizó con la gestión de Benedicto XVI.

Ahora la Iglesia debe decidir si retrocede nuevamente y se alinea con un presente de dominios populistas de ultraderecha, como propone un puñado de cardenales electores, o instituye la respuesta a esa realidad excluyente con un liderazgo alternativo potente. No parecen existir alternativas intermedias. Ese estilo, que caracterizó al papa muerto, terminó con él. Es probable que la feligresía demande definiciones. Si no las hay, supondrá un costo, como sucedió con la gestión de los predecesores inmediatos de Francisco a quienes Bergoglio, sin embargo, consideró santos.

El pontífice argentino en su propio desarrollo exponía las contradicciones de la Iglesia que ahora amenazan agudizarse. “Como un capitán de barco varado entre dos orillas, cierta teología de Francisco era incompatible en puntos clave con la tradición de la Iglesia: por lo tanto, era inevitable la contradicción porque ocupaba la silla responsable de mantener esa tradición”, explicó Douglas Farrow, profesor de teología y ética de la Universidad McGill de Canadá y titular de la Cátedra Kennedy Smith de Estudios Católicos.

Como todo lo que se mueve Francisco fue consecuencia de una circunstancia histórica. Su papado arranca cuando se extendían los efectos de la crisis económica y financiera de fines de la década anterior, que acumuló a masas oceánicas en las orillas del reparto, amplificando la grieta entre el norte y el sur mundial.

Ese escenario de decepción y futuro cancelado requería de una respuesta. De ahí nace la idea de la iglesia callejera, de la austeridad y solidaridad hacia la otredad no reconocida e incluso despreciada por los ganadores de la etapa y que en Latinoamérica buscaba refugio en el evangelismo, en el resto del mundo en el islam o en religiones alternativas sincréticas.

Francisco se inspiraba claramente en Juan XXIII y Paulo Vi, uno y otro los impulsores a mitad del siglo pasado de un cambio profundo e incluyente de la Iglesia que tuvo como dato central el Concilio Vaticano II que apuntó al aggiornamento de la Iglesia a la luz del mundo moderno.

Cambió la liturgia, sacó el latín en las misas, puso al cura de frente a los feligreses hablando su idioma, e incluso agregó música y otro oído. Una Iglesia popular que, con la reciente posguerra, respondía a un mundo que sufrió una extraordinaria tragedia y apostaba a una existencia más abierta y tangible. Una vida a vivir.

Ahí también hubo un claro olfato histórico para canalizar ese espíritu, que es del cual carecían los dirigentes que se opusieron al Concilio y que hoy se han multiplicado en la curia a tono con el desembarco de la escuadra del altright. Es paradójico que muchos de quienes se autoinvitaron a los funerales del papa argentino, formaron parte, el caso de nítido de Donald Trump, de los ejércitos que buscaron fulminarlo.

Como señala Daniel Verdú en El País, son quienes buscan consolidar un relato cultural e ideológico sobre las raíces judeocristianas de Occidente. En esa óptica no cabe ni el ecologismo, el respeto a otras religiones, la tolerancia con los homosexuales o el repudio persistente que exhibió Francisco contra el racismo antiinmigrante que el trumpismo exhibe cínicamente como un derecho civilizatorio.

El mismo carácter político de la Iglesia explica que el papado de Francisco haya ido mucho mejor cuando en la Casa Blanca gobernaba Barack Obama. Tras su designación en el Vaticano, el pontífice se abrazó a la agenda del demócrata y ganó prestigio internacional como mentor de una Iglesia renovada e impulsor de cambios diplomáticos históricos.

Esos brillos le sirvieron para atenuar, de paso, las fuertes críticas en su contra en Argentina por sus fallidos políticos que lo metieron de lleno en la grieta que dividía a sus compatriotas. Pero el resto del mundo fue siempre ajeno a esos conflictos de su comarca.

La sociedad con Obama lo llevó a involucrarse con la crisis de Oriente Medio donde viajó en 2014 y reclamó con similares tonos del líder demócrata una Solución de dos Estados para el conflicto. En 2017 el Vaticano fue la primera capital del mundo en reconocer la existencia del Estado palestino. Su propósito era fortalecer a la vereda moderada de ese pueblo para reducir el poder de los extremistas, y evitar que las minorías ultras de Israel sabotearan la posibilidad de aquella imprescindible solución estatal.

Cuando los dos papas anteriores llegaron a la región, Juan Pablo II y Benedicto XVI, lo hicieron también a los territorios palestinos ocupados. Pero se preocuparon por visitar primero a Israel. Bergoglio alteró esa agenda. Llegó a Jordania y viajó directamente en helicóptero desde Amman hasta Belén, una de las ciudades palestinas más importantes en el corazón de Cisjordania donde se alza la Basílica de la Natividad, y desplazó a Israel a la última escala de esa gira. Todo en acuerdo con Obama .

Hay otros hitos de esa diplomacia. Destaca la contribución al deshielo entre EE.UU. y Cuba, que Washington, en aquellos años, procuró para fortalecer su imagen en la región donde crecía la influencia de Rusia y sobre todo de China. Se cerraba además un legado vetusto de la Guerra Fría. , Rusia. Foto AP.

La Iglesia, todavía muy influyente en la isla comunista, era bienvenida por el régimen para operar como una ONG que amortiguara y canalizara las tensiones sociales inevitables que produciría la apertura debido a estos cambios. A extremo tal que Francisco logró sentar en una misa a Raúl Castro.

Era el inicio del proceso de adecuación en Cuba similar al que experimentaron otras naciones comunistas, Vietnam o China, con brotes de iniciativa privada, una proto clase media y otros debates políticos, pero que desarmó Trump, cuando no!, en cuanto llegó a su primer gobierno.

Del mismo modo, esa presencia inesperada en la nación más poderosa de la Tierra, demolió el lugar que logró el Vaticano en la construcción geopolítica. Esas alternativas extremas que ahora han crecido de modo tan visible alrededor del mundo colocan a la Iglesia en un callejón donde se ha extraviado en otras épocas. En pocos días se sabrá no solo si puede escapar de allí, sino también si quiere hacerlo.

(*) Editor jefe de Política Internacinal del Diario Clarín Docente de la Facultad de Sociales en la Licenciatura en Periodismo de la Universidad de Palermo Director del Observatorio de Política Internacional, Universidad de Palermo

ENTRE EL MÚSCULO Y LA RAZON: CIEN DIAS Y YA CRUJE EL SISTEMA DE TRUMP

Marcelo Cantelmi (*)

Mayo, 2025

La pregunta en los primeros cien días de gobierno de Donald Trump, aniversario que celebran los analistas desde la presidencia de Franklin D. Roosevelt, posiblemente se resuma a indagar si la potencia se encuentra frente a un avance o a un extraordinario retroceso. El país se divide alrededor de ese interrogante ampliando la grieta evidenciada en la campaña y en el resultado electoral.

Para quienes regresaron al magnate a la Casa Blanca --no todos ya, atento a las encuestas-, la respuesta es única y aplauden lo que hay. El otro lado, en cambio, reprocha un oscurantismo cultural creciente, el nacionalismo extremo expuesto en el proteccionismo de la economía, y la demolición de las alianzas históricas de EE.UU.

Aquella pregunta es, sin embargo, más de lo que parece debido a que apunta no solo a esa duda, sino a una cuestión existencial mayor sobre si será mejor o peor el país que construye este presente. En términos objetivos, Trump encabeza una revolución que generará profundos cambios muy difíciles de revertir para quien lo suceda. Que puede ser él mismo si avanza en su noción de que las leyes, la Constitución principalmente que le prohíbe un tercer mandato, no deben cuestionar su voluntad, regla central de esta presidencia. Trump en eso no engaña, en la campaña aviso que sería “dictador desde el primer día”.

Su presidencia es atrevida. Trump contrapone al legado de EE.UU. de la posguerra, que promocionaba la democracia y el libre mercado, el diseño de la fuerza como herramienta política principal. En esa línea avanza incluso sobre la doctrina del Estado-nación reduciendo las fronteras a dibujos lábiles en los mapas, modificables según el poder de quien las pretenda. Lo que él llama contar con las cartas ganadoras. Así, como Rusia es más poderosa que Ucrania, es Moscú quien debe triunfar en la guerra de agresión del Kremlin y por eso afirma con desparpajo que ese país europeo está destinado a ser parte del reino de Vladimir Putin.

Un mundo donde la razón cae frente al músculo

Esa visión es la que explica su demanda de apropiarse de Canadá, Groenlandia y Panamá, no importa el Derecho nacional de esos países sino el poder de EEUU. Trump, con ese comportamiento y el lugar que ocupa, construye un mundo mucho más peligroso donde la razón cae frente al músculo. Supone que de ese modo, con martillos arancelarios por ejemplo, logrará reconstruir el EE.UU que después de la guerra controlaba la mitad de la economía mundial y China era un paraje retrasado desbordado de mano de obra barata.

El modelo del magnate, sin embargo, comienza a crujir tempranamente. Los datos de su breve periodo muestran un país con problemas que antes no tenía y con su gobierno golpeando calladamente a las puertas de Beijing y no al revés, para lograr un acuerdo que pueda ser exhibido como una victoria justificadora. Difícil.

Es ilustrativo donde miran los operadores del mercado que rehúyen las ambigüedades. “La pregunta de si las políticas de Trump han causado daños irreversibles al sistema económico de EE.UU. es crucial. Sabemos que ha causado un daño tremendo y que nuestros socios se preguntan si seguimos siendo confiables”, le dice a Reuters Liz Ann Sonders, estratega de inversiones de Charles Schwab & Co.

Los números de la etapa adelantan respuestas complejas. Hay dos ejes principales en la presidencia de Trump: la persecución a la inmigración y el nacionalismo económico. El magnate gana la presidencia apoyado por un amplio sector social convencido de que los indocumentados laborales son responsables de las calamidades económicas que sufrían desde el estallido de la crisis asociada a la pandemia de coronavirus.

El otro motor de la victoria ha sido el costo de vida por la permanencia de los sobrecostos, en especial en alimentos entre otros bienes esenciales, que no bajaron su precio desde la contracción que produjo la enfermedad.

Trump heredó una economía robusta envidiable, según todos los analistas. El gobierno de Joe Biden redujo la inflación desde el 9% en junio de 2022 a menos de 3% en diciembre pasado, sin recesión, con baja de la desocupación y crecimiento económico. No resolvió aquellos sobrecostos. Pero la ordalía proteccionista de Trump dilapidó la totalidad de ese legado.

Los datos oficiales de esta misma semana de los 100 días, indican que EE.UU. está en el borde de la recesión con una contracción de -0,1% del PBI en el primer trimestre. Anualizada, la caída crece a -0,3%. “Por primera vez en varios años, por culpa de Trump, la economía estadounidense ha mostrado menos pujanza que la de la zona euro, que creció 0,4% en el primer trimestre”, compara El País, de Madrid.

El otro efecto es el resultado inverso al pretendido con los rojos comerciales que han crecido. La furia de la guerra arancelaria produjo un raid empresario y familiar para aprovisionarse de insumos antes de que los gravámenes tengan efecto en sus precios. El gobierno admite ya esa consecuencia: “La disminución del PBI en el trimestre se debe al aumento de las importaciones”, alerta el Bureau of Economic Analysis, dependencia del ministerio de Comercio. Ese déficit en el trimestre avanzó nada menos que a US$464 mil millones. Cifra sin precedentes: 41,3% en los tres primeros meses del año contra -1,9% en el último periodo de 2024.

Este resultado se combina con el otro efecto gravoso del escape inversionista del tradicional refugio del dólar y los bonos del Tesoro. “La incertidumbre se ha disparado hasta salirse de los ejes de los gráficos”, advirtió Kristalina Georgieva, la directora gerente del FMI al inicio de la asamblea del FMI y del Banco Mundial apenas antes del aniversario de los 100 días. “Las condiciones financieras se han deteriorado; la volatilidad sube (...) Es urgente que se resuelvan las tensiones comerciales tan pronto como sea posible”, reclamó. Reuters.

El comentario suscitó un mandoble que recordaba la furia de algunos dirigentes nacionalistas latinoamericanos contra ese organismo, pero proferido por Scott Bessent, el responsable de la cartera económica de Trump, quien le exigió al FMI que se enfoque en lo que le corresponde y abandone preocupaciones sociales que no le incumben.

Lo cierto es que el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo entre otros alertan sobre un costo económico autoinfligido con consecuencias que dan para todo tipo de especulaciones. Desde la asunción de Trump, el S&P, uno de los principales índices de Wall Street, se desplomó 8% y en el mismo proceso el dólar perdió 9%. Goldman Sachs estimó que unos 60 mi millones de dólares en acciones estadounidenses fueron vendidas desde inicio de marzo. Lideran la movida los inversionistas europeos. Mucho de ese dinero va al oro y al euro.

La ofensiva arancelaria, como se sabe, apunta a China, el principal rival comercial y tecnológico. Trump le quitó el mercado norteamericano a la República Popular, un daño importante. Pero el costo es que al mismo tiempo canceló el mercado chino a los productores de EE.UU. En el corto/mediano plazo no hay cómo relevar a ese proveedor que, a su vez, cuenta con clientelas menores pero consistentes alrededor del mundo.

China ha elegido esperar apostando a beneficiarse ante un negociador impulsivo y errático. Desmintió de paso que Xi Jinping haya llamado al magnate como este propala y reveló que son los norteamericanos, en cambio, los que cansan los teléfonos de la potencia asiática. Algo está funcionando mal.

Trump no descarta que pueda estar llevando a su país a la recesión, afirma falsamente que Biden le dejó una economía de números malos y se recarga en un fervoroso conservadurismo contra la modernidad como ariete para alimentar a sus bases. No es claro si advierte que las cosas pueden estar saliendo de control. El conservadurismo, por cierto, surgió en la historia en oposición a la ilustración. Posiblemente ahí esté un problema.

(*) Editor jefe Política Internacional, Diario Clarín y Docentes y director del Observatorio de Política Internacional de la UP

CIEN AÑOS EN CIEN NOCHES

Jorge Elias (*)

Mayo 2025

En los primeros 100 días de su segundo mandato, Trump aceleró el pulso de la desconfianza y de la incertidumbre tanto en su país como en el exterior.

Franklin Delano Roosevetl concedió 100 días al Congreso de Estados Unidos para la sanción del paquete de leyes del New Deal. Desde entonces, 1933, son la gracia que pide todo presidente nuevo para ser evaluado. En su discurso inaugural, John Fitzgerald Kennedy también aludió a los 100 días. Que quedaron inscriptos en la historia mucho antes, como los transcurridos entre la fuga de Napoleón de la isla de Elba y la batalla final de Waterloo, aunque, en realidad, hayan sido 116. Lejos de esos episodios, Donald Trump desacreditó la marca en su primer mandato. La llamó “estándar ridículo”.

Curiosamente, Trump hizo por ese motivo el primer viaje oficial de trabajo dentro del país desde que asumió su segundo mandato, el 20 de enero. En el condado de Macomb, Michigan, bastión electoral republicano en el cual operan las industrias automotrices General Motors, Ford y Stellantis, insistió en golpearse el pecho a 100 días de haber asumido el cargo por haber impulsado el cambio más profundo en Estados Unidos en 100 años. Y advirtió: “Solo acabamos de empezar”. Otros, tanto en su país como en el exterior con marchas multitudinarias, solo se preguntan cuándo va a terminar. Le quedan 1.361 días, como dice The Economist.

El modelo de Trump 2.0 alienta el final de la empatía, promovida desde el final de la Segunda Guerra Mundial de modo de atenuar las diferencias sociales

Una vida. Sobre todo, para el movimiento 50501, organización civil que se moviliza pacíficamente en contra de las políticas de Trump. El nombre proviene del eslogan “50 estados, 50 protestas, 1 movimiento” frente al temor de que Estados Unidos se convierta en una plutocracia. Es decir, una sociedad gobernada por una minoría de millonarios como Elon Musk, encargado de recortar gastos estatales con la consecuente pérdida de influencia global en el exterior y de fuentes de trabajo en casa. La reacción se parece, en cierto modo, a la de Occupy Wall Street, sucursal norteamericana de los indignados españoles.

En el libro La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales, Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, ilustra la magnitud del problema con una imagen estremecedora: un autobús en el cual viajan los 85 mayores multimillonarios del planeta contiene tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad. Otro tanto expone el economista francés Thomas Piketty autor de El capital en el siglo XXI: en Estados Unidos, los ingresos de la mitad más pobre de la población se han congelado en los últimos 30 años, mientras que los del uno por ciento más rico han aumentado un 300 por ciento.

El modelo de Trump 2.0 alienta el final de la empatía, promovida desde el final de la Segunda Guerra Mundial de modo de atenuar las diferencias sociales. Una catarata de encuestas con motivo de los primeros 100 días demuestra que el nuevo paradigma económico global acelera un pulso. El de la desconfianza creada por la guerra de aranceles, por un lado, y por la limpieza étnica del país con las redadas de inmigrantes, por el otro. Guerras que iban ser resueltas en un santiamén, como las de Ucrania y la Franja de Gaza, así como la declamada anexión de Groenlandia y Canadá y la recuperación del Canal de Panamá y la pelea innecesaria con aliados tradicionales, completan el cuadro. O el caos.

Hasta Musk, enfocado en recortar la burocracia, ha salido perdiendo. Su vínculo con Trump le ha cobrado una factura de 113.000 millones de dólares.

Los mercados comenzaron a naturalizar la volatilidad y la depreciación más profunda del dólar desde el segundo mandato de Richard Nixon. En varias ciudades, miles asistieron a las protestas del 1 de mayo, Día Internacional del Trabajador fuera de Estados Unidos, con el lema 50501. El índice de aprobación de Trump, del 40%, bate récords, según un sondeo de The Pew Research Center. Ninguno ha sido tan bajo en 100 días de gobierno desde Dwight Eisenhower en 1953. Entre seis y nueve de cada 10 norteamericanos creen que los aranceles serán más dañinos que beneficiosos, dice Gallup.

Hasta Musk, enfocado en recortar la burocracia, ha salido perdiendo. Su vínculo con Trump le ha cobrado una factura de 113.000 millones de dólares, estima el Índice de Multimillonarios de Bloomberg. Algo así como el 25% de su fortuna. Las acciones de Tesla, la única de sus compañías que se cotiza en la bolsa, cayeron un 33% mientras observaba el desplome de las ventas de vehículos eléctricos. Lo admitió él mismo: “El tiempo que he pasado en el gobierno ha sido un poco contraproducente”. No solo para Musk. El autoritarismo competitivo refleja el desdén por seguir las reglas tanto en el país como en el exterior.

Trump, aferrado a sus 143 órdenes ejecutivas firmadas en 100 días, pidió paciencia. En el primer trimestre de 2025, la economía de Estados Unidos se contrajo por primera vez desde 2022 por la suba de las importaciones frente a la ola de aranceles. La confianza de los consumidores norteamericanos cayó en abril por quinto mes consecutivo y quedó en su nivel más bajo en casi cinco años, según The Conference Board. Síntoma del pesimismo frente al “boom sin precedente” que había prometido durante la campaña, cuando avisó que iba a ser “un dictador solo el primer día”. Pasaron apenas 100.

(*)Jorge Elías es periodista de gráfica, radio y televisión, ex corresponsal de La Nación en Washington. Dirige en portal El Ínterin.