Claudio Giacomino: En la medida en que se empieza a reconocer que en las relaciones internacionales es más importante convencer que vencer, son cada vez más los aspectos culturales de un país los que influyen en su poder relativo.
Ricardo Darín fue consagrado la semana pasada como uno de los más calificados "embajadores" de nuestro país en el exterior, al recibir el Premio Equinoccio Cultural que otorga el gobierno de España a personalidades internacionales, por su contribución al fortalecimiento de los vínculos. ¿Cuánto ha cambiado la manera en que un país "se muestra" en el mundo? Desde la participación en una gran Feria internacional de literatura, hasta un festival de cine o un ciclo de recitales y conciertos, todo ello forma parte de lo que se da en llamar la diplomacia cultural; un abanico de acciones que incluye el rol de la cultura en los procesos de integración, la relación entre política exterior y la acción cultural, la cooperación en materia educativa, y también las estrategias que se desarrollan en favor de la imagen del país.
A estos puntos de encuentro entre la cultura y la diplomacia se ha dedicado Claudio Giacomino, docente e investigador y diplomático de carrera. Fue jefe de la Sección Cultural de la Embajada argentina en Noruega y está a cargo de la cátedra de Historia de las Relaciones Internacionales de la Universidad de Palermo. Es autor del libro "Cuestión de imagen. Diplomacia cultural en el siglo XXI: razones y modalidades" (Biblos, 2009).
¿La imagen que ofrece un país en el mundo es más importante hoy que en otras épocas?
Siempre lo fue. Hay una anécdota representativa que es la del Rey de Inglaterra Jorge II en 1749, pidiéndole a Haendel que le agregase metales y le quitara violines a su "Música para los reales fuegos de artificio", porque consideraba a los primeros más adecuados para reforzar la imagen de convicción y de poder militar de su reino. La anécdota nos muestra la importancia que siempre se le ha dado al tema. La diplomacia cultural estaba presente en los ballets y en la ópera de Luis XV en Versalles. En el Congreso de Viena hubo un director de actividades artísticas, fue Antonio Salieri; y Beethoven tocó allí como músico invitado. Pero todas estas actividades se destinaban a un público relativamente acotado, que era el público de los príncipes, de los embajadores; en definitiva, de la gente que importaba. En la medida en que hay cada vez más gente "que importa", la sociedad de masas, los procesos de democratización, la globalización y la revolución tecnológica, etc., el "target" de la diplomacia cultural se amplía y su importancia se intensifica.
¿Cuándo se produce y en qué consiste ese gran cambio?
Un gran corte se da en el transcurso de la Guerra Fría. Hasta la Segunda Guerra Mundial, la diplomacia seguía siendo una de tipo más tradicional. El poder militar era clave para determinar el rol que cada Estado tenía en el concierto de las naciones y la cultura era el postre o la frutilla del helado. A fines de la década del 40, Hans Morgenthau, un autor insigne del realismo político, sintetiza esta perspectiva más tradicional. Dice Morgenthau: "Que una elite intelectual en Estados Unidos disfrute de la música y la literatura rusa, y que Shakespeare no haya sido desterrado de los escenarios rusos, no tiene ninguna importancia para el problema que estamos discutiendo". Es decir, la cultura queda un poco afuera, en segundo plano en el mejor de los casos. En la medida en que este panorama va cambiando, se ven afectados también los modos como un Estado se muestra en el mundo.
¿Qué es concretamente lo que cambia?
En principio, el demencial poder destructivo de las armas nucleares lleva a que sea muy difícil o muy costoso su uso. Desde luego, mantienen una capacidad disuasiva capital, pero de hecho no vuelven a ser utilizadas después de Nagasaki. Simultáneamente, el plano económico va a ir ganando autonomía e importancia. Con el paso del tiempo van a aparecer nuevos actores; no sólo las corporaciones económicas sino también otros actores transnacionales. Sumémosle el desarrollo de las comunicaciones, y vamos a llegar a un punto en el que los actores transnacionales y la opinión pública externa e interna van a tener una importancia muy grande.
¿Es lo que ahora se da en llamar el "poder blando" de un país?
Justamente el autor de esa definición -el soft power-, Joseph Nye, describió bastante antes ese cambio en la obra que escribió con Keohane sobre "la interdependencia compleja". Nye retoma y profundiza ese concepto en un libro más reciente, del 2004, que se ha difundido bastante. Entre otras cuestiones el autor se pregunta por qué los Estados Unidos obtienen victorias militares y después no pueden imponer su voluntad. Ocurre que la mera idea de la imposición es contraria al espíritu democrático que se incrementa en el planeta. Entonces, no se trata de que se acabó el juego del palo y de la zanahoria, sino que éste debe verse acompañado por otros ejercicios.
Durante la Guerra Fría, esto podía confundirse con la acción psicológica o la manipulación. ¿No sigue habiendo algo de eso: confundir promoción con propaganda?
Se trata de algo diferente. La novedad de las últimas décadas estriba, justamente, en tomar distancia de la propaganda en el sentido de ir más allá incluso de la persuasión y de la seducción. Mostrar sutilmente, casi dejar ver cualidades propias que al otro le puedan resultar atractivas, y de esa forma encaminarnos hacia una forma de empatía. En el mejor de los casos, generar una emoción positiva.
¿Qué tan importante es la difusión cultural para la política exterior de un país?
Bueno, en principio, es mejor ser conocido que ser desconocido. Y si uno es conocido, es mejor generar simpatía que antipatía. Esto es bastante evidente. Doy otro ejemplo. Un hombre entra a una ferretería y pide una pinza pico de loro. El ferretero le dice "tengo una alemana y otra de un país equis". El hombre compra la alemana. ¿Fue racional la decisión? Intuitivamente nos parecería que sí, pero ¿alguna vez el hombre este estuvo en Düsseldorf? ¿Cuánto sabe de metalurgia? ¿Qué sabe si no hay un nicho de la industria en el país equis que esté muy desarrollado, si hay subsidios, si hay un desarrollo del capital humano especial en el área? No lo sabe, pero decide comprar la alemana. ¿Cuánto influyen Beethoven, Anne Sophie Mutter, Pina Bausch y la Bauhaus, en esta decisión? Es difícil medirlo, pero sabemos que mucho. Para eso sirve la diplomacia cultural; para que un hombre llegue al mostrador y se acuerde del último concierto que escuchó de Martha Argerich, de una exposición de Kuitca, de Marianela Núñez volando por el aire y que diga: bueno, un país que fue capaz de generar estas maravillas por qué no podría ser capaz de hacer una buena pinza pico de loro.
¿Por qué la cultura y no otro aspecto que identifique a ese país?
También se consideran los paisajes, la situación económica, las personalidades políticas y el deporte, claro. Un paisaje es fundamental en la promoción del turismo de los países, pero desde luego, no nos dice mucho sobre su capacidad humana. La situación económica está supeditada a los flujos, que por definición son cíclicos. Las personalidades políticas en actividad están sujetas al término de su mandato y también a los humores sociales. El deporte, desde luego, ha sido utilizado y va a seguir siéndolo, pero en el límite, porque cuando se trata del deporte de alta competencia, le deja todos los frutos a uno, al ganador, y los demás se quedan mascullando resentimiento o resignación. A la salida de un concierto, o de una buena película no hay vencedores y vencidos, se van todos contentos. Y en definitiva, la cultura es probablemente el único factor de producción que no está sujeto a la ley de rendimientos decrecientes.
O sea, un festival de cine, una exposición de teatro, un recital de música o un buen concierto pueden ser la mejor embajada para un país...
La actividad de diplomacia cultural más usual hasta la segunda mitad del siglo XX era la organización de conciertos, eventos. La diplomacia tiene, además, componentes protocolares irremplazables por lo que es razonable que esos eventos acotados sigan teniendo lugar. Pero surgieron otras exigencias y oportunidades. La cultura, la moda y la comida pueden ser también magníficas herramientas para exponer a un país ante el mundo. Y en este mundo en el que las imágenes que llegan a los consumidores de la aldea global cuentan tanto como las realidades más concretas, es que podemos decir que una buena película puede ser más poderosa que una ojiva nuclear.
¿Cuál es el papel que tienen los diplomáticos en este sentido?
En los tiempos del realismo político, la imagen de la diplomacia se correspondía con la de una partida de ajedrez en un espacio reservado, dos jugadores -uno contra otro-, un juego de suma cero. Hoy en día la diplomacia puede aspirar a parecerse a un buen concierto. Un concierto de cámara en el que cada músico coopera con los demás. No en contra de nadie, sino en procura de un buen resultado para la orquesta y para el público. Un juego de suma variable, abierto a más participantes y cada vez más expuesto a la opinión pública. Dicho más concretamente, para contribuir al fortalecimiento de la imagen de su país el diplomático contemporáneo se ve obligado a cooperar. Y qué mejor, para lograr una buena sintonía con sus interlocutores que generar una atractiva propuesta de difusión cultural.
Fabián Bosoer
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