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Pablo Mendelevich / Director de la Carrera de Periodismo |
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La difícil tarea de cubrir elecciones de resultado previsible |
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La cobertura periodística de las últimas elecciones quizás haya dejado un sabor agridulce. Si es verdad que se expandió la apatía ciudadana durante la campaña, parece haber ganado algún consenso la idea de que la prensa contribuyó a esculpir esa apatía. Otra vez el viejo dilema: ¿actúan los medios como narradores de la realidad o son actores que la moldean?
Se les atribuye a los diarios, por ejemplo, la responsabilidad de haber mandado los temas electorales a las páginas interiores en lugar de darles la prioridad que merecían.
Seamos justos: lo que se salió de norma en estas presidenciales no fue sólo la cobertura periodística. A una campaña poco convencional –baste pensar que del hábito de convocar multitudes se pasó a los actos boutique diseñados para la televisión- le tocó como epílogo la más accidentada jornada comicial que se recuerde, con desajustes de todo tipo. Algunos analistas de medios criticaron hace poco a los diarios que en la recta final dijeron que “para la gente” la campaña no era interesante. Los críticos argumentaban que tal punto de vista ventilaba la propia convicción de esos diarios y que no había estudios –o en todo caso había uno solo, de Poliarquía- para sostener eso con seriedad. Sin embargo, algo debe querer decir el dato de que, al cabo, el domingo 28 de octubre votó el 74 por ciento del padrón, la marca más baja desde que se reinstauró la democracia. Hubo quienes volvieron a sus casas sin votar -¿y sin mortificarse?-, luego de hacer dos horas infructuosas de cola. Otros, que siempre iban, ahora no fueron. Podemos no llamarlo apatía, pero es evidente que estamos lejos de la ilusión democrática de 1983.
¿Cómo se une este desgaste con la calidad de la cobertura periodística? Por el lado de la sensación de resultado inexorable que se instaló en las semanas previas a los comicios. Mucha gente, al parecer, puso poco interés en la campaña al dar por cierta la versión repiqueteada por los encuestadores y reproducida por los medios de que el oficialismo ganaría las elecciones sin doble vuelta (tal como al final ocurrió). Y como los medios -sobre todo los que marcan agenda- son cada vez más permeables a los humores del público, no habrían sido demasiado intensos sus esfuerzos para que el contenido de la campaña tuviera mayor grosor. Hasta podría ironizarse: estábamos mejor cuando los encuestadores se equivocaban. Cuando aciertan –o se intuye que están por acertar- la elección que aun no sucedió ya parece jugada. Nada de lo que se haga o diga importa demasiado.
Pero también debe tenerse en cuenta que a los medios tampoco les resulta sencillo tramitar ciertas incongruencias del sistema político argentino. Dos ejemplos de incongruencias: el sistema de partidos está quebrado -la política se despliega en “espacios” de difusa ideología y alto personalismo-, pero existen casi 700 partidos inscriptos ante la ley, récord histórico. Ningún sector político dirime sus candidaturas mediante internas -lo que en muchos casos traslada esa definición a las elecciones generales-, pero cuando el Congreso derogó, en 2006, la ley de internas obligatorias, porque había fracasado, casi nadie se preguntó cómo seguirían las cosas.
Muchas veces, las coberturas periodísticas de la campaña sobreabundan en análisis especulativos. Por ejemplo, dan vueltas acerca de a quién está dirigido tal o cual gesto de un candidato y sobre cómo va a influenciar al electorado. Pueden llegar a decir más sobre las probables consecuencias de un gesto que sobre el gesto mismo.
Otro vicio consiste en reiterar una visión pugilística de la política, algo que alcanza la perfección en títulos del tipo “Fulano salió a cruzar a Mengano”. Los jefes de campaña les toman el tiempo a los diarios con sus conceptos impactantes de noticia y terminan fabricando acciones destinadas a conseguir el premio de ser título.
Como director de la Carrera de Periodismo de la UP fui invitado este año, por segunda vez, a formar parte del consejo asesor del Proyecto de Monitoreo de Medios de Poder Ciudadano, que midió la cobertura informativa de la campaña presidencial. Se comprobó, entre otras cosas, que la candidata oficialista lideraba la cobertura cómodamente y que los noticieros de televisión dedicaban poco tiempo a las cuestiones electorales, todo ello documentado y comparado en forma rigurosa. Sin embargo, aunque sea menos científico, tal vez más subjetivo, importa apreciar lo cualitativo además lo cuantitativo.
¿Dónde deberían pararse los medios de comunicación y los periodistas durante una cobertura electoral? Ciertamente, adentro de la democracia y del lado de la ley. El problema es que nuestra democracia esmeriló en los últimos años a sus principales sujetos –los partidos políticos, el Congreso- y unas cuentas leyes electorales se violan con absoluta naturalidad (verbigracia, la prohibición de hacer campaña antes de los noventa días, la imposibilidad de los gobernantes de utilizar recursos del Estado, veda electoral, prohibición de difundir bocas de urna hasta tres horas después de la elección, etc.). En definitiva, hay mucho que repensar para el año 2009. ¿Es aceptable que los medios legitimen la violación de leyes o que incluso las violen ellos mismos, como cuando difunden resultados mientras todavía hay gente votando? La prensa no tiene capacidad por sí misma para sellar las grietas del sistema político, pero quizás la revalorización del voto en desmedro de la encuestomanía sea una contribución posible en el enfoque general de la próxima campaña. |
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