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Argentina-Brasil, el juego de las diferencias

Publicación: Martes 17 de noviembre de 2009
 
Autor: Mariano Aguas, Coordinador de la carrera de Ciencia Política, Universidad de Palermo.
 
Durante mucho tiempo, décadas tal vez, era muy común escuchar en ciertos círculos brasileños la broma que Brasil era el país del futuro... y que además, siempre seguiría siéndolo...

Parece que desde hace algunos años a esta parte ese “deseo imaginario” de los brasileños comienza a realizarse y desde una atribulada (¿crispada?, como se usa ahora) y periódicamente “reseteada” Argentina la pregunta que surge es: ¿por qué? o ¿cómo? Ellos sí y nosotros no...

Pidiendo disculpas de antemano al lector por la deformación profesional, creo que para poder entender ese fenómeno debemos preguntarle a la historia, y en todo caso hacer algunas comparaciones.

Luego del fin de los gobiernos de Getulio Vargas y de su proyecto de Estado Novo allí, y de la experiencia del primer peronismo en la Argentina, con sus políticas de industrialización sustitutiva y sus modos políticos populares movimientistas y para muchos populistas (entendiendo por populistas casi como algo malo), para dar respuesta a las expectativas de las sociedades nacionales y un escenario internacional cambiante quedaba claro hacia fines de los ’50 que había que dar un salto cualitativo hacia el modelo de país desarrollado que por entonces pregonaba ese sistema de ideas que se llamó el desarrollismo.

Comparadas ambas experiencias a 50 años vista, vemos claramente quién continuó con dicha estrategia, aun con altibajos, y quién no.

Explicaciones sobre este fenómeno hay varias y muy interesantes todas. Convendría precisar que en este artículo aludimos al desarrollismo como un conjunto de ideas y su implementación política, que promovían el pasaje hacia una sociedad con un mayor grado de industrialización, avance científico y tecnológico, y un alto grado de estabilidad política y progreso social (parece que hoy visitamos el museo de las palabras...) que permitiesen al país lograr entre otras cosas mayor poder relativo (o mejor margen de maniobra) en el contexto internacional.

¿Qué pudo haber pasado? Lo que comenzó aquí con el gobierno de Arturo Frondizi, lo hizo el Brasil durante la gestión de Juscelino Kubitschek. Ambos impulsaron dicho ideario y ambos sufrieron altibajos durante sus gobiernos, y luego ambas democracias fueron interrumpidas.

A partir de mediados de los ’60 y hasta los ’80, mientras la Argentina iba y volvía de regímenes autoritarios a democracias fallidas, Brasil padeció también una larga dictadura.

Subrayo la palabra una porque es un indicio de lo que pretendo decir.

A pesar de sus altibajos, Brasil mantuvo cierta “estabilidad” política que la Argentina no pudo tener, ni aun bajo el modelo autoritario. Un factor clave en dicho proceso ha sido, y creo que lo sigue siendo, la estabilidad a pesar de todo, de sus elites (militares, empresariales, políticas y ahora también sindicales) respecto de algunos objetivos comunes.

Más allá de diferentes signos y luchas de intereses, el empresariado paulista, las elites de Itamaraty y las cúpulas militares y algunas fuerzas políticas convinieron en mantener ciertas políticas de largo plazo, algo que el lenguaje común llama políticas de Estado. A pesar entonces de las formas políticas, cierta idea de desarrollismo compartido nunca se perdió de vista para nuestro vecino.

Como muestra de ello mientras la Argentina ensayaba con dictaduras que podían pasar de un industrialismo manifiesto a otra que precisamente fomentó la desindustrialización y el atraso tecnológico (por no hablar de algunos gobiernos democráticos), Brasil mantuvo una línea desde Kubitschek hasta Lula.

En la Argentina, eso fue una utopía por varias razones, y no todas negativas. Más allá del faccionalismo y del empate de poder entre nuestras elites, la sociedad argentina, más letrada y más movilizada políticamente por su propio desarrollo inclusivo durante años, presentaba actores populares que impedían planes que los excluyesen como actores gananciosos en el corto plazo.

Brasil, además de esa cierta coherencia dirigencial, presentó siempre un mercado doméstico varias veces mayor que el argentino, y por lo tanto más apetecible para la inversión.

Claro, es un país con vastas desigualdades, pero con una capa media y alta que consume a ritmos de país desarrollado, y cuyo número es mayor que toda la población argentina. Esto nunca se le escapó a la “burguesía” paulista, a los generales, ni a la diplomacia profesional que ha sostenido planes a largo plazo de lo que Brasil debe representar en la región y en el mundo, y de lo que precisa para dicho “destino manifiesto”.

Hoy. Lo que hoy observamos y nos convoca a analizar, es un proceso que a pesar de sus altibajos parece mostrar en sus indicadores el triunfo de una vasta y duradera coalición de fuerzas e ideas, cuyo éxito relativo incluye la incorporación de un presidente de extracción obrera y popular (Lula Da Silva), que luego de dos períodos presidenciales exitosos se está por retirar de la escena imitando a su antecesor de otro grupo político, Fernando Henrique Cardoso, que sentara las bases de una política de orden fiscal y macroeconómico, junto al relanzamiento del rol de Brasil como potencia regional.

Por supuesto que no son todas rosas en nuestro vecino. Brasil mantiene serias diferencias sociales, inequidad en el ingreso, un alto grado de corrupción en muchos ámbitos institucionales, etc.

Pero también es cierto que está combatiendo con éxito el analfabetismo, la pobreza y la conducta irresponsable de algunos actores políticos y sociales.

Dichos éxitos relativos se suman a la trayectoria desarrollista que empieza a ser coronada con éxito y sobre todo empieza a ser apreciada por cantidades crecientes de sus habitantes que poco a poco logran acceso a una mejor manera de vivir la ciudadanía.

En materia internacional, y más allá de cierto exitismo folklórico y deportivo, Brasil está logrando posicionarse como una potencia emergente, con recursos naturales inmensos, alto grado de industrialización y solvencia fiscal que fortalecen sus históricas pretensiones de convertirse en un jugador de escala internacional, a partir de poder consolidar un liderazgo en la región explicitado en su diálogo preferencial con los Estados Unidos, su relación comercial con China, sus acuerdos tecnológicos en materia de defensa con Francia, y el papel jugado en las crisis regionales.

La ocupación de dicho rol de líder moderado se ha visto facilitada a su vez por el ambiente que crean los modos “bolivarianos” de Chávez, el drama interno colombiano, y por una mustia imagen que hace años desempeña la Argentina que parece no asumir su importancia histórica ni su “calibre” en la región.

Parece que en estas playas ciertas ideas no son muy poderosas...

Coordinador de la carrera de Ciencia Política, Universidad de Palermo.
 
 
 
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