Una ética de la no arrogancia

La profesora Agustina Ramón Michel reflexiona sobre ética, humanidad y naturaleza. Afirma que los humanos somos vulnerables y ecológicos, parte de la cadena de alimentaria, animales y mortales.

Los humanos nos consideramos fuera de la naturaleza, como algo distinto. Sin embargo, no somos seres radicalmente distintos al resto de los animales: somos seres vulnerables y ecológicos, parte de una cadena de alimentación. Reconocerse como carne puede ser terriblemente transformador: es una forma de mirarnos como parte de la naturaleza y retar a nuestra arrogancia.

“De algún modo remoto y abstracto, supe ahí que yo era alimento, del mismo modo en que soy animal y una mortal. En los momentos de la verdad, el conocimiento abstracto se convierte en algo muy concreto”, Val Plumwood.

En 1985 Plumwood sobrevivió al ataque de un cocodrilo en un río que atravesaba el Parque Nacional Kakadú, una zona al norte de Australia donde esos reptiles de agua salada no aparecían hace años (este tipo de cocodrilos, saltwater cocodriles, miden entre cuatro y siete metros y sus presas incluyen animales de hasta 3 metros). Había navegado gran parte del día buscando un sitio de piedras indígenas. En un momento sintió que alguien la espiaba, se inquietó y decidió entonces emprender la vuelta a tierra firme. De repente algo grande empezó a moverse debajo de la canoa. Con pánico, comprobó que la roca que creía estorbaba su paso era en realidad el cuerpo de un cocodrilo. No tuvo tiempo de reaccionar, el animal golpeó contra la canoa y la dio vuelta. Desesperada en el agua y absolutamente aterrorizada, salió nadando hacia la orilla mientras el reptil arrancaba partes de la balsa. Plumwood llegó a un árbol y cuando frente a los ojos del cocodrilo, que la miraba como si fuera una presa, quiso saltar hacia otra rama más firme, el cocodrilo se impulsó bruscamente con su cola desde el agua y le mordió las piernas, la jaló hacia hacia dentro del agua donde empezó a zamarrearla como si quisiera arrancarle de a pedazos el cuerpo (este reptil se caracteriza por desmembrar las partes de sus presas, guardarlas en un lugar secreto para luego comérselas de a poco). Mientras gritaba, vio el destello de los dientes del reptil. Volvió a hacer fuerza para regresar a la rama de la orilla. Sentía un dolor punzante pero lo peor era ese sacudimiento de su cuerpo. Volvió a sujetarse de una rama, “me agarré con firmeza, pensando que prefería que me desgarre a pasar por otra sacudida de la muerte”, pero a los segundos, una vez más, el cocodrilo agarró parte de su cuerpo y comenzó a zamarrearla. Sintió luego que el cocodrilo había aflojado la fuerza y aprovechó para dar un salto hacia el árbol más cercano pero el cocodrilo rápidamente la tomó por la parte superior del muslo izquierdo. “(…) al momento de ser agarrada por esos poderosos dientes, sentí una sensación muy fuerte, de que algo profundo e increíblemente equivocado estaba ocurriendo, algún tipo de error de identidad. Mi descreimiento no sólo era existencial sino ético (…) No puede ser, yo no soy un alimento, soy un ser humano”. Pensó que moriría. Finalmente el cocodrilo la soltó. “Nunca olvidaré la manera en que lo miré directamente a sus ojos y él a los míos. Tenía unos ojos dorados todos salpicados (…) Fueron varios segundos; después se hundió y desapareció”. Finalmente llegó a la orilla y se puso de pie. No lo podía creer “Todavía estaba yo con vida. Fue una increíble oleada de euforia (…) sentí un atisbo de esperanza, yo sobreviviría”.

Durante dos horas bajo lluvia y a los alaridos por el dolor insoportable (tenía varios de los dientes del cocodrilo marcados en las piernas y la izquierda prácticamente desgarrada), caminó como pudo hasta el refugio del parque. Ahí recibió ayuda de los guardaparques para luego viajar trece horas más, retorcida de dolor, al hospital. Los médicos le advirtieron que era muy difícil que recuperase una de sus piernas aunque al final, con meses de cuidados y tratamientos, se salvó. Cuando se enteró de que buscaban al cocodrilo para matarlo, ella se negó: “Yo fui la intrusa”.

Antes de este episodio, Plumwood, filósofa y ecologista, ya había explorado el valor y las relaciones con la naturaleza. Sin embargo, el encuentro con el cocodrilo fue transformador. La despojó de una gran cantidad de ilusiones sobre la vida y la muerte, y sintió una fuerte sensación de gratitud.

El primer artículo que Val Plumwood escribió sobre este suceso se tituló “Being a prey” (1996). Luego escribió una serie de ensayos (que serían póstumamente reunidos en The Eye of the Crocodile, 2012), en donde relata el ataque del cocodrilo en primera persona y lo describe cómo un “flash”: su conciencia vio lo que parecía el final “vi el mundo desde afuera de la narrativa del yo, en donde cada frase empieza con Yo”. En este trabajo describe la mirada intercambiada con el cocodrilo en términos intersubjetivos, esto es, relata la perspectiva del cocodrilo como una que ella se imagina podría haber ocupado (la depredadora). En otras palabras, al reconocerse en la mirada del reptil, legitima la posición subjetiva de éste, dando lugar al merecimiento ético: ni superior ni inferior a mí.

De acuerdo a Lorraine Shannon, en el Prefacio a The Eye of the Crocodile, Val Plumwood concebía al cocodrilo de modo similar a como lo habían entendido indígenas australianos y la antigua narrativa egipcia, esto es, como una figura embaucadora, con significados ambiguos y muy presente en las expresiones culturales de estas comunidades. Como una metáfora bíblica, este reptil viene a recordarnos y enjuiciarnos a los humanos por nuestra pretensión de ser los dueños de este mundo. El cocodrilo, uno de los pocos depredadores de humanos que sobrevivieron, nos percibe no como nosotros nos percibimos (maestros culturales y tecnológicos de un mundo natural que trascendemos) sino simplemente como un pedazo de carne que puede alimentarlo.

Increíblemente, los humanos nos consideramos como estando fuera de la naturaleza (algo distinto). Sin embargo, en la medida en que tenemos un cuerpo, no somos seres radicalmente distintos al resto de los animales. Somos seres vulnerables y ecológicos, dice Plumwood, parte de una cadena de alimentación. Nosotros los humanos, somos también alimento para otros animales.

Esta pensadora australiana explica que durante siglos los humanos hemos construido un universo en el que nos representamos culturalmente (quizás hasta ontológicamente) con un estatus superior al del resto de los animales, una división ilusoria entre humanos y no humanos, y entre el mundo humano y el mundo natural. Para asegurar esta representación, hemos desarrollado múltiples rituales, y hemos perseguido y eliminado a nuestros potenciales depredadores. En otras palabras, la idea de superioridad humana, la división entre humanos y otros animales y la ilusión de la no vulnerabilidad, promovieron diversas formas de crueldad animal.

Val Plumwood describirá a la cultura de la supremacía humana originada en Occidente a partir de dos rasgos esenciales: la separación entre humanos y la naturaleza, el “radicalmente otro” y la negación persistente de los humanos como parte de la cadena alimenticia. Justamente por ese último punto, invita a celebrar y respetar nuestra comida y al hecho de que todas las formas de vida somos comida y algo más que comida. Esto no supone una apología a la muerte en manos de otros animales sino otra manera de concebirnos.

Reconocerse como carne puede ser terriblemente transformador: es una forma de mirarnos como parte de la naturaleza y retar a nuestra arrogancia humana que insiste en centrar a algunos en detrimento de “otros” (a quienes se les niega una verdadera consideración ética) e invisibilizar la dependencia de unos sobre otros y las múltiples maneras de comunicarse y ser en un mismo mundo. 

Acerca de Val Plumwood
Fue una ecofeminista y filosofa ambientalista que desarrolló sus ideas en la academia, en el activismo y en su vida cotidiana. Desarrolló ideas sobre ética de humanidad y naturaleza, filosofía ecologista y feminista, críticas al empirismo e idealismo occidental, y a las versiones más corrientes del vegetarismo y del ecologismo. Entre las obras que ha escrito se encuentran “Feminism and the mastery of nature” (1993), “Environmental Culture: the ecological crisis of reason” (2002), y The Eye of the Crocodile (2012), además de varios artículos científicos y de opinión. Tuvo una gran influencia en el pensamiento ecologista. En la década de 1970, una aguda crítica al pensamiento occidental provino de Noruega, de la mano de Arne Naess (Noruega), fundador del ecologismo profundo, y de Australia, de un grupo de filósofas y filósofos de la Australian National University en Canberra, entre las que se encontraba Val Plumwood. En 2001 fue incluida entre los 50 pensadores clave del ambientalismo en la historia. El 28 de febrero de 2009 falleció por un infarto, tenía 68 años.

Acerca de Agustina Ramón Michel
Master en Derecho Internacional (Universidad de Texas). Docente (UP). Investigadora adjunta del Centro de Estudios de Estado y Sociedad (CEDES), en el área de salud y economía. Candidata doctoral de Derecho (UP). Investiga sobre temas de salud pública, derecho a la salud, feminismos jurídicos y derecho reproductivo.